Por: Óscar Montero De La Rosa
El 17 de mayo de 2024, en el norte del Cauca en el municipio de Miranda a las 2:00 p.m. aproximadamente, un atentado terrorista producto del lanzamiento de un explosivo, asesina a sangre fría a un niño de tan solo 12 años. Él era Esteban Ipujan, un niño como muchos otros que solo quieren un país en paz, que les permita ser libres y vivir tranquilos.
Como Esteban, muchos niños más en el país y que viven principalmente en zona rural están condenados lastimosamente a ser reclutados o asesinados en una guerra que no tiene precedentes en Colombia. El conflicto armado en sí mismo es una degradación, pero lo sucedido en contra de Esteban demuestra que la vida humana a los violentos no les importa nada. Muchos miramos lo que sucede en Gaza en vivo y en directo, pero lo que vivimos en el país ha sido, es y puede ser peor de lo que allá pasa.
Lo que pasa en medio oriente no está lejos de la realidad de lo que pasa en el Cauca y con mucha más fuerza en el norte del departamento, una región en donde mayormente conviven indígenas, afrocolombianos y campesinos. Comunidades enteras que durante más de medio siglo les ha tocada lidiar y convivir con una guerra que no ha sido de ellos y aun así a diario se enfrentan a la zozobra de ser asesinado en cualquier momento.
Rabia, dolor e impotencia es lo que genera un acto de estos que supera la barbarie, la sevicia y lo genocida de estas acciones violentas que al país no lo va a llevar nunca a nada bueno. Parece “cliché”, pero en Colombia, en esta patria adolorida y desangrada la paz debe ser ya.
Dialogar debe ser un acto de rebeldía y dignidad que el país entero debe exigir a los actores armados, no podemos seguir muriendo en vida y pasar la página como si nada hubiera pasado; no son suficientes los comunicados, denuncias, expresión o sentimiento de dolor si no accionamos la defensa de la vida y la movilización como herramientas contundentes de llamado al silenciamiento de los fusiles ya.
Como padre, activista y defensor de los derechos de la gente y el territorio, reconozco que este escrito es poco para lo que hoy el país debería estar exigiendo volcado en las calles para alcanzar la paz. Desde aquí, hago un llamado al cese al fuego, a que termine la horrible guerra desgarradora que día y noche desprende de nosotros un llanto que no tiene consuelo.
Que en este mes de las madres, así como todos los demás del año, no permitamos que ellas sigan llorando y muriendo en silencio por soledad y tristeza; no paren hijos para la guerra o para que sean asesinados, ellas paren hijos para la vida, para la paz que tanto necesita este país.
Lastimosamente no ha sido solo Esteban, muchos más se nos han ido en la primavera y nuestro país con poca memoria calla ante la injusticia y la barbarie.
Los niños, niñas y juventudes de Colombia necesitan espacios que potencien la vida, espacios deportivos que le quiten a la guerra el presente y futuro de Colombia. Se requiere en el país proteger las familias como núcleo central de la sociedad.
Los que hemos recorrido la Colombia alejada, profunda, la de las selvas y sierras, sabemos lo cruel que es la guerra, y el miedo de saber en muchos casos que por ciertos sitios la muerte ronda y que en alguno de ellos los que mueren son inocentes.
¡Perdón Esteban porque no hemos sido capaces de tener lugares seguros para ustedes!