Por: Alejandro Mantilla Q.
Esta columna contiene spoilers.
Hay muchas opciones para evitar el aburrimiento de las tardes de domingo. En el servicio de streaming de Movistar Plus+ ya se encuentra El ascenso de los multimillonarios, un documental sobre Jeff Bezos (Amazon), Bill Gates (Microsoft), Mark Zuckerberg (Meta, Facebook) Elon Musk (Tesla, Twitter), Larry Page y Sergey Brin (Google). En Netflix ya se puede ver la última temporada de Black Mirror; recomiendo el episodio titulado Joan is Awful, sobre una ejecutiva cuya vida es transmitida en un servicio de streaming. Si prefiere la nostalgia de los noventa, en HBO Max encuentra todas las temporadas de La niñera (The Nanny); le recomiendo La Huelga (episodio 13 de la segunda temporada), protagonizado por una Fran Drescher radiante cuyo personaje se niega a interrumpir una manifestación de trabajadores en huelga, a pesar de las presiones de su jefe. En la escena siguiente, ante un nuevo reclamo de su patrón, la niñera Fran Fine responde con un gesto enfático: "lo siento, pero los Fine no cruzan piquetes. Va contra nuestra religión"[1].
Fran Drescher es la presidenta de SAG-AFTRA el poderoso sindicato de trabajadores de Hollywood que reúne a actrices como Meryl Streep, Jennifer Lawrence y Charlize Theron, o a actores como Ben Affleck, David Duchovny y Ben Stiller. Tres décadas después de protagonizar un capítulo titulado La Huelga, Drescher pasó a liderar una. El pasado jueves SAG-AFTRA decidió unirse al gremio de escritores y guionistas agrupados en Writers Guild of America cuya huelga inició a principios de mayo. Es la primera huelga de actores y actrices desde 1980 y la primera huelga conjunta de actores y guionistas en 63 años[2]; pero lo más importante: es su primera huelga en tiempos del capitalismo de plataformas.
La peculiaridad de las plataformas radica en su amplia capacidad para extraer y administrar datos. En palabras de Nick Srnicek, “los datos son la materia prima que debe ser extraída y las actividades de los usuarios, la fuente natural de esa materia prima”[3]. Las plataformas configuran un modelo de negocio basado en infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen: Google proporciona una plataforma para anunciantes y un motor de búsqueda disponible para oferentes de contenido digital; Uber ofrece un canal para la interacción entre conductores y pasajeros; Facebook o Instagram habilitan interacciones directas entre los usuarios; Rappi y otras aplicaciones de domicilios enlazan a restaurantes, repartidores y consumidores. Por lo anterior, las plataformas más exitosas procuran vincular el mayor número de usuarios, para generar el mayor número de interacciones y así captar el mayor número de datos. Además, a diferencia del capitalismo industrial, las plataformas asumen baja inversión en capital fijo y tratan a sus trabajadores como si fueran sus usuarios. Uber no invierte en automóviles sino en servidores, y no contrata conductores con horario y derecho a la seguridad social, sino que capta usuarios que aportan datos sobre recorridos, horarios, velocidades y preferencias. En Instagram, Youtube o Twitter, la monetización funciona como una recompensa para los usuarios que logran que otros pasen más tiempo en la plataforma, aportando más datos que permitan segmentar preferencias conforme a edades, géneros o lugares de residencia. El capitalismo de plataformas anula los tiempos muertos en los que no hay productividad, pues cada viaje en Uber, cada llamada de Whatsapp, cada cortejo instantáneo en Tinder, o cada like en Instagram es un modesto aporte a la gran minería de datos.
Tales tendencias tienden a reforzarse con los desarrollos en inteligencia artificial que tienen mayor capacidad para el procesamiento de volúmenes de información en ascenso. ChatGPT, por ejemplo, se basa en el texto que aparece en plataformas como Twitter, mientras las máquinas que procesan imágenes se apoyan en bancos de internet que reúnen el trabajo de artistas, como ArtStation[4]. En suma, si las utilidades de Uber o Rappi se derivan de la interacción entre usuarios no laboralizados, las IA se apropian del trabajo de artistas, científicas o usuarios que alimentan la web con obras de arte, con la divulgación de artículos académicos, o con las polémicas de redes sociales que aportan información relevante.
La huelga de guionistas de Estados Unidos busca que los grandes estudios acepten un número mínimo de guionistas para cada proyecto, un aumento salarial para los escritores junto a mejoras en sus planes de seguridad social y un pago justo de los residuales, esto es, la tarifa que las plataformas de streaming pagan a las escritoras por las nuevas emisiones de series viejas. Los actores y actrices también luchan por mejores salarios y seguridad social, en un sindicato que no solo reúne a las luminarias de la alfombra roja, pues también vincula a miles de artistas poco conocidos por el gran público, con salarios bajos e inestabilidad laboral. Sin embargo, el punto crucial para los dos sindicatos es la explotación del trabajo de sus afiliadas sin su consentimiento, un riesgo latente en tiempos de procesamiento de texto a gran escala y de herramientas de inteligencia artificial como el deepfake, que pueden simular la actuación de personas a partir de imágenes ya existentes. Precisamente, en el capítulo Joan is Awful, de la última temporada de Black Mirror, se alude a esta posibilidad, con una Salma Hayek interpretada por una computadora cuántica que se ahorra la actuación de la artista (les dije que había spoilers).
La huelga de guionistas, actrices y actores de Hollywood deja, al menos, tres lecciones. La primera lección muestra que los cambios suscitados en el capitalismo de plataformas, y los desarrollos más recientes en Inteligencia Artificial, afectan seriamente al mundo del trabajo y que buena parte de las luchas inmediatas de la clase trabajadora tendrán alguna relación con la regulación de estas tecnologías. Tal vez la figura de María Cano se fusione con la de Sarah Connor. La segunda lección indica que los debates contemporáneos sobre la tecnología no pueden soslayar su dimensión política: las plataformas, los datos, los algoritmos, se administran en el marco de unas relaciones de propiedad desiguales que propician nuevas formas de explotación, pues el cambio tecnológico tiende a redefinir las relaciones capital-trabajo. Detrás de cada plataforma hay un magnate que ha aprovechado las políticas de desregulación de los Estados y se ha lucrado gracias al trabajo ajeno. La tercera lección señala que las luchas obreras también pueden apuntar a políticas de redistribución que propicien un uso creativo, democrático e igualitario de la tecnología.
Por último, un reconocimiento. Estos esfuerzos de la clase trabajadora no son exclusivos del entorno neoyorkino o californiano. En Colombia, la Asociación Colombiana de Actores (ACA) ha promovido reflexiones similares sobre el trabajo de las y los artistas, tales reflexiones no están del todo lejanas del esfuerzo de sus colegas allende fronteras.
[1] El fragmento puede verse aquí https://www.youtube.com/watch?v=s3sSHF7w_D4 Una lúcida reflexión sobre ese episodio y las raíces obreras y judías de Drescher fue escrito por Evelin Frick: https://www.heyalma.com/the-nanny-taught-me-to-never-ever-cross-a-picket-line/
[2] https://elpais.com/cultura/2023-07-13/hollywood-se-asoma-al-abismo-los-actores-convocan-a-la-huelga-y-paralizan-la-industria-del-entretenimiento-en-ee-uu.html
[3] Srnicek, N. Capitalismo de plataformas, Caja Negra, 2018, p. 42.
[4] Ver el excelente hilo de Dani Sanchez-Crespo sobre el scrapping web: https://twitter.com/DaniNovarama/status/1675430637790978050?s=20