Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Nos hemos acostumbrado a que se diga que el fascismo es cosa del pasado. Cada denuncia es repelida por el lugar común de una supuesta intransigencia de la izquierda que termina por catalogar todo aquello con lo que discrepa como facho. Insistir en que el fascismo murió con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial es simplemente una nueva forma de negacionismo muy peligrosa que habla de hasta qué punto los discursos de odio, supremacismo (una revivida forma de racismo) y darwinismo social han ganado un espacio legitimándose como pocas veces en la contemporaneidad. El propósito de esta columna es uno solo: poner en evidencia la existencia del fascismo con un agravante mayor, se legitima y normaliza por el papel de los medios a niveles que deberían generar preocupación. Ya lo había expresado en otra columna en este mismo portal a la que titulé “Fascismo criollo”. En ella denuncié cómo en América Latina, una zona donde los nacionalismos no habían gozado de éxito, se han estrenado los discursos antiderechos, racistas y revisionistas.
Se suele decir que la esencia del fascismo es la defensa del Estado, por el célebre lema de Benito Mussolini “todo dentro del Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. El eslogan no pretende una defensa de la intervención del Estado en la economía como la que promueve hoy el progresismo, sino que resume su espíritu nacionalista. En especial en la primera mitad del siglo XX cuando las naciones europeas estaban en plena disputa por los apetitos geopolíticos. El Estado es una reivindicación nacionalista, por ende, anti cosmopolita tal como lo es por estos días una extrema derecha que se considera anti globalista.
El reconocido canal de televisión RCN, anunció que no trasmitiría la posesión de Nicolás Maduro pues se trataba de un acto que según su director “agrede las libertades y la democracia y frente al que no se puede ser neutral”. Lo extraño es que cuando se trata de Gaza, el canal ha mostrado neutralidad y se ha abstenido de editorializar calificando la situación de genocidio. También es llamativo que el canal haya defendido la entrevista a Carlos Castaño, máximo líder de las Autodefensas Unidas de Colombia en 2000. Primero lo hizo Caracol en horario prime y cuando apenas habían trascurrido diez días de una de los peores episodios de la violencia para, la masacre del Salado donde más de un centenar fue masacrado con motosierras y martillos, es decir, donde tuvieron lugar las más execrables formas de tortura. A mediados del año, RCN siguió el ejemplo. No pasó mucho tiempo para que Castaño apoyado en ambas entrevistas sacará su libro, Mi Verdad, que pronto se convirtió en un best-seller y se vendería su imagen como una víctima de la guerra reduciendo la violencia paramilitar a una suerte de venganza al estilo Rambo. En enero de 2001, tuvo lugar la masacre de Chengue en el departamento de Sucre. Poco importó que El Salado se convirtiera en pueblo fantasma. RCN que hoy anuncia que no se puede ser neutral frente a Maduro, jamás ha pedido una disculpa por participar del lavado de cara de los paras. Quien escribe esta columna no está asegurando que el tercer mandato de Maduro sea legítimo, sólo considera llamativa la ausencia de consistencia en la defensa de una línea editorial comprometida con los derechos humanos. ¿Por qué el veto sobre Maduro no se extiende a Benjamín Netanyahu? ¿Se condena a Maduro por autoritario o más bien, se trata de disentir ideológicamente usando un medio de comunicación? ¿No hubiese sido más coherente transmitir e informar sobre las violaciones a los derechos humanos en Venezuela con analistas? ¿Se van a dejar de transmitir las incitaciones al odio de mandatarios como Bolsonaro, en su momento, o Milei o de políticos como Cabal o Polo Polo?
Privar de información a la ciudadanía con la premisa de la defensa de los derechos humanos abre la puerta a la posibilidad de que los medios decidan, no contar ni cubrir eventos donde de manera arbitraria consideren que la democracia esté en riesgo. Si ese fuera su papel, tampoco podrían darle la palabra a Polo Polo o a Darío Acevedo cuando promueven el revisionismo y revictimizan cruelmente a las víctimas del conflicto. Ocurre todo lo contrario, reproducen a más no poder estas versiones lacerantes para quienes han sufrido las consecuencias de la guerra. Sin que nos demos cuenta, seguimos normalizando un fascismo anti derechos, negacionista y que ha convertido el darwinismo social en su derrotero. La idea de estos medios es que sus audiencias “no miren hacia arriba”.