Por Clara López Obregón
La conferencia en la Universidad Javeriana del profesor Francis Fukuyama, (El Fin de la Historia), coincidió con la publicación de la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al Estado colombiano por el genocidio de la Unión Patriótica.
Repitiendo el significante de “enemigo interno” que aparece como elemento motivante de la sentencia, el profesor afirmó que “La mayor amenaza al liberalismo en América Latina viene de la izquierda progresista” (ET Entrevista del 5 de febrero). ¿De verdad? Y lo afirma en el país del genocidio de un partido político opositor de izquierda bajo una democracia liberal.
La construcción narrativa de la izquierda progresista como la mayor amenaza al liberalismo hace eco de las estigmatizaciones y generalizaciones de ese “enemigo interno” que sirvió para amparar el genocidio de la UP. La sentencia cita al ministro de defensa del gobierno Barco, General Rafael Samudio (sin mencionar su nombre), diciendo que “el verdadero enemigo” era la Unión Patriótica (parr.410). En el Curso de Defensa Nacional (Cidenal), conocido como el de ascenso de los generales al que invitan a civiles, un profesor en “guerra jurídica” explicaba que las ONG de derechos humanos eran más peligrosas que las FARC. La afirmación de Samudio fue en 1986, esa promoción del Cidenal en 2009 y Fukuyama, la semana pasada; ejemplos de 37 años de la misma práctica discursiva estigmatizante que fue ampliamente difundida durante el prolongado genocidio de la UP.
Ese discurso es el reflejo de la ideología incorporada a los manuales militares de la guerra fría que achacaban la inconformidad social y política al comunismo, el “enemigo interno” que justificó convertir a la población civil en objetivo militar de la lucha contrainsurgente. Lastimosamente aún pervive en varios sectores de la institucionalidad, la academia y la prensa y ello constituye una amenaza al derecho a la no repetición. Las estadísticas de asesinatos de líderes sociales, reclamantes de tierras y excombatientes muestran cómo este derecho está severamente amenazado.
Fukuyama también es autocrítico frente a las élites ilustradas de la democracia liberal y dice, en primera persona plural, que “nos volvimos complacientes” y que ve “una derecha que no quiere renunciar a ninguno de sus privilegios y una izquierda que quiere destruir lo que venía de antes”.
Su gran crítica es que la izquierda es populista, que arrasa con todo, que es autoritaria y sus soluciones “no parecen ser las adecuadas.” La izquierda tampoco considera adecuadas las fórmulas de privatización de lo público, de desmantelamiento del Estado y de precarización laboral del modelo neoliberal. También califica la represión de la protesta social de autoritaria y critica que ciertas élites de América Latina y Colombia hayan concentrado tanto poder mediático, económico y político. Ese es el meollo del debate democrático. Hay que darlo, sin recorrer el viejo camino del señalamiento del contendor político como el “enemigo interno” y “amenaza” para el liberalismo.
Hay una disputa sobre el contenido de la democracia. Ésta, además de elecciones libres y la división del poder, debe garantizar el pleno ejercicio los derechos civiles y políticos y la realización progresiva de los derechos sociales prestacionales, económicos, colectivos, de participación y ambientales. Descalificar a la izquierda progresista con el relato estigmatizante del populismo peligroso por ganar las elecciones para buscar universalizar los derechos, deslegitima la democracia electoral. Si no es con las elecciones, entonces ¿cómo? Pareciera que el nuevo enemigo interno es el populismo de izquierda, en reemplazo del anticomunismo que exterminó a la Unión Patriótica y a tantos miles de militantes de izquierda en el Cono Sur y en toda América Latina. La invitación es a no repetir la historia.