Por: Migdalia Arcila
El 15 de enero de este año fue quizás uno de los días más emotivos para los que hemos estado pegados de las pantallas siguiendo día a día la masacre que Israel impunemente ha cometido en Gaza. Finalmente se había firmado y anunciado un acuerdo conducente al cese al fuego y a una pacífica reconstrucción del territorio que había sido bombardeado incesantemente durante los últimos 15 meses. Pese a la certeza de que Israel violaría el acuerdo, pese a la rabia y la sensación de absurdo de ver cómo Estados Unidos amasa a su antojo los destinos de tantos pueblos, me fue imposible no llorar de felicidad y admiración al ver a los palestinos en Gaza celebrar el acuerdo.
El 27 de enero, sabiéndose victoriosos y dueños de su tierra, más de 300.000 palestinos emprendieron el camino de regreso a la parte norte de la franja de Gaza. En medio de los miles de personas haciendo la trabajosa caminata y documentando los pormenores del retorno, las declaraciones que una niña palestina concedió a Al Jazeera resumen perfectamente el espíritu de resistencia con el cual se han identificado tantos movimientos sociales alrededor del mundo. Con la claridad y fortaleza que les faltan a casi todos los líderes mundiales, esta niña simplemente mira la cámara de frente y dice: “Este es mi mensaje para la ocupación israelí: ¿Qué les hizo pensar que podían derrotar a un pueblo como el nuestro, a unos guerreros como los nuestros? La tierra es nuestra, la historia es nuestra, las raíces son nuestras, en cambio ¿ustedes qué tienen?”
La resistencia palestina, en sus más de 75 años de historia, nos ha proporcionado un repertorio invaluable de razones para la esperanza y la admiración. Sin embargo, ese sentimiento de profunda admiración y empatía que naturalmente produce el presenciar las celebraciones del cese al fuego en Gaza y el retorno de miles de desterrados, no puede colapsar en un optimismo ingenuo. El proyecto de limpieza étnica sobre el cual se funda el “Estado” de Israel es un proyecto de largo aliento. Como se ha repetido hasta el cansancio, el genocidio que hemos visto por más de 15 meses no es simplemente una respuesta desmesurada al ataque del 7 de octubre de 2023, no es una operación militar anti-terrorismo y, menos aún, una legítima respuesta de autodefensa por parte de la entidad sionista. El genocidio en Gaza es la progresión natural de un proyecto colonial cuyo propósito es la apropiación y explotación del territorio palestino. Pruebas irrefutables de esto son las más de 100 veces que Israel ha violado el acuerdo firmado con Hamas, la desfachatez con la que Trump anunció su plan para desplazar de manera definitiva a la población de Gaza, y el recrudecimiento de la violencia que las fuerzas de ocupación israelí y los colonos ilegales han desatado en Cisjordania desde la firma del acuerdo.
Uno de los elementos centrales en el acuerdo de cese al fuego es el intercambio de prisioneros. Hay más de 11.000 palestinos detenidos en centros de tortura de los cuales se tiene amplia evidencia y que no pueden ser descritos como nada menos que campos de concentración nazis. El estado de desnutrición, maltrato físico y psicológico en el que los palestinos son liberados, así como sus testimonios detallando los abusos a los que son sometidos, deberían ser suficientes para movilizar a la comunidad internacional. Por supuesto, este no es el caso. Además de ignorar estas flagrantes violaciones a los derechos humanos, las grandes potencias mundiales son cómplices de un ejercicio truculento de matemáticas genocidas: Israel ha liberado 358 rehenes palestinos como parte del acuerdo firmado en enero, pero al mismo tiempo ha detenido otras 380 personas en Jenin y Tulkarem (Cisjordania) como parte de la denominada “operación muro de hierro.”
Ahora bien, no solo estamos presenciando lo que podría ser la culminación del robo ilegal de los territorios de Cirsjordania (donde a la fecha viven al menos 60.000 ciudadanos estadounidenses de manera ilegal), sino que además se supone que deberíamos seguir repitiendo la retórica mediocre del liberalismo estadounidense de acuerdo a la cual la aniquilación del pueblo palestino es tan solo el daño colateral de un “conflicto.” Este es probablemente uno de los momentos más absurdos en la historia moderna, un momento en el cual no solo se nos pide ignorar el fracaso y la impotencia de los organismos supranacionales para hacer valer los derechos humanos, condenar el legítimo derecho a la resistencia por parte de un pueblo que ha soportado más de 75 años de ocupación, sino además celebrar a los perpetradores como los defensores de la democracia, la diversidad y la igualdad.