Por: Óscar Montero
La Escombrera en la comuna 13 de la ciudad de Medellín, volvió a retumbar en las noticias locales, nacionales e internacionales en un hecho que no tiene precedentes en la historia reciente de Colombia. Allí, se vivió uno de los episodios más violentos y crudos de la realidad del conflicto armado del país.
En ese lugar de peregrinación, muchas madres nunca dejaron de escuchar a sus hijos dados por desaparecidos, fallecidos y sepultados por un pasado que se niega a seguir oculto en medio de la multitud de montañas de piedras, arena y escombros.
Durante años, las madres buscadoras no dejaron de indagar sobre sus hijos y en un lugar en el que se creía impensable encontrar estructuras óseas de seres humanos, el día menos pensado la tierra habló, para que los muertos allí enterrados le recordaran al país lo cruel que ha sido la guerra en lo rural y en lo urbano.
En un proceso y trabajo conjunto, entidades como la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas - UBPD, la Jurisdicción Especial para La Paz- JEP, El Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses- INML y CF, y otras, día y noche trabajan sin descanso para entender y armar el desafiante rompecabezas que implica la búsqueda de personas dadas por desaparecidas en escenarios complejos como este.
Este ejercicio de valentía que han tenido y han mantenido las madres buscadoras es el reflejo del amor infinito y la tenacidad con que ellas sienten a sus hijos muy suyos en el vientre, el corazón y el pensamiento aún después de la muerte que los desprendió de su ser físico. A ellas gracias por traer a la memoria del país hechos que por muy dolorosos que sean, deben conocerse para no repetirse, las víctimas sabemos de la importancia de esto para un país realmente en paz; pedirles perdón por ser una sociedad e institucionalidad que en muchas veces da la espalda y no es solidaria con el dolor ajeno. Toda la grandeza de la vida por ser ejemplo de resistencia, lucha, resiliencia y dignidad.
Las cuchas tienen la razón es hoy un fenómeno nacional que se ha tomado las calles y muros del país, para gritar de manera desesperada pero digna que la memoria aún hoy está por reescribirse, que esa memoria hoy tiene otras voces, la voz de los desaparecidos, la voz de la tierra que en sus entrañas guarda aún a cada uno de esos jóvenes que tenían esperanzas y sueños por cumplir; en su honor estamos alzamos las banderas para seguir, creer y crear procesos de paz. Porque si no hay paz para ellos, no la habrá para nosotros.
Que siga hablando la tierra, que se sigan removiendo los escombros, que la verdad sea dicha y las cuchas tengan de una vez por toda la oportunidad de cerrar ciclos de dolor que a muchas las mata en vida. Que los hijos desaparecidos de esta Colombia sigan en los sueños, recordándonos que faltan muchos, que nos sigan diciendo en dónde están para seguirlos buscando sin descanso. Que en un acto de rebeldía, las juventudes y las cuchas, hombro a hombro sigan pintando de colores los muros grises de barrios y ciudades como símbolo de protesta, de memoria y no de olvido, así lo quieran callar.
Que cada piedra removida en la Escombrera y en cualquier parte del país sea la luz y esperanza que grita paz, que este lugar sea la viva voz de los desaparecidos que desde lo más profundo de la tierra desesperadamente mueven con sus suspiros granos de arenas para poder ser encontrados. Valledupar, Cali, Popayán, Medellín, Bogotá y Pasto, son algunas de las ciudades a donde la voz de los desaparecidos de la Escombrera llegó, tan vivas que aún llevan consigo la fuerza de la esperanza y la justicia por la verdad. Entre cada letra negra y amarilla se sigue retratando un delito de lesa humanidad que sigue cobrando vidas en Colombia. Pueden borrar mil veces los muros, pero la verdad, jamás.
¡Encontrarlos es un acto de humanidad y de dignidad!