Por: Mauricio Jaramillo Jassir
El ataque del ELN en el Catatumbo en el que fueron asesinadas al menos 34 personas (entre ellas 7 firmantes de paz) es la comprobación de que la Paz Total requiere de mayores apoyos por parte de políticos (gobierno y oposición), medios de comunicación y en general de la sociedad civil.
La indignación por este violento ataque de la guerrilla debe canalizarse en dos sentidos. De un lado, entender que la suspensión anunciada por el gobierno es lógica, pero de otro, no perder de vista la necesidad de mantener un esquema de diálogo en el que la paz no se desvalorice de cara a la ciudadanía. Esto es insistir en el desescalamiento o en la mal llamada “humanización” del conflicto para evitar y acabar de tajo una violencia sistemática que tiene a la población de Arauca, Catatumbo, Cauca y Nariño, entre otros, en la zozobra. En el pasado reciente, Wilson Arias lo planteó con claridad meridiana, los grupos armados le siguen haciendo el juego a los sectores más reaccionarios y guerreristas al boicotear lo que podría ser una de las últimas oportunidades para contar con una administración progresista y fuerzas en el Congreso afines a una salida negociada. Nos están conduciendo sin retorno a un escenario similar al de febrero de 2002, cuando el entonces mandatario Andrés Pastrana ordenó la retoma de la zona desmilitarizada en el sur del país y se allanó el camino para la llegada de Ávaro Uribe Vélez. Colombia vivió en tres mandatos (dos de Uribe y el primero de Santos) las épocas más dramáticas de autoritarismo con una persecución abierta a opositores y medios de comunicación, una reforma ilegítima a la Constitución despojándola de su espíritu al introducir la reelección y declarando una guerra abierta en la que el Derecho Internacional Humanitario quedó en pausa.
Colombia corre el riesgo de que con miras al 2026, la extrema derecha, más radical hoy que hace 23 años, manipule a su favor esta dramática situación e imponga desde los centros de poder la falsa ilusión de que la única salida es militar. El libreto lo conocemos, es la guerra total con hijos ajenos, supone las muertes de jóvenes de las Fuerzas Militares a quienes les pedirán sacrificios que jamás serán recompensados. Para la muestra la forma como militares han entregado información sobre ejecutados extrajudicialmente (mal llamados falsos positivos) mientras los políticos siguen intactos pontificando sobre “lo divino y lo humano” sin asomo de responsabilidad política o penal.
La Paz Total necesita de una corrección urgente para que se vean avances concretos mientras se mantiene el diálogo. Petro tiene todo cuesta arriba pues, a diferencia de Santos, tiene apenas 4 años, parte del establecimiento saboteando los diálogos y, para rematar, medios que solo informan sobre la negociación en momentos de crisis. Colombia dejó de lado que se llegó a avances como un cese al fuego durante medio año que significó calma en regiones habituadas a la guerra. Esto último no puede significar condescendencia con una guerrilla que sigue incurriendo en crímenes de guerra tal como dijo el mandatario. Sin embargo, la crítica actualidad requiere de un apoyo masivo a la población de los departamentos más golpeados por esta violencia y que no está exigiendo un fin de la negociación, como sí correcciones para concretar el tal desescalamiento. La paz cuesta, increíble que en Colombia sea impopular, pero se requiere de un apoyo que hasta ahora ha sido tímido, todo porque en los centros de poder la violencia se simplifica y se reduce. Ésta es la mejor oportunidad para descentralizar la paz, ojalá medios de comunicación, políticos y generadores de opinión lo vean con perspectiva histórica.