Por: César Gualdrón
En la presentación que hizo en cadena nacional en la noche del lunes 15 de septiembre del año curso, sobre el proyecto de ley del presupuesto y el futuro inmediato de su política económica, el presidente Milei presentó tres evidencias de su dogmatismo mercadocéntrico:
En primer lugar, insiste en la fantasía de que es unilateral el financiamiento del Estado por parte del sector privado (por la vía de los impuestos); pero omite (con mala fe) o ignora (muy posiblemente por su falta de acervo cultural) que desde que existe, el Estado capitalista ha financiado al sector privado de diferentes maneras: a ciertas facciones de dicho sector privado, por supuesto.
También indica que la reducción de la tasa de interés la determinaría la “buena calificación” internacional del riesgo país y niega la forma realmente existente en que este proceso se lleva a cabo, tal y como lo describe la economía keynesiana (a la que tanto ataca posiblemente sin haberla comprendido), asociado con el incremento de la masa monetaria, tal y como lo hace la Reserva Federal de los Estados Unidos de América, por ejemplo.
Por último, insiste en que la rebaja de impuestos (solamente a los más ricos) y la depresión de los salarios eleva automáticamente el nivel de la inversión; pero, en la realidad, existen otros factores más importantes que determinan las decisiones de inversión, particularmente cuando se hace referencia a la inversión productiva: los costos financieros, los costos de la energía eléctrica, la infraestructura de transporte, la capacidad de compra de la población; o sea, un nivel de ingresos suficientes que sostengan la demanda efectiva que garantice ventas internas de bienes y servicios, junto con el acceso a mercados externos, entre otros.
Así mismo, dicho personaje se ha dedicado desde que es figura pública a hacer referencia al asunto de que Argentina fue una potencia económica mundial a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En la presentación mencionada dijo, indirectamente, que su política económica va en la vía de recuperar dicha situación. Al respecto, es preciso desmentir dicha falsedad, teniendo en cuenta lo siguiente:
Argentina nunca ha sido un país desarrollado; porque el desarrollo no es equivalente a un alto PIB per cápita sino, más bien, se refiere a la composición de su estructura económica en la cual la producción industrial es protagónica, específicamente la industria de cada vez mayor complejidad tecnológica, y al mejoramiento estructural de los ingresos y de la calidad de vida de la población. Así pues, debe recalcarse que un país primario-exportador no puede ser considerado como una “potencia económica mundial”. Entonces, a finales del siglo XIX y principios del XX, la riqueza estaba concentrada en los grandes hacendados o estancieros, principalmente ganaderos, mientras que el resto de la población se encontraba sumida en la pobreza. Y, por el contrario, el mejor momento socio-económico de Argentina (que no alcanza a ser de una economía desarrollada) fue a mediados del siglo XX, cuando hubo una situación de incipiente industrialización.
Ninguna potencia económica mundial lo ha sido debido a un supuesto equilibrio (o superávit) fiscal. Más bien, su posición dominante en la economía mundial se explica por la industrialización que inició hacia finales del siglo XVIII en Inglaterra y a su extensión durante el siglo XIX a Francia, Alemania, Estados Unidos de América y Japón, economías en las que se implementaron medidas proteccionistas (muchas veces muy fuertes) y de promoción estatal explícita de ciertos sectores industriales, incluso con determinados niveles de más o menos dirección o control estatal sobre algunos sectores considerados estratégicos. En la actualidad, el ejemplo más destacado es el de la República Popular China.
(Hasta poco antes de dicha presentación había considerado a Milei como un economista de manual, descontextualizado, de los que hacen caso omiso de la problemática socio-económica de conjunto, como lo es la mayor parte de los economistas que se han encargado del diseño e implementación de las políticas públicas a lo largo y ancho del planeta. Pero, en realidad, teniendo en cuenta sus dogmas mercadocéntricos, más bien se trata de un economista farandulero que es fanático de mantras relacionados más con el esoterismo de los “mercados auto-regulados” y su manifestación popular, que es la literatura de auto-ayuda, totalmente contrapuestos a alguna teoría económica más o menos sensata. O sea: solamente es un charlatán más de la ultra-derecha).
Nota: Milei pretende doblegar a la población argentina a la manera en que Margaret Thatcher (uno de sus principales referentes políticos) derrotó la huelga de los mineros del carbón en 1984-1985 mediante el tratamiento cruelmente represivo del supuesto “enemigo interno de la libertad”. O sea que estará dispuesto a continuar echando mano de la represión estatal contra las expresiones de protesta de la población, el incremento de la censura y la desinformación e intentará pasar por encima de cualquier postura opuesta que pueda expresarse en el Legislativo (sin descartar la posibilidad de cierre del Congreso en el caso de que los candidatos de la ultra-derecha sean derrotados por Fuerza Patria en las elecciones de octubre).
PD1: en Colombia debemos estar atentos al desenvolvimiento de las cosas en Argentina, entre otros, puesto que estos temas y otros van ser ventilados con argumentos similares (por no decir que los mismos) que los de Milei y demás auto-denominados “libertarios”, que en verdad son neo-fascistas, por parte de los charlatanes de la derecha y la ultra-derecha, en el debate electoral que se avecina.
PD2: en otra oportunidad hablamos de lo que sería el “milagro argentino” de Milei.