Por: Margarita Jaimes Velásquez
A propósito del día Nacional de los DDHH, en el que reivindicamos las libertades y demás derechos humanos que tenemos por el mero hecho de pertenecer a la especie, me permito pensar en esos otros seres sintientes con los que compartimos el planeta. Suele ocurrir que hablar de la otredad, es aludir a los semejantes humanos, nunca a los demás.
Al respecto, la Corte Constitucional (Sentencia T-142 de 2023), ha expresado que la Constitución Nacional de 1991, propone cambios de paradigmas en las relaciones de las personas con la naturaleza, estableciendo que la fauna requiere protección, alejándose de la visión antropocéntrica que admite el uso y abuso del medio ambiente por parte de la especie humana.
Desde esta mirada biocentrista, todas las especies vivientes merecen la misma importancia. No obstante, por las calles de las ciudades colombianas, los perros, gatos y aves sufren por la indolencia humana y la desidia estatal. Aunque existen leyes que imponen obligaciones a las personas y al estado como garante, siguen siendo objeto de abandono y maltrato. Por ejemplo, las hembras de los llamados perros de raza son instrumentalizadas con fines económicos para la reproducción. A las pobres les toca parir tantas veces como sea posible para recuperar la inversión ¿no sería bueno prohibir la venta de caninos o felinos menores para mitigar esta situación? Otra cosa que, a mi modo de ver, que es altamente violento, es la humanización de las mascotas, que caminan como caballos de paso cuando les ponen zapatos.
Un poco desde el romanticismo, en algún momento creí que las veterinarias se regían por principios sociales y de protección. Desgraciadamente, descubrí que es simplemente una próspera rama de la economía. Poco importa proteger y salvar a un animalito, prima la necesidad de las ventas, aunque los objetos sean impropios y lesivos para la salud animal. ¿Qué tipo de sanción merecen estos profesionales? Por favor, aunque sea la sanción moral, pero hagamos algo. Por otro lado, muchas clínicas veterinarias, por alguna razón que desconozco, no atienden especies distintas a ganado de toda especie, perros y gatos; de modo que, se condena a las aves y otros animales silvestres a la muerte en casos de enfermedad o accidentes provenientes de la coexistencia en los entornos humanos.
Ese mismo problema se evidencia en las entidades municipales encargadas de la protección de animales. Por ejemplo, no hay como salvar a un ave o un morrocoyo. Vivimos en un estado de dejación. Creo que es el momento de exigir a la sociedad coherencia con el discurso de la solidaridad y la compasión.
Hablar de derechos humanos, es hablar de la coexistencia con otros seres sintientes, es aceptar que tenemos una obligación moral para evitar su sufrimiento y garantizar su existencia. Hay que admitir que no somos una especie mejor, sino la dominante. Esas claridades, seguramente ayudarían a ver los derechos humanos desde otra perspectiva. No podemos seguir en la lógica utilitarista y antropocéntrica. Llegó el momento para hacer el tránsito a un enfoque biocentrista que convoque al cambio. Estamos a tiempo para responder a la pregunta ¿olvidamos que nuestra vida depende de que el ciclo de las otras especies funcione adecuadamente? Si queremos perpetuarnos, debemos proteger nuestra fauna.