Por Jaizareama Gerardo Jumi Tapias
Mientras todos vemos espantados las imágenes del asesinato de más de cien palestinos, el gobierno de Israel le entrega una concesión a la empresa BP (British Petroleum) de Reino Unido para explotar gas en las costas de Gaza. Al mismo tiempo miles de indígenas colombianos son desplazados y asesinados por todo el territorio nacional. ¿Quién es el beneficiario de estas atrocidades? La historia nos ha demostrado que detrás de los genocidas están escondidos los intereses de grandes capitales. Así es en Gaza, así ha sido en el Amazonas, en la Patagonia argentina y en casi todos los territorios de los pueblos ancestrales de Colombia. El capital moderno y de sus beneficiarios se levanta sobre la sangre de los pueblos y sus territorios.
Las grandes empresas del petróleo, del gas, los minerales, hasta las frutas y la madera, que algunos llaman multinacionales (pero, la verdad es que no tienen nación, ni tienen madre) se alimentan de la muerte y el exterminio en todas sus formas a lo largo y ancho del mundo. Es el colonialismo en su expresión cruel y vergonzante. Luego posan elegantes sin asomo de pena o turbación por las cámaras, con el argumento de que ellos no hundieron el botón, o no halaron el gatillo. Ellos simulan ser simples carroñeros. Recuerdo el título de una buena película de las viejas: El discreto encanto de la burguesía.
Lamentablemente la tristeza profunda es también esnobista y voyerista. Hoy los focos están sobre Palestina como si hasta ahora los estuvieran matando; pero no, son décadas continuas, desde el año 48, de exterminio inclemente. Pero acá, en nuestra casa, en Colombia, al igual que allá, acaecen genocidios que no parece importarle a muchos. Solamente el año pasado 58.726 indígenas sufrieron hechos victimizantes como asesinatos, masacres, desapariciones o desplazamientos según el Observatorio de Derechos Humanos de la ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia). Esto pasa ante el silencio de las instituciones y la indiferencia del pueblo en general. El dolor por el genocidio no puede ser una moda, son vidas humanas, son ancianos, mujeres, jóvenes, niños y niñas, son vidas cegadas por la voracidad de los privilegiados.
Tuve la suerte de comenzar mi liderazgo ante pueblos indígenas a las sombras de grandes e históricos líderes que reivindicaban la importancia del territorio como base del buen vivir de las personas. El genocidio nos los ha ido quitando, como a Kimi Pernia Domico, quien ante el asedio del megaproyecto de la represa de Urrá, localizada en el departamento de Córdoba, salió a caminar la palabra como forma de resistencia, haciendo llamados de auxilio para defender su pueblo que estaba siendo masacrado. Nos recordaba en esos tiempos que Karabi nos dio el territorio con la condición de no dañarlo, de no hacer daño. Hoy que vuelve Salvatore Mancuso los pueblos esperamos que por fin nos cuente el por qué de asesinarlo a él y a tantos otros, por qué amenazó y desplazó a sus gentes de los territorios pero sobre todo, de quiénes dieron la orden y de quiénes se beneficiaron. O como olvidar el asesinato de tres indigenistas que vinieron de Estados Unidos a apoyar la lucha del pueblo U’wa contra la Oxy.
El siglo pasado fue dramático. Solo basta con recordar a la casa Arana, multinacional del Caucho, caso por el cual el gobierno de Juan Manuel Santos tuvo que pedir perdón, pero hay otros casos execrables como las guahibiadas en los Llanos Orientales o el exterminio Barí. Este último llevado a cabo en la zona del Catatumbo, donde perdió la vida aproximadamente el 70% de la población para robar casi la misma cantidad de territorio ancestral. Este fue llevado a cabo en contubernio entre la multinacional Gulf y la familia Barco, si, el padre de Virgilio Barco quien fue presidente de Colombia y cuya hija fue después canciller. Grandes apellidos simentados sobre el genocidio.
En Colombia, en los ultimos 50 años, no existe un genocidio, sino muchos, como el que enfrentó el pueblo Emberá Eyabidá, de donde provengo. Así lo reconoció la Corte Constitucional en su Sentencia T-025 que reza sobre el riesgo de exterminio por la eterna violencia que se ha ejercido contra nosotros y 30 pueblos más. Aunque la ONIC lucha porque se reconozca este mismo riesgo sobre otros 32 pueblos. Son muchas las historias de matanzas que aún no terminan, pues los pueblos ancestrales se han forjado con el hierro de la resistencia digna y sin descanso.
No necesitamos ir muy lejos, hace solo una semana el señor expresidente Álvaro Uribe a través de un video editado y sacado de contexto, buscaba de nuevo condenarnos señalando a nuestra Guardia Indígena. Ese día, en el lugar que se realizó un acto de gobierno de las autoridades indígenas en colaboración armónica con las autoridades gubernamentales, en la que se preparaban para guardar y proteger el territorio y su biodiversidad, pero que fue estigmatizada por el exmandatario. Y seguirá cumpliendo con su servicio encomendado, porque es una acción comunitaria ancestral que llamamos minka o Minga, donde entre todos nos ayudamos y protegemos a la naturaleza para nuestro buen vivir. A la Guardia no se le puede señalar de tener 6.402 falsos positivos, o millones de desplazados, o de haber masacrado o desaparecido líderes sociales. El señor expresidente de la seguridad democrática, quien le debe a miles de colombianos -especialmente a madres que no saben la suerte que corrieron la vida de sus hijos- no puede venir a acusarnos de ser grupos paramilitares. Como en los viejos tiempos, lanza el anzuelo para ver quien lo pesca. Yo lo sufrí durante mucho tiempo, sufrí su gobernación y su presidencia. Mi pueblo los sufrió conmigo, así como los campesinos que convivían con nosotros ante sus falsas e interesadas acusaciones. Basta ya, señor Uribe, ha sido suficiente. Se hace por acción y por omisión, como funcionario público y jefe de Estado, usted no hizo nada mientras nos estaban exterminando.
Cuando hablamos de una deuda histórica de 500 años no hablamos solamente del “encontronazo” con los españoles, hablamos de una política de exterminio continua, que nunca cesó con la colonia y la República, y que no ha cesado a la fecha.
Pero, a pesar de todo esto continuamos, seguimos resistiendo para re-existir y pervivir. Abogamos como el actual gobierno para que se cambie de una economía genocida a una economía del buen vivir, de la vida. Que llame a la reinvención porque no queda tiempo, la crisis climática nos llama la atención de que hemos hecho las cosas mal. Abogamos por la solidaridad y el actuar comunitario frente a esa tradición de la competencia y el individualismo.
La experiencia palestina no es diferente a la que aún viven los pueblos ancestrales de Colombia. Ni procesos de paz, ni nuevas leyes, ni apoyo internacional ha sido suficiente para que se deje de derramar sangre y de perder el territorio que es esencial para nuestra existencia. Detrás de discursos religiosos o racionalistas se encuentra el voraz interés del privilegio. Un problema esencial es que los privilegios modernos no se entienden en equilibrio, todo lo contrario, es a base del desequilibrio: no existe el rico sin el pobre, el progreso sin el atraso.
Kimi Pernia recordaba la historia de los viejos cuando llegaron las empresas a vender su megaproyecto. Contaba que les dijeron que por fin les traerían salud, educación y riqueza a los indios. Los viejos contestaron: la farmacia ya nos la da la selva, la educación la tenemos desde el principio de los tiempos de nuestras autoridades, la riqueza es levantarnos todos los días sin necesidades porque nuestro territorio nos brinda todo para vivir sonriendo.