Por: Margarita Jaimes Velasquez
La vegetación nativa es fundamental para mantener el equilibrio ecológico y la biodiversidad de cualquier región. Lo que quiero plantear en esta ocasión es una preocupación que como caribeña me viene incomodando: los efectos del “espatajopismo” barranquillero al medioambiente.
Retumban en mis memorias los tradicionales baños de hojas de matarratón para curar la fiebre o la “sabrosita” (escabiosis) y ni qué decir de la llegada de la primavera caribeña cuando se llenaban de flores rosadas sus ramas; cuando las coloridas cayenas adornaban los jardines junto a flores de coralitos y de “tú y yo”. Cuando los pelaos jugaban “bolita e ‘uñita”, bola de trapo o al bate bajo la sombra de un “palo” de almendro o de mango. Cuando al salir del colegio nos esperaba un manjar de frutas tropicales para comprar, había guindas, peritas, cerecitas, uvitas playeras, tamarindo, anón, martillo, corozo y el infaltable mango con sal. Añoro las mariposas amarillas que revoloteaban por los jardines de nuestras casas, las mismas que identifican el realismo mágico del que habla Gabo y que nuestros hijos solo conocen en monumentos o fotos. Eran el indicador de una buena salud ambiental en un ecosistema tropical como el nuestro.
Ahora en “Quillami” como le dicen algunos a Barranquilla, no hay árboles que aporten sombra, sino que, desde la administración Distrital, en los parques y avenidas se vienen sembrando palmeras y no precisamente de coco, así como otros árboles y plantas ornamentales no nativos del Caribe. Ese afán de parecerse a Miami, está teniendo impactos negativos para el medioambiente y la calidad de vida de quienes habitamos la ciudad. ¿Qué sombra ofrece una palmera? ninguna. En temporadas de calor, no hay donde guarecerse de los rayos solares, es imposible caminar sin exponerse a un desmayo.
La “fartedad” (fatuo) de una parte del pueblo barranquillero y de sus dirigentes, ha pasado por alto que la esencia de nuestra cultura se cimenta en las riquezas de nuestro territorio tropical, que la desaparición de vegetación nativa afecta a la fauna; un ejemplo de ello, la desaparición de las mariposas amarillas que polinizaban los parques y jardines de antaño. Ni que decir de la flor de la cayena, insignia de nuestro terruño. Parece que también se ha olvidado que el follaje de los árboles nativos sirve para mitigar los calores propios de zonas cálidas. Las palmeras de Miami están bien para Miami, en Barranquilla, en el trópico, necesitamos matarratones, almendros, mangos, ceibas y otros árboles de la región. El Caribe es calor y color.
Es hora de reforestar y restaurar para rescatar la vegetación nativa. Es el momento de educar para enorgullecernos de quienes somos y lo que tenemos. Es muy bello ver un matarratón totalmente florecido o un árbol de mango regalando sus frutos al transeúnte. La bacanería “quillera” conlleva rescatar nuestras costumbres y prácticas culturales, es regalarle a la ciudad vegetación que la haga más amigable. Paralelamente, el gobierno local debe diseñar y ejecutar políticas ambientales que promuevan la recuperación del hábitat nativo.
Es imperativo que demos un salto cualitativo por nuestro territorio, por nuestra cultura, por nuestra historia. Barranquilla, es más que el carnaval, tenemos ecosistemas naturales importantes que requieren ser protegidos del “espantajopismo” o de la “fartedad”. Solo a través de un esfuerzo conjunto entre gobierno, comunidades y organizaciones podemos garantizar un futuro sostenible para Barranquilla.