Por: Juan Felipe Franco
No yo no traicioné a mi gente, sino ellos a mí. De modo que sí, aunque el hogar permea cada tendón y cada cartílago de mi cuerpo, a mí también me da miedo ir a casa.
Gloria anzaldua
Hace más de dos semanas que el gobierno británico anunció la exigencia de visa para las ciudadanas y los ciudadanos colombianos que solicitaran acceder a su país. La respuesta del gobierno colombiano, apelando a la dignidad cultural identitaria, fue la de proponer también la exigencia de visas para personas británicas. Las opiniones alrededor de lo anterior fueron variadas; desde considerar un acierto el posicionar nuestra dignidad, hasta justificar las razones por las que el gobierno británico tomó esta decisión.
Lo curioso es que esta terminó siendo una conversación muy clasista. Finalmente, la opinión giró alrededor de las personas que ven a Londres (porque es el lugar que más se desea conocer de Gran Bretaña) como un lugar posible. Al resto de la gente la discusión le parecía más bien extraña o externa.
El involucrarse en estas discusiones siempre ha parecido entrometerse en disputas solo les corresponden a las personas que consideran la posibilidad de salir del país. Para el resto de las personas esta es una discusión ficticia que no corresponde a una realidad que siempre es muy doméstica. El no considerar la posibilidad de viajar, sea con visa o sin visa, consolida un desbalance que encierra la experiencia en una percepción reducida del mundo. El mundo es solo este país para muchas y muchos.
Intentando profundizar en la opinión que se estaba construyendo al respecto, encontré algunas afirmaciones comunes: la de hacer referencia a la cultura colombiana (que si es expulsiva) como la responsable de que un país activará de nuevo una barrera que, aunque simbólica, significa la eliminación de nuestras existencias en este. Como ya lo mencioné, esta eliminación no es inocente, se fundamenta en construcciones clasistas, racistas y coloniales de nuestras vidas y nuestros cuerpos.
Algunas personas afirmaron que este era el destino al que estábamos condenados por ser colombianos. También se afirmó que todo era consecuencia de una pésima gestión de las relaciones exteriores en el gobierno de Gustavo Petro. Existían un millón de variables, pero todas tenían un nivel de relación con la existencia de una condena eterna por ser colombianos. Como somos colombianos estamos condenadas y condenados a que nuestra cultura nos devore, y si estamos de suerte, tal vez podamos movernos libremente en este país. Algunos otros afirmaron que la responsabilidad era de la falta de oportunidades en Colombia (lo cual es verdad). El asunto es que todos estos argumentos responsabilizan a nuestros cuerpos por ser parte del sur y parecen formar un consenso en la existencia de una condena eterna a nuestras vidas por habitar estas tierras.
Toda esta discusión me recordó al libro escrito por una de las grandes pensadoras de la frontera, Gloria Anzaldua, que en su libro Borderlands -o La Frontera en español- dedica una gran discusión a la responsabilidad de la cultura cuando se habita un borde.
En el capítulo titulado “La herida de la india-mestiza”, Anzaldua nos posiciona en una lectura sobre la cultura que señala y que además nos responsabiliza por nuestras lenguas y por nuestro color de piel. Refiriéndose a la cultura mestiza como una experiencia de culpa, que se agudiza cuando esta experiencia se entrelaza con otras variables como la de ser mujer, Anzaldua menciona:
La peor traición reside en hacernos creer que es la mujer indígena en nosotras quien traiciona. Nosotras, indias y mestizas, actuamos como policías hacia nuestra india interior, la maltratamos y la condenamos. La cultura masculina ha hecho un buen trabajo con nosotras. Son las costumbres que traicionan. La india es mí es la sombra (1987, p.64).
Si nosotras y nosotros revisamos la manera en la que nuestra cultura nos condena, parece que es posible volvernos externos a ella. El asunto es que somos parte de la cultura, ella camina con nosotras y nosotros y también nos consumimos a otros por los sentidos que nos da esta cultura. Si nos mantenemos en esto, ¿cómo logran algunas y algunos separarse de esta cultura sintiéndose totalmente externos?
Desconociendo las razones que obligan a millones de colombianas y colombianos a salir de sus hogares y buscar otras alternativas de vida en el exterior, el justificar la violencia simbólica hacia nuestra cultura por las razones que la fundamentan es querer separarse de manera poco real de una cultura a la que todavía pertenecen. Las decisiones de barrera no tienen nada de inocente y no se pueden justificar bajo el hecho de “exceso de solicitudes de asilo”. Los países que acostumbraban a liderar procesos coloniales le tienen miedo a la colonización porque se sienten cuerpos sin posibilidad de invasión. Y cuando sienten que algo así está sucediendo -la invasión-, son esos mismos cuerpos -el cuerpo blanco- el que regulan este fenómeno.
Aunque en mi experiencia existencial y física he tenido que experimentar las traiciones culturales, cuando es todo un cuerpo colectivo el que se ve expulsado yo me vuelvo policía de mi cuerpo y de mi cultura. Las preguntas y la defensa con las potencias coloniales hoy en día parecen una pérdida de tiempo. Al parecer el mestizaje solo es funcional para la convivencia interna en nuestro hogar.
Aunque yo tenga miedo de habitar en mi hogar, la condena cultural la deben cargar otros cuerpos. Suficiente hemos tenido con años de colonización para responsabilizarnos de mantener la cultura que sostenemos.
Que primero se responsabilicen ellos y así van a perderle miedo a la “invasión”.
Referencias
Anzaldua, G. (1987). Borderlands/la Frontera: La nueva mestiza. Madrid: Capitán Swing.