Por: Clara López Obregón
La Paz Total es un anhelo nacional, una utopía si se quiere, hacía la cual está dirigido, al lado de la justicia social y la justicia ambiental, el programa del Gobierno Petro. Si no se plantea la paz total, ¿cuál es la paz a la que aspira cualquier sociedad? Una paz imperfecta, una paz parcial, una paz para algunos dirán los pragmáticos. Pero esa paz no inspira a superar los estadios de logro hasta ahora obtenidos, que son muchos pero insuficientes.
Esta semana se ha abierto paso la discusión de la Paz Total. Primero, en entrevista con Yamid Amad, el Alto Comisionado de Paz, Danilo Rueda, dio a conocer los principales ejes del entendimiento buscado con distintos y disímiles actores armados: el ELN, con el cual se reasume el proceso interrumpido al comienzo del Gobierno Duque; las disidencias de las FARC-EP, que se apartaron desde un comienzo de las conversaciones y el Acuerdo de La Habana y los grupos armados ilegales como las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), que las autoridades rebautizaron el Clan del Golfo. No todos tendrán el mismo tratamiento jurídico, pero con todos avanza la exploración de su voluntad de paz. Respecto de la Nueva Marquetalia es de resaltar que el hecho de haberse salido del proceso de paz no les quita su carácter político.
Después, se hizo pública una de esas reuniones exploratorias sostenida por Danilo Rueda, acompañado de un observador de Noruega y un integrante de la misión de las Naciones Unidas, con las cabezas visibles de las disidencias de las FARC-EP. Entonces saltó la liebre. Los negociadores de paz del gobierno Santos, al unísono, descalificaron la reunión, el comunicado y hasta la utilización del nombre de FARC-EP en cabeza de las disidencias. Pareciera que no entienden que este es un proceso distinto que, sin desconocer el surtido en La Habana, tiene un modelo distinto de negociación y de relacionamiento con la contraparte y de entronque internacional.
El modelo que avanza es territorialmente descentralizado y despojado -diría yo- del santanderismo puntilloso que casi hace zozobrar el Acuerdo de la Habana, y atiende las especificidades de cada actor armado para la aplicación de la normatividad que a cada cual le corresponda, según su carácter. Por ejemplo, ha dicho el Comisionado Rueda que el gobierno respeta la denominación que cada grupo se da, es decir, reconoce la realidad, sin que ello implique el desconocimiento del Acuerdo de Paz, ni de sus firmantes, hoy agrupados en el partido político Comunes. Lo propio respecto de las AGC. Las cosas son como son y pretender que se llamen distinto poco aporta y más bien detrae en materia de confianza.
Otra realidad es que la guerra contra las drogas, iniciada hace cuarenta años, continúa a pesar del creciente consenso sobre su fracaso. Esa guerra que alimenta y potencia la violencia en Colombia, también debe llegar a su fin. Durante los años recientes, en el continente suramericano se ha venido produciendo una restructuración transnacional del narcotráfico con gravísimas implicaciones para gobiernos y comunidades. Un ejemplo de ello es el asesinato del fiscal paraguayo Marcelo Pecci en las Islas del Rosario, ordenado por un grupo de narcotraficantes brasileros y ejecutado por sicarios colombianos. De ahí también que la Paz Total exija nuevos modelos de negociación y llamados al diálogo que trasciendan a nivel continental.
No es casual que un eje del discurso del presidente Gustavo Petro ante Naciones Unidas haya sido la necesidad de detener esa guerra. “Yo les demando desde aquí, desde mi Latinoamérica herida, acabar con la irracional guerra contra las drogas... Les propongo y los convoco a América Latina para ello, dialogar para acabar la guerra. No nos presionen para alinderarnos en los campos de la guerra. Es la hora de la PAZ, afirmó ante la asamblea mundial y agregó: “Mientras dejan quemar las selvas, mientras hipócritas persiguen las plantas con venenos para ocultar los desastres de su propia sociedad, nos piden más y más carbón, más y más petróleo, para calmar la otra adicción: la del consumo, la del poder, la del dinero.”
Ya lo decía el expresidente Santos en la Cumbre de las Américas hace diez años, como lo relata en reciente entrevista al Diario El País-Colombia, “Hay que abolir la prohibición. La evidencia demuestra que de lo contrario esta guerra tendrá consecuencias cada vez peores. Por eso desnarcotizar las relaciones es totalmente adecuado, y si Asia o el Medio Oriente no quieren, pues que lo haga toda América.”
La Paz Total es exigente, es ambiciosa, es necesaria para Colombia y para todo el continente americano. Es una utopía que expande los horizontes de lo posible.