Por: Julián Cortés Urquijo
Hace poco hablamos con un gran amigo sobre la necesidad de conocer más de la gobernanza de las administraciones de izquierda o progresistas en el mundo y así sistematizar errores y en un futuro pronto, evaluar nuestra propia experiencia. Decíamos que estuvimos durante décadas en las trincheras de la lucha social, y que, si bien se consideró factible que un gobierno de izquierda podía llegar al poder en Colombia, los progresistas no imaginamos demasiado el detalle; aún a pesar de las experiencias adquiridas en gobiernos locales en el pasado reciente.
Un graffiti antiguo en una pared del centro de Bogotá decía: “El pueblo al poder”, más abajo algún seguidor de Estanislao Zuleta, le respondía proféticamente: “Y cuando lleguemos al poder ¿qué hacemos?”. La respuesta a la pregunta del grafitero fue respondida en este gobierno parcialmente. No es cierto que esta gestión haya entrado a improvisar. Nos pensamos el país desde varios rincones políticos y la vaina va andando. Sin embargo, en lo que parece que estamos cortos es en el detalle. Estructuralmente tenemos claro qué país queremos pero, como en el efecto mariposa, un pequeño error del colaborador más sencillo y en la base de la pirámide administrativa y ejecutora de este gobierno, puede bloquear o retrasar un largo proceso de cambio.
Así las cosas, me puse a hacer un listado de los fallos más notables y frecuentes de los servidores públicos que orientan las entidades del gobierno progresista y que obstaculizan gravemente el proyecto del actual, el del cambio. De seguro es posible que haya más perspectivas, pero lo que sí es importante es sacarlas de la gaveta de los recuerdos y de las charlas internas, para tomar medidas a tiempo a dos años de finalizar el primer gran experimento progresista y nacional de Colombia.
- Confiar demasiado en los antiguos funcionarios con la excusa de la curva de aprendizaje. Muchas de las entidades cometieron el gravísimo error de re-contratar a la mayoría de los antiguos funcionarios con la excusa de que tienen el conocimiento para manejar la entidad. Si bien hay trabajadores de alguna manera “imparciales” y muy buenos profesionales, lo cierto es que buena parte de ellos llegaron de viejos gobiernos y no hay claridad de la forma como se contrataron. Estos funcionarios, en buena parte, se dedicaron a frenar los procesos internos y ocultar información para garantizar su importancia dentro de la ‘cadena de producción’. Acostumbrados a ‘mamar de la teta del Estado’, solían tener dos y tres contratos donde difícilmente podían cumplir con la calidad necesaria en todos. Así, el Estado colombiano estaba cooptado por cientos de contratistas que repetían contrato en varias entidades, acomodándose económicamente mientras muchos profesionales (generalmente de universidades públicas) esperaban una oportunidad para trabajar en las entidades estatales. Una vez realizada la contratación y con la promesa de dedicar su tiempo y sudor al gobierno del cambio, volvieron a asumir dos y tres contratos. Su acción es lenta, es burocrática, sus frases favoritas son: “no se puede”, “hagámoslo más tarde” o “así lo hemos hecho siempre”. Su trato hacia la gente es despectivo, como si al ciudadano se le hicieran favores, más no lo que le corresponde en derecho por haber nacido en esta “finca llamada Colombia”, como decía Jaime Garzón. Les encanta que les digan ‘doctores’ y les abran paso por donde van. Miran por encima del hombro, se visten con mucha elegancia y le hacen venia al poderoso mientras miran con desprecio a los humildes. Pero lo peor, son ideológicamente simpatizantes de la derecha, odian este gobierno, hablan mal de él y, en consecuencia, obran en contra de él.
- Como corolario de la anterior: confiar en los ‘técnicos’ y no en los progresistas y comprometidos con la causa del cambio. Los ejemplos son variados. Directivos que tienen su mente enfocada en el celular de última tecnología que hay que comprar, más que en la necesidad de transformar este país. Cargos importantes en manos de los mismos aporofóbicos que se burlan de la vicepresidenta por ser una “igualada” o que se trajean de vestido inglés para entrar a sus oficinas con aire de importantes ejecutivos. Más pendientes de la corbata y de la hora de salida de la oficina que de su trabajo honesto. Siguen cobrando, cuando se puede, el CVY (Cómo Voy Yo). Camuflan sus posturas neoliberales de argumentos técnicos, aconsejan a sus superiores con las mismas estrategias de los gobiernos pasados y las disfrazan de progresistas. Aprovechan la limitada experiencia de nuestra gente para darle vueltas a la pita y obstaculizar todo, desde unos refrigerios hasta la implementación de una política pública trascendental. Ahí siguen, mandando y saboteando.
