Por: Óscar David Montero De La Rosa
El conflicto armado interno en Colombia ha sido devastador. Durante más de 60 años los colombianos y colombianas hemos vivido los horrores de la guerra. Desplazamientos, confinamientos, masacres y asesinatos han sido los titulares de las noticias en los últimos tiempos, al punto de naturalizar la violencia, lastimosamente, en gran parte de la sociedad.
Pero de esta violencia, el delito de desaparición forzada ha sido quizás el dolor más profundo en el que víctimas, familias y el país entero nos hemos sumido. Y no es para menos, vivir en zozobra, en desesperación y sin saber de un ser querido es un sentimiento continuo de morir en vida lentamente.
Se estima que en Colombia son más de ciento diez mil personas dadas por desaparecidas en razón y a causa del conflicto armado, una práctica que la guerra ha utilizado para lacerar la tranquilidad de la gente y la paz del país.
Esta es una de las tareas más difíciles que tiene el Acuerdo Final de Paz desde la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), pues seguir buscando en medio de la guerra no es fácil dadas las condiciones territoriales del país, pues se dificulta seguir el rastro de los desaparecidos en sitios como mares, lagunas y ríos; las tierras se han vuelto un cementerio.
Sin lugar a duda una tragedia que supera y dobla las cifras de desaparecidos de otros países como Chile, Perú y El Salvador, por ejemplo, que también han vivido la guerra. Pero detrás de toda esta expresión de dolor, desarmonías y desequilibrios, siempre hay una voz de aliento y de esperanzas; y ahí están ellas, las Mujeres, quienes mayormente asumen la tarea de buscar a los desaparecidos, pues son ellas las que dan la vida, paren la esperanza, porque son sus hijos, esposos, hermanos, sobrinos, nietas, padres, familia, hermanas, hijas. son ellas las que saben el valor que tiene la vida. Gracias Mujeres por tanta grandeza.
Las mujeres son sanadoras y cada una de ellas desde su accionar y profesionalismo tienen sus propias maneras de buscar. Las mujeres indígenas, cantan y danzan para encontrar; las mujeres afros, con sus alabaos armonizan el retorno de muchos al corazón de la tierra, cuando ya no se encuentran con vida; las mujeres campesinas, conocedoras de los campos, ayudan a orientar la búsqueda. En un solo tejido todas se unen a la búsqueda, coordinan, comunican, direccionan, tramitan todo, desde el transporte hasta lo logístico de un reencuentro o una entrega digna. Tienen todas la bondad y la paciencia de esperar en silencio, de abrazar desde el corazón y con valentía se organizan contra todo pronóstico para buscar en medio de la guerra y como ellas mismas dirían “ya no tenemos nada que perder, porque hasta el miedo nos han quitado”. Siempre con el pensamiento positivo de por lo menos encontrar los restos de un desaparecido o desaparecida, y brindar a las familias por fin un descanso sanador luego de una larga y angustiosa espera.
Todas estas mujeres con diferentes roles en la búsqueda con dignidad y valentía, con alegrías y tristezas cada día con seguridad dan lo mejor de ellas para aliviar y sanar corazones en las familias de las personas dadas por desaparecidas. Una labor que de igual manera con hombres en conjunto entretejemos para avanzar en el sueño de tener un país en Paz.
Hoy 8 de marzo, rememoramos su labor, entrega y pasión en el quehacer diario, un día para reivindicar su lucha, resistencia, derechos y dignidad. Y como diría Silvio Rodríguez: “Me han estremecido un montón de mujeres, mujeres de fuego, mujeres de nieve”. A ustedes las que con amor y entrega buscan imparables a las personas dadas por desaparecidas ¡GRACIAS! No es una labor fácil, es una labor de valientes.
8M: Un día en la que nos sumamos y debemos sumarnos y comprometernos como todos los días a tener mundos con un buen vivir para las Mujeres.