Por: Óscar Montero
Recientemente se posesionó el presidente Donal Trump en su segundo mandato en los Estados Unidos de América; un presidente que en su primer periodo gubernamental fue muy cuestionado por las múltiples decisiones extremistas y alejadas de la defensa de los derechos humanos.
Esta vez no ha sido la excepción. A pesar de llevar pocos días en su “trono”, las medidas tomadas hasta el momento han generado revueltas en todas las latitudes del planeta. Desde negar y desconocer la diversidad de género, hasta deportar a migrantes latinos como “criminales” a sus países de origen.
Este tipo de acciones para el caso de Colombia, terminaron en una crisis en la era Trump-Petro. Un tiré y agarre que terminó en un debilitamiento de la diplomacia entre ambos países. Crisis que en realidad ha durado poco y que puso a los expertos de ambos países a buscar soluciones rápidas para superar el impase y mantener las relaciones diplomáticas, que al final afectan directamente a las sociedades de ambos países.
Lo que sí está claro es que en esta crisis diplomática entre ambos Estados, a pesar de la hegemonía que tiene los Estados Unidos en el mundo, Colombia pudo con dignidad decir NO en acciones con las cuales no estaba de acuerdo, y una de ellas era no recibir a sus connacionales de una forma inhumana que viola todo estándar de derechos humanos; esta acción y decisión nunca había sido tan frentera como la determinó el jefe de Estado, demostrando así que es posible otro tipo de diplomacia desde la dignidad y el respeto por el ser humano, que debe ser siempre la prioridad.
Esa diplomacia que promueve el sur global al norte global, intentando emerger en un mundo globalizado en donde ya “las reglas están dadas” por unos cuantos que quieren mantener su hegemonía y su poder sobre los otros, que en muchos casos gracias a esos otros es que su poder se ha mantenido. Una clara idea de cómo opera la teoría de la dependencia entre los países, y la teoría sistema-mundo de Wallerstein en donde las relaciones de poder centro-periferia siempre van a querer la subordinación del otro, que si bien en este caso Colombia-Estados Unidos se vio muy clara por la medidas económicas y políticas tomadas por el gobierno Trump, Colombia NO renunció al valor de la dignidad. Para muchos podrá ser “poco o nada”, pero en la esfera internacional es dejar precedentes respecto a la soberanía de un país.
El mundo está en una constante dispuesta por mantener el orden mundial, los países que se denominan de centro o norte global quieren mantener su supremacía, los de la “semi periferia” quieren emerger cada día más para ser parte de ese “grupo selecto” de los 5 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de los G8 o G20; y los de la “periferia” igualmente en una dinámica de fortalecer su política y economía. A esto se le suma la fuerza que ha surgido de la “nueva visión del mundo” o de la geopolítica actual: el norte global o el sur global.
Esto que he dicho es sin lugar a dudas la dinámica de la comunidad internacional mediada claramente por el mercado, el poder, el conocimiento y hoy la comunicación; pero es pertinente aquí decir quién determina que. Por esto la acción realizada por Gustavo Petro como presidente de Colombia, no es una simple “hazaña”, es la disputa por ejercer soberanía y emerger en una nueva diplomacia entre pares en igualdad de condiciones y desde una perspectiva decolonial.
Al ver los rostros de los colombianos deportados en condiciones dignas, sanos y salvos después de los horrores que pasaron, como ellos mismos denunciaron, es realmente ver un cambio exponencial en la política exterior en Colombia. En donde se centra al ser humano primero antes que los intereses económicos del mismo Estado. Aquí un reflejo de la política de una Colombia Humana.
La diplomacia es y debe ser el arte de las buenas prácticas de las relaciones internacionales, relaciones que deben ser mediadas por el respeto, el reconocimiento del otro y sus derechos humanos universales; debe ser horizontal, directa y armoniosa, que permita siempre mantener diálogos en pro de la paz de los Estados y sus ciudadanos.
En situaciones de crisis siempre debe primar el respeto de los derechos humanos, la soberanía de los países y el diálogo como instrumento clave en la resolución de conflictos; la utilización de la fuerza no debe ser una opción, y en lo posible, si así las partes lo consideran, organismos multilaterales o garantes pueden servir de mediación cuando la crisis está exacerbada.
No es la era del más fuerte o del que tiene más poder, es la era del que tiene la grandeza de la resiliencia y la construcción de paz en tiempos complejos con altura y dignidad.
Migrar es un derecho, Migrar no es un delito, ¡que migrar sea la oportunidad de entrelazar la diversidad de la humanidad!