Por: Mauricio Jaramillo Jassir
La relación entre medios de comunicación y democracia es cada vez más compleja. La libertad de prensa es un valor esencial para que prevalezca el Estado de derecho como el acceso a la información consagrado en el artículo 20 de la Constitución. Esta semana dos hechos nos muestran cuán amenazado está ese derecho: el fin de las emisiones del noticiero CM& y el anuncio de la candidatura de Vicky Dávila, símbolo de una prensa al servicio de intereses ideológicos y corporativos que confunde informar, analizar y formar con disuadir, convencer y adoctrinar.
La entrada al ruedo de Dávila confirma que el campo de la información hace parte de la disputa política y que siempre tuvo razón Antonio Gramsci al aludir a una hegemonía cultural e ideológica como cimiento del poder de la clase dominante. Esta semana en Señal Colombia y en la Radio Nacional, la filósofa argentina Luciana Cadahia recordaba que la labor de la prensa no consiste en simplemente transmitir información, sino que debe analizar o deconstruir el discurso político, es decir, explicar a fondo los ángulos de la noticia y poner en evidencia lo que los hechos en sí no siempre muestran. Dávila representa el periodismo que desplaza el análisis por la búsqueda gratuita de la controversia basada en los descalificativos, las noticias falsas, los titulares tendenciosos y la información parcial, incompleta y no contrastada. Cuando la noticia llega, el principal criterio de publicación no es la relevancia, sino su contribución al proyecto político de la extrema derecha que consiste en la aniquilación de los discursos progresistas o de derechos humanos.
Semana y La FM se han convertido en la máxima expresión de la posverdad y del recurso abusivo a la manipulación para confirmar prejuicios y agredir, no al oficialismo, sino en general a la extensión progresiva de derechos humanos según las pautas de la Constitución de 1991. El clasismo, el racismo y la censura están a la orden del día. A quien fuera hasta hace poco director de La FM se le permitió censurar en vivo a la entonces ministra Jhenifer Mojica, sin asomo de pena le cortó el micrófono y la sacó del aire después de que cuatro periodistas bajo su mando la emprendieran contra la funcionaria. El comunicador tuvo que meterse con los intereses de los patrocinadores de la COP16 para ser removido de su cargo, una tesis que manejan los medios pero que nadie se atreve a confirmar. De confirmarse la conclusión es clara: se defienden más los intereses corporativos y de clase que la libertad de expresión. A Vélez se le permitió callar a una ministra en vivo, insultar a un expresidente ecuatoriano, pero no meterse con la corporación. Su salida no es ninguna victoria para la prensa, sino la fría comprobación de cómo opera el poder del establecimiento.
La ubicación de Dávila en la campaña se fue cocinando conforme Semana fue adoptando su línea editorial con miras a la elección 2026. Así como Elon Musk puso la red social X al servicio de Trump con resultados que saltan a la vista, el semanario colombiano duró todo este tiempo al servicio de la campaña de la extrema derecha. La FM ya lo había hecho con Iván Duque cuando en el paroxismo del servilismo, Luis Carlos Vélez proponía retos de rock en total desconexión con las necesidades de la gente. Como Trump y Musk, Dávila ha operado apelando al discurso del odio, convirtiendo los prejuicios anti derechos y reaccionarios en parte de la línea editorial cada vez más ideológica, de acuerdo con los patrones del modelo de Rupert Murdoch (Canal Fox) donde se coquetea con insólita frecuencia con las noticias falsas.
Nada de lo anterior debería llevar a la conclusión que el periodista jamás puede aspirar a un cargo político o de elección popular. No lo inhabilita haber ejercido como comunicador, el problema está en haber utilizado dicho medio durante varios años con propósitos electorales y no informativos. Semana ha abusado de su poder y ha puesto en evidencia la lógica oligopólica de los medios en Colombia. Un conglomerado que responde a intereses de clase y que ha apoyado efusivamente la radicalización de la derecha en Colombia. La única forma de contrarrestar este fascismo aliado de algunos medios consiste en el desarrollo de canales contrahegemónicos, populares y comunitarios. Aunque la correlación de fuerzas es abismalmente desigual, esta lucha es un deber indeclinable.