Por: Julián Cortés Urquijo
Parte 1
Hace unos años, cuando estaba en el comité de educación de ECOMUN, propusimos como lema de la nueva cooperativa “Aprender, Producir y Resistir”. Estas tres palabras estaban cargadas de una amplia fundamentación ideológica del pasado y presente de la condición política de las y los ex insurgentes. Luego de aprobado por el consejo de administración, un equipo asesor extranjero de una ONG (cuyo nombre no es importante para lo que tengo que contar), sugirió un lema más comercial y menos ‘problemático’ en términos políticos: “juntos construimos paz”. Esta anécdota sirvió como insumo para mi tesis doctoral donde cuestiono el tipo de paz que se nos estaba imponiendo en los gobiernos anteriores a las y los firmantes de paz. Lo que la gente que sufrió el conflicto armado, o aquellos que hicieron parte de él desde la guerrilla fariana, conciben como paz es muy distinto a la paz que nos ofrecieron desde la reincorporación de Duque y Santos. Hoy a ocho años de sentir el neoliberalismo en nuestras espaldas, vale la pena compartir estas líneas con el ánimo de aportar a los recientes cambios que se están dando en el primer gobierno progresista de Colombia, y en particular a las estrategias de generación de ingresos de los distintos programas de construcción de paz.
La paz no es solo la ausencia de violencia, bien sabemos los de la orilla progresista que tiene que ser no solamente total, sino emancipatoria. Ese modelo de paz neoliberal que ofrece la derecha y que algunas veces no se cuestiona desde algunos sectores de la izquierda tiene características importantes que la hacen completamente imperfecta. Primera característica, la paz neoliberal apunta a disminuir el Estado a su mínima expresión. La lógica es que los recursos para construir paz, para programas de educación, salud, seguridad, etc., se tercericen a través de empresas y ONGs (paradójicamente de los politiqueros tradicionales) ya que se considera que el Estado es incapaz y corrupto. Es decir, en la construcción de paz se refuerza la idea de los ‘chicago boys’ del Estado ‘mínimo’.
Segunda característica, la paz neoliberal es colonial, percibe a nuestros países como ‘enfermos’ o ‘bárbaros’ que necesitan la tutela de la comunidad internacional para salir del conflicto. Como corolario, sugiere que las comunidades locales afectadas por el conflicto necesitan del centro, blanco y educado (de Bogotá) para ser guiados en sus procesos de construcción de paz. Así, se transfieren recursos a personal ajeno a las problemáticas locales para buscar soluciones que obviamente terminan siendo poco pertinentes. Se asume entonces que la paz se construye desde arriba hacia abajo y desde el centro a la periferia. Es decir, hay unas entidades (las instituciones) y sujetos (funcionarios) que saben lo que es la paz y otros, que son beneficiarios que solo deben ‘escuchar’ y dejarse guiar para construir la paz.
Tercera característica, la más impactante de todas y que voy a profundizar en las líneas siguientes, plantea que la única posibilidad del ser humano es vivir en la lógica del mercado o como se dice en la academia: se refuerza la ética ‘Homo economicus’ como la normal entre los individuos de la sociedad. Entonces se proyecta una dependencia ideológica del mercado como la realidad de la cual no podemos escapar. El esquema ‘mainstream’ de construcción de paz plantea que esta se construye insertando a los sectores sociales — que de alguna manera participaron o que fueron víctimas del conflicto — principalmente en estrategias de emprendedurismo. El emprendedurismo entonces se estructura desde la agenda neoliberal de construcción de paz como la estrategia principal para sacar a la gente de la pobreza y para ‘quitarle soldados a la guerra’. Sin embargo, en la práctica, observando los proyectos productivos de reincorporados, de las familias de los procesos de víctimas y de los procesos en los territorios con comunidades campesinas, indígenas y afro, se ha evidenciado que efectivamente la cosa no parece andar como se espera. Es ahí donde nos cuestionamos que tanto derecha o izquierda sigan pensando con la misma lógica: el emprendedurismo lo va a resolver todo.
Hablar de emprendimiento es muy fácil para aquellos que heredaron una gran fortuna o (un poco menos) para quienes tuvieron el privilegio de pasar por una universidad. Muchos de la derecha se posicionan desde sus privilegiadas vidas acusando a los pobres de no ser lo “suficientemente buenos” o de “esforzarse muy poco” ante el fracaso de sus iniciativas económicas. Los de abajo, admiran desde su precariedad a los grandes millonarios (nativos y extranjeros) olvidando que buena parte de las riquezas que lograron (en el caso colombiano) en las últimas décadas no hubieran sido posibles sin el narcotráfico (lavando dólares) o captando capitales inmensos del Estado a través de contratos con sus empresas u ONGs.
Lo cierto es que Colombia no es el caso de mostrar a la hora de sacar pecho por nuestros emprendedores. Mientras otros países hacen grandes esfuerzos en innovación y desarrollo de negocios y tecnologías, nuestra élite local solo le apostó a la construcción de vivienda donde se especulaba con el precio de la tierra y de las viviendas de interés social captando amplios recursos económicos de los subsidios del Estado y, por otro lado, a la ganadería extensiva y unos pocos productos agropecuarios. De la industria ni hablar. Muchas empresas se quebraron con la apertura neoliberal de Gaviria dejando solo a unos pocos empresarios como comerciantes de tecnologías foráneas. Ahora construimos menos repuestos automotores y menos máquinas que hace 30 años. Deja más ganancia importarla que venderla.
La realidad que uno observa en los emprendimientos de construcción de paz es que se están estructurando proyectos que en la práctica parecen no funcionar tan bien como en la hoja de Excel. Les falta principalmente el acceso a los mercados. Ese detallito, en buena parte, dejado a las y los firmantes y en general a las poblaciones beneficiarias de proyectos de desarrollo, en la mayoría de los casos hacen que los emprendimientos sean un fracaso total. Producir un producto (agrícola en la mayoría de los casos) puede ser no tan complejo para quienes vienen del campo o de la guerra. Venderlo, es caso aparte. Vender es una tarea compleja, requiere no solo habilidades comerciales sino también conocer varias tecnologías que en pleno siglo XXI son fundamentales. Redes sociales, videos, marketing y acceso a datos sobre consumidores son cosas que no se aprenden de la noche a la mañana y, por otro lado, no debería ser un conocimiento de obligatorio aprendizaje para quienes solo tienen el interés de vivir la vida campesina. Así las cosas, el descuido del mercadeo por parte de las estrategias de emprendedurismo desespera hasta al más optimista con la paz. Al final del día, la receta del emprendedurismo para la construcción de paz neoliberal, termina dependiendo prácticamente de las habilidades empresariales que tengan las y los reincorporados, las víctimas y demás poblaciones beneficiarias de los programas del gobierno y de la cooperación internacional. Fracasar en un proyecto productivo, por no poder conquistar un mercado que realmente genere ingresos termina siendo frustrante para las comunidades beneficiarias de estos proyectos.
La pregunta entonces es ¿cuáles serían los elementos que podrían contener una paz emancipatoria en Colombia? Ese será tema de la segunda parte de esta columna.