Por: Clara López Obregón
En medio de la pandemia se hablaba de la necesidad de una reconstrucción del tejido económico, empresarial y social cuando saliera el mundo de la emergencia. Había consciencia de que desde antes las cosas andaban mal. La globalización trajo réditos, pero el modelo del mercado desenfrenado los concentró en pocas manos. Mientras unos pocos prosperaron, los ingresos de las clases medias y trabajadores se rezagaron y no tuvieron cómo soportar las cuarentenas. El resultado fue un salto vertiginoso de la pobreza medida en más de una década de retroceso y la pérdida de 600 mil pymes y su tejido empresarial y laboral. Hasta ellos no llegó la ayuda del gobierno.
Una recuperación en falso
Paul Krugman explicó con humor porqué los promedios engañan al señalar que el ingreso per cápita de los clientes de un bar se aumenta enormemente si entra Bill Gates, sin que nadie vea mejorada su situación real. Así pasó en Estados Unidos, un poco menos en Europa, porque algunos países cobran impuestos progresivos y, desde luego, en América Latina y Colombia. De ahí que sea necesario analizar con pinzas el crecimiento económico del 10% tan publicitado como logro a finales del gobierno Duque. Sí, la economía creció, pero la comparación con el año de pandemia, cuando hubo un decrecimiento real de -7 por ciento, es engañosa. Lo mismo cabe señalar del crecimiento del PIB de este año frente a los meses de la explosión social del año pasado. Comparado el 2021 con 2019, el crecimiento fue de un módico 2,9 por ciento, y registró una reducción de -0,5 por ciento, si miramos el crecimiento por habitante.
La realidad es que ni el país, ni el mundo han superado la crisis de la pandemia como lo atestiguan la recuperación frustrada de la economía global que ahora encadena muchas crisis que se precipitan ante nuestros ojos: las crisis de suministro de alimentos y energéticos, agravadas por la guerra de Ucrania; el aumento de la pobreza y la consecuente falta de resiliencia de las comunidades y los países frente a los rigores del cambio climático; la inflación creciente, fruto de la masiva emisión monetaria que valorizó los activos financieros sin lograr aumentar la producción; y la perspectiva inmediata de la mayor desaceleración de la economía mundial en 80 años.
Reforma tributaria: condición para la recuperación económica
En un foro de alto nivel convocado por el Externado en 2020 para analizar cómo sería la salida de la pandemia, los participantes coincidieron en que “Una reforma tributaria estructural que corrija las inequidades derivadas del sistema impositivo en el país es … condición básica para la recuperación económica, después de la pandemia.” El exdirector de la DIAN, Juan Ricardo Ortega, recalcó allí que “la evasión permanente, la dimensión inadecuada de la base tributaria, los fraudes en las empresas, los pactos indebidos en los negocios, los dineros escondidos en el exterior y las exenciones vergonzosas” son las razones explícitas que impiden recaudar los recursos necesarios para el desarrollo del país. La explosión social de 2021 es un recordatorio de qué tan desiguales somos cuando multitudes persistieron durante semanas, dispuestas a todo porque no tienen nada que perder.
La reforma la pagan los altos ingresos
Ahora gobierna una coalición liderada por Gustavo Petro que manifiesta la voluntad política de cambiar de rumbo hacia un desarrollo más equitativo, sostenible y humano. Uno de sus puntales es la reforma tributaria que echaban de menos los expertos del foro del Externado durante la pandemia. Dicha reforma empieza a corregir la falta de progresividad en el impuesto sobre la renta y amplía la base tributaria a través de la eliminación de odiosas gabelas y exenciones mediante las cuales los más adinerados dejaban de pagar su parte. Por ejemplo, los dividendos que constituyen el 99 por ciento de los ingresos de los más ricos, ahora se sumarán con los ingresos laborales en una cédula general para hacer parte de la base líquida gravable sobre la cual se aplicarán tarifas progresivas.
Con todo, los dividendos seguirán teniendo un tratamiento especial con una deducción del 19 por ciento sobre la tarifa general para compensar la llamada doble tributación. Las ganancias ocasionales se aumentan del 10 al 15 por ciento, lo cual hace que este otro ingreso de los más pudientes pague tarifas reducidas, frente a las más altas de los ingresos laborales. En plata blanca, quienes devengan más de 20 millones de pesos mensuales pagarán 2 de cada 3 pesos del recaudo estimado para personas naturales y las grandes empresas el resto, para un total de 20.5 billones de pesos que permitirán financiar las necesidades sociales.
Sector minero-energético a devolver privilegios
Mención especial merece el tratamiento que esta reforma le da al sector minero-energético que atraviesa una bonanza de precios internacionales por la guerra de Ucrania y la decisión de los países productores de limitar la oferta para obtener mejores beneficios por la venta del petróleo. Se trata de un sector que se ha beneficiado de un tratamiento tributario generoso durante varios años y que en esta coyuntura está recibiendo mayores recursos y por tanto tiene mayor capacidad de tributación. En línea con las corrientes internacionales, quienes más tienen deben aportar un mayor esfuerzo para que los platos rotos del manejo de las crisis acumuladas no lo sigan pagando quienes menos tienen. A estos, no les queda espacio en el cinturón para apretarlo más abriendo un nuevo hueco.
Hacia un nuevo consenso más equitativo
Los opositores de la reforma señalan que esta frenará la recuperación del aparato productivo y la generación de empleo. Se basan en el relato de la ideología del Consenso de Washington que los hechos han dejado atrás. Tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Central Europeo han hecho recomendaciones más en línea con la reforma tributaria colombiana que con las tesis de sus críticos, en lo que empieza a configurar un nuevo consenso en materia fiscal. El FMI regañó a Gran Bretaña por proponer bajar los impuestos a los ricos con el cuestionado argumento de aumentar el empleo y el Banco Central Europeo instó a sus gobiernos a gravar más a los ricos, todo ello con el fin de financiar a los sectores vulnerables y trabajadores que son los primeros golpeados en todas las crisis.
De manera más general, el G7 ha planteado reemplazar el Consenso de Washington con el Consenso de Cornwall que pretende recuperar protagonismo al Estado, plantea mínimos tributarios a las grandes empresas multinacionales, busca enfrentar el cambio climático, relieva la solidaridad y el bien común dentro de la concepción de una prosperidad compartida con los pobres del planeta. En un viraje en pleno desarrollo y Colombia con el Gobierno Petro avanza en la dirección correcta. En este enrarecido clima económico mundial, a la reforma tributaria no se puede culpar de la crisis. Todo lo contrario, los recursos sanos que aportarán quienes mayor capacidad de pago tienen son esenciales para enfrentarla con algún grado de éxito.