- Permitir que el sentido común de las decisiones administrativas siga orientado por una obsesión por lo jurídico y lo legal. Tristemente, la pregunta típica de un funcionario del cambio no es ¿qué se necesita hacer? sino ¿qué se puede hacer en el marco jurídico actual? Ante la repetida frase de muchos abogados ‘técnicos’ de “no se puede”, se necesita de profesionales en derecho que busquen la salida para que sí se pueda. No me imagino a los revolucionarios de antaño pidiendo permiso a un abogado para hacer la revolución. El proceso de cambio de este gobierno, si bien es reformista, es profundamente transformador y político y no cabe en los códigos, reglamentos e interpretaciones de las normativas vigentes. Transformar este país requiere de abogados creativos que digan “ya le busco la solución” —obviamente dentro del marco legal existente—, y de directivos que no se conformen con la vieja manera de hacer las cosas. Paradójicamente, la izquierda también navega disciplinadamente en el santanderismo leguleyo que nos heredaron las élites. Para todo se piensa primero en un proyecto de ley más que en ejecutar simplemente cualquier iniciativa desde la normativa vigente. Demasiados parlamentarios concentrados en leyes tontas para propuestas que con decisiones administrativas podrían ejecutarse sin ningún obstáculo.
- Creer que ya hicimos la revolución. Más de un dirigente en el gobierno cree que sus posturas radicales pueden aportar a seguir construyendo poder dentro del gobierno. La diplomacia la dejan en manos de los aliados de los partidos tradicionales, perdiendo importantes espacios de diálogo y gestión. “La izquierda del todo o nada”, como la denominó en algún momento Rafael Correa, aspira transformar en dos años el escenario institucional podrido que nos heredó la casta política tradicional colombiana. Transformar este país requiere de hacer modificaciones a procedimientos, metodologías, políticas públicas, normas, manuales, etc. No basta con buena voluntad y exigir “hacer las cosas como quiere el presidente”, se necesita transformar ese “detalle” del que hablo en esta columna. Implica también hacer alianzas de manera constructiva evitando sobre todo la corrupción, pero entendiendo que se necesita movilizar a ciertos sectores para ganar avances importantes en cada sector. Es erróneo creer que los programas sociales sólo deben atender a los sectores tradicionalmente adeptos a este proyecto político. Juzgar al campesino, al obrero que está confundido y acoge una posición de derecha, refleja otro enfoque errado de la izquierda del todo o nada que afectará sin duda las próximas elecciones.
- Creer que ser líder social o buen académico de izquierda es suficiente para administrar una entidad pública. En oposición al funcionario técnico y antiguo (y de derecha), existen funcionarios progresistas que no estudian, no leen, no se instruyen en la función pública. Creen que se puede gobernar con el ‘manifiesto’ debajo del brazo. Se dedican a prometer, a discutir en cafeterías y en reuniones eternas olvidando que la rama ejecutiva es principalmente para “ejecutar”, no para debatir. Gobernar no es hacer panfletos, ni comunicados, ni videos bonitos, sino ejecutar el presupuesto, usar las leyes a nuestro favor y ‘buscarle la comba al palo’, para hacer lo que el pueblo nos demandó en las pasadas elecciones y lo que plasmó el presidente en el plan nacional de desarrollo. Tener artículos científicos, o incluso tener votos o seguidores en redes sociales no necesariamente se traduce en un liderazgo asertivo a la hora de poner las entidades a andar. Urge una escuela progresista de administración pública y desde las bases para adquirir conocimientos profundos de la función pública.
- No entender que este gobierno se logró con la suma de muchos esfuerzos de distintos combos y partidos políticos de izquierda. Algunos creen que si a un compañero o compañera de un partido o proyecto político particular lo nombran como administrador de una entidad le están entregando dicho organismo al partido o colectividad que representan. Grave error pensar que con los limitados recursos humanos de fuerzas políticas que fueron marginales en el pasado, se puede administrar de manera efectiva las entidades. Una buena gobernanza en el primer mandato progresista debería dejar los egocentrismos y el sectarismo partidario para dar cabida a la inteligencia colectiva que existe en todos los combos políticos que nos llevaron al triunfo. Seguir patinando en el sectarismo provinciano de los últimos cincuenta años nos costará, sin lugar a duda, la reelección del siguiente gobierno progresista.
Vale la pena aprender de gestiones eficientes de muchos funcionarios de este gobierno. Se la jugaron por la gobernanza unitaria, por modificar lo “inmodificable”, se dieron la pelea por avanzar y ejecutar con un equipo armado con el sudor y la sangre del pasado de nuestras luchas. Por tan solo dar unos casos: aprender de Rojas, Higuera y Bolívar.