Por: Migdalia Arcila
En el marco de la reciente crisis diplomática entre Colombia y Estados Unidos, el mensaje emitido por el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, en su cuenta de X, es una perfecta radiografía de los problemas estructurales que aquejan a nuestro país. En el mensaje en cuestión, Fico convoca a los alcaldes del país a unir fuerzas y viajar a Washington D.C. para explicarle a Trump que “Petro no nos representa” e insiste que esto es un asunto de suma urgencia dado que los Estados Unidos “durante diferentes gobiernos ha contribuido a nuestra seguridad nacional, crecimiento económico y despliegue del turismo internacional.”
Fico tiene toda la razón. Un presidente que exige el respeto mínimo que merece cualquier ser humano, independientemente de su estatus migratorio, no representa a la oligarquía colombiana. Por supuesto que es motivo de indignación el trato deshumanizante que Estados Unidos le da a los inmigrantes –el cual ha sido un rasgo común de todas las administraciones anteriores a Trump—, y lo son más aún las amenazas de bloqueo económico como respuesta a una demanda completamente justificada de parte del presidente Petro. Sin embargo, más que indignante es muestra de una aberración absoluta que algunos colombianos consideren escandalosa, innecesaria e incluso peligrosa la defensa de la dignidad humana. La creencia en una dignidad condicionada es el sin-sentido conceptual en el que se funda el elitismo colombiano. Esta es la creencia en que hay personas que merecen ser maltratadas, personas de las cuales no vale la pena hablar o defender, personas cuyos intereses y seguridad jamás figuran en las agendas políticas si no es para manipularlas. Esos “nadies” del poema de Eduardo Galeano –los que van “muriendo la vida, jodidos, rejodidos”— son los que el partido del Pacto Histórico prometió representar y defender. Entonces sí, Fico tiene toda la razón, Petro no lo representa a él ni al resto de la élite colombiana con delirios de realeza criolla.
Fico además tiene razón en otra cosa. Estados Unidos ha sido, en efecto, un aliado fundamental para el modelo de seguridad nacional. Ahora bien, este modelo confunde el concepto de “seguridad”, entendido como la sensación de protección que promueve el bienestar humano y social, con el concepto de “defensa,” que requiere un enfrentamiento activo con una amenaza percibida. Nuestro modelo de seguridad está basado en la retórica de identificar y perseguir a un enemigo. Como los explica el tomo Hallazgos y Recomendaciones del Informe Final de la Comisión de la Verdad, este concepto del “enemigo” ha mutado a lo largo de la historia reciente de Colombia en función de su relación con los Estados Unidos. En las décadas de 1960 y 1970, el enemigo en Colombia se entendía como la “amenaza comunista” o “la insurgencia,” reflejando el lenguaje de la Guerra Fría. Durante la administración de Richard Nixon y su guerra contra las drogas, el enemigo pasó a ser “el narcotraficante,” una etiqueta que todavía se usa hoy en día. Más tarde, después del ataque a las Torres Gemelas en 2011, el gobierno colombiano comenzó a utilizar los términos “terroristas” o “narcoterroristas” para designar los objetivos del modelo de seguridad/defensa nacional. Así, al menos desde mediados del siglo XX hasta el final de la administración de Iván Duque en 2022, Colombia no ha adoptado un marco propio para comprender sus problemas de seguridad, paz y orden público.
Sin embargo, este modelo ha demostrado ser un fracaso total en un país con una de las cifras de desplazamiento interno más altas del mundo (6.8 millones a finales de 2022) y un conflicto armado que ha dejado al menos 450.664 muertos y 121.768 desaparecidos, todo esto a pesar de contar con el aparato militar más grande, costoso y mejor entrenado del continente después de los Estados Unidos.
El mensaje de Fico es una radiografía fiel del servilismo histórico de nuestros gobiernos ante el imperialismo dictatorial de Estados Unidos. Un servilismo ignorante que se nutre de copiar modelos y de sembrar miedos y paranoias que nos pertenecen y no tienen por qué definirnos. Es por esto que algo tan mínimo como exigir un trato digno y respetuoso se convierte en un acto tan disruptivo. Es por esto que la dignidad de nuestros connacionales les parece una extravagancia tan innecesaria a los que llevan toda una vida de rodillas, repitiendo como letanías los designios gringos.