Por: Óscar Montero De La Rosa
Hace ya casi más de un mes, el 18 de diciembre en horas de la mañana se protocolizó en el territorio ancestral del pueblo indígena Kankuamo el Plan Integral de Reparación Colectiva Indígena (PIRCI); un plan que desde hace años esperaba esta comunidad y su territorio, víctimas colectivas de un conflicto armado que nos llevó hasta el genocidio físico y cultural.
Este fue un día más para recordarle al país lo que vivimos como pueblo en épocas recientes (no hace más de 20 años) cuando el exterminio en contra de la gente, hijos de las piedras, la tierra, el agua, el aire y el fuego estuvo a punto de hacernos desaparecer. Fueron 403 kankuamos asesinados y masacrados; y en su tiempo el 40% de la población fue desplazada a pueblos y ciudades fuera del territorio ancestral.
Este acto que no solo empieza con la protocolización, sino que es una continua lucha para que ahora se implemente de manera integral, es un desafío tanto para la entidad encargada de implementar la Ley de Víctimas 1448 y los Decreto Ley como el 4336 de 2011, como para el Estado colombiano en su conjunto. Podrán traer al presente nuevamente las casas que fueron quemadas y desoladas, mejorar la calidad de vida de nuestra gente en salud, educación y cultura..
Y aunque nuestros muertos no pueden regresar a la vida de manera física, pueden volver espiritualmente y en la memoria viva de nuestra gente, en las danzas, cantos y pagamentos que nos recuerdan lo que somos. Podrán traer todos los millones que quieran, que igual por derecho nos corresponde, pero aquí con este plan lo que realmente importa es nuestra dignidad, nuestro buen nombre, nuestra reconciliación, verdad, justicia y sobre todo garantías de no repetición de estas violencias.
Nuestra gente está convencida de ello, aún en medio de algunas dificultades económicas. Hoy el derecho que nos asiste es el perdón, ese que ha estado tardío por parte del Estado colombiano y que hoy ha dado un paso; pero para continuar en ello es necesario que el jefe de Estado y de gobierno del país le pida perdón al pueblo Kankuamo, como un gesto real de paz, armonía y esperanza para un pueblo invadido, pero jamás conquistado.
Llegar a la protocolización del plan es reconocer la lucha, resistencia y dignidad del pueblo Kankuamo, un plan que se construyó escuchando a la gente, caminando con la gente y llorando para sanar con la gente. Pero, además, el sentir en su momento el desprecio y la revictimización en su momento por parte de la misma entidad, en donde para ellos hablar de genocidio y de exterminio era “beligerante”, términos que ya en su momento la misma Corte Constitucional había utilizado en el Auto 004 de 2009. Por fortuna esto ya es un hecho del pasado, ante esto también resistimos con la altura y dignidad que nos caracteriza, porque a nosotros SI NOS DUELE NUESTROS MUERTOS.
Fueron muchos los que sembraron este plan, muchos los que tejimos el mismo y hoy muchos los que vemos en él un nuevo amanecer, un plan para nuestro pueblo, nuestra gente y nuestro territorio.
Hay que agradecerles a muchos, los que creyeron en esto y los que sin dudar día y noche siempre con la mirada serena y en alto contemplamos la grandeza de nuestra gente para perdonar.
Hay que recordar a todos y todas los que hicieron esto posible, a Luis Fernando Arias, que siendo consejero de la ONIC en su momento me dijo que me fuera para la Sierra a ayudar a nuestra gente a consolidar el documento del Plan de Reparación Colectiva, y así lo hice; iba por una semana y me quedé 20 días, por mandato de nuestras propias autoridades, pero también por convicción y porque además de ser kankuamo, soy hijo de este conflicto y soy hoy hijo del caminar de esta paz hereda de mis ancestros. Gracias siempre a todas las autoridades espirituales y políticas, líderes, lideresas, mujeres, jóvenes y mayores por cada puntada, nosotros solo fuimos mensajeros que plasmamos nuestro sentir como hijos de esta tierra herida y sangrada que se resistía a desaparecer.
Con Mario, más que ser hoy el director de la Unidad para la Atención y Reparación Integral para las Víctimas de la territorial Cesar y Guajira, es un hermano e hijo de este pueblo que yo personalmente le dije, lograr la protocolización del Plan para el Pueblo Indígena Kankuamo es haber logrado nuestro objetivo colectivo de pasar a direccionar esta entidad, porque su representación allí no es la de él solo como individuo, sino de todo un pueblo. A los Jaimes, nuestros cabildos siempre gracias por su sabiduría y palabra dulce para saber orientar el proceso desde lo político y lo espiritual. A Omaira Cárdenas, Shirly Arias, Carolina Sequeda, Aisa Zuleta, Silsa Arias, gracias por ese empuje siempre del ser kankuama, pero de su inteligencia, su compromiso y conexión de la fuerza femenina kankuama para que esto fuera posible. A nuestro Coordinador de Derechos Humanos y paisano Javier Arias y a todo el equipo de la Comisión de Derechos Humanos gracias. No quería mencionar nombres, pero era justo y necesario; y de antemano pido disculpas por los que no nombré, pero aquí están también en cada una de estas palabras para seguir con sabiduría tejiendo y caminando el ser kankuamo: Mamo Narciso, Mamo Juan (que recientemente trascendió al otro espacio espiritual), Primo Isaac coordinador de mayores, a Sibelis, a Juanca con los semaneros siempre dispuestos, a Iván Lúquez que como secretario general y abogado kankuamo siempre respaldo cada acción, a mi prima Almis Montero y Pedro Montero que ahí siempre con nosotros caminaron cada territorio, aprendieron y recogió el sentir de nuestra gente; a todos y a todas por hoy RE-EXISTIR COMO KANKUAMOS.
A todo mi pueblo, gente valiente y digna, gracias por nuestra lucha por existir. Me disculpo si no nombre a alguno aquí, pero saben que todos son y hacen parte de esta gran espiral del tejido de la vida del temple y el Kuma del ser kankuamo. Padre mío aquí tú semilla sigue, desangraron tu cuerpo, pero no sabían que esa sangre derramada tuya y los demás kankuamos es la fuerza que nos ha hecho resurgir.
Esperamos el perdón paciente y con dignidad, porque esto debe ser un acto de valentía y de reconocer en nosotros: los sobrevivientes victoriosos.