Por: Alejandro Mantilla
“En la Argentina de la dictadura yo quería ser un beatnik”, cuenta Juan Forn. Como tantos adolescentes con inquietudes semejantes, siente la urgencia de fraguar una revista cultural junto a sus amigos.
En un viaje de ascensor, el potencial comité editorial conversa sobre su proyecto cuando los escucha el vecino del noveno piso, y como tantos adolescentes con inquietudes semejantes, encuentran un mentor. Bendita sea la habilidad para la escucha de ese vecino, pues en adelante les regalará libros, discos, revistas y les recomendará las mejores películas que harán de esos jóvenes unos amantes del American way of life. Como tantos vecinos, el señor tiene una hija, y como tantos adolescentes con inquietudes semejantes, el grupo de aspirantes a beatniks se enamoran de la muchacha, lo que llevó a la ruina la relación con su cómplice. Pasan décadas, la revista se frustra, los amigos se separan, vuelve la democracia, juzgan a los militares, llega Menem, se va Menem, llega el corralito, llegan los Kirchner, Forn escribe con disciplina e ingenio una crónica que se publica cada viernes y se reencuentra con la hija del vecino, que le confiesa que su difunto padre era un agente de la CIA. El vecino del noveno piso era un integrante del UCIS, el Departamento de Extensión Cultural de la Embajada, la fachada de la central de inteligencia gringa. La capacidad de escucha del vecino no era una afortunada casualidad, sino una cultivada habilidad.
El 15 de septiembre de 1970, en las semanas previas a la posesión de Salvador Allende como presidente de Chile, Richard Nixon se reunió con Agustín Edwards, director del grupo empresarial El Mercurio S.A.P, propietario de diarios como El Mercurio y La Segunda. Un día antes, Edwards se había reunido con Richard Helms, entonces director de la CIA, con el fin de solicitar un golpe que evitara la posesión del nuevo presidente chileno. Tras las reuniones de Edwards en Washington, la CIA proporcionó seguros de vida, armas, municiones y miles de dólares en efectivo para ejecutar un plan que incluía el secuestro del general René Schneider, entonces jefe de las Fuerzas Armadas chilenas, para obligar una modificación de la cúpula militar que diera paso a la jefatura de militares hostiles al nuevo presidente. El 22 de octubre de 1970, el general retirado Roberto Viaux dirigió un operativo que no logró su objetivo, pero dejó gravemente herido al general Schneider, quien falleció tres días después. El congreso ratificó a Allende el 24 de octubre. Un cable publicado en agosto del presente año, revela que el 23 de octubre de 1970 Nixon llamó a Henry Kissinger, quien afirmó que era “probablemente muy tarde” para frenar la posesión del nuevo presidente.
En 1976, Milton Friedman, el profesor de la Universidad de Chicago recibió el Nobel de economía. Un asistente a la ceremonia de entrega gritó ¡Friedman, go home!, para protestar por el apoyo del laureado a la política económica de la dictadura de Pinochet. Desde la década de 1950, la CIA financió la formación de economistas chilenos en la Universidad de Chicago. En los años siguientes, los economistas se afincaron en la Universidad Católica, y se convirtieron en los protagonistas de “el Club de los lunes”, un grupo financiado por los banqueros chilenos a inicios de los setenta. En 1975, Pinochet encargó a algunos miembros de ese club de renegociar los créditos con el Fondo Monetario Internacional, lo que propició un giro en política económica que auspició la reversión de las nacionalizaciones efectuadas por gobiernos anteriores, así como la apertura de inversiones privadas en la industria pesquera y la maderera, la privatización de la seguridad social y los recursos públicos.
En diciembre de 1973, tres meses después del golpe de Estado contra Allende, un periodista de la BBC entrevistó al almirante José Toribio Merino, integrante de la Junta militar, quien afirmó: “Somos una especie de nueva experiencia. España se deshizo del comunismo durante una guerra larga, a nosotros solo nos tomó seis horas… Si tomamos el ejemplo de España, a la mayoría de los comunistas los asesinaron en la guerra, ya no tenían. Pero nosotros sí tenemos, así que debemos convencerlos, y esa es nuestra misión múltiple, socialmente hablando, y lo estamos haciendo”.
Una misión múltiple, confiesa el golpista. Pinochet y la Junta Militar no son el simple reflejo de la brutalidad genocida que se tomó el poder por la fuerza. Sus mecanismos fueron múltiples, entrelazados y efectivos. El almirante golpista mintió al decir que tomarse el poder solo les tomó seis horas, pues su operación arrancó mucho antes de la victoria de Allende. Empezó con la calculada formación de economistas afines a Friedman, con la financiación de proyectos culturales y con la planeación de operaciones militares. La economía neoliberal, la poesía y la fuerza bruta se entrelazaron en un solo proyecto de larga duración.
En 1970, Henry Kissinger escribió un memorando dirigido a Nixon en el que puede leerse: "El ejemplo de un gobierno marxista electo en Chile seguramente tendrá un impacto -e incluso sentará precedente- en otras partes del mundo, especialmente en Italia; la propagación de fenómenos similares en otros lugares por la vía de la imitación, afectaría a su vez significativamente el equilibrio mundial y nuestra propia posición en él". La alusión a Italia es definitiva. Ese país tenía el Partido Comunista más grande de Europa, y bajo la dirección de Berlinguer tendía a crecer en la intención de voto. Pero a menudo se olvida que el PCI contaba con algo que pocos partidos similares tenían: pensamiento. El PCI fue el partido de Pasolini, de Visconti, de Luporini, Cacciari y Rossanda. Un partido que promovía una política cultural creativa, distanciada de las restricciones soviéticas, y una vía democrática al socialismo. No es casual que mientras el joven Forn quisiera ser un beatnik, impulsado por un funcionario de la Embajada gringa, en América Latina seguían corriendo los vientos del boom literario latinoamericano afines a Casa de las Américas en La Habana.
“Vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas”, escribió Allen Ginsberg, un verdadero beatnik, en uno de los mejores poemas del siglo XX. Quienes promovieron la lucha contra el socialismo sabían que su eventual derrota solo sería posible si perdía su poesía. También sabían que esa pérdida solo sería posible mediante el asesinato de los poetas y la privatización de la cultura.
En su novela Estrella distante, Roberto Bolaño cuenta la historia del teniente Carlos Wieder, un militar encubierto entre la época final del gobierno de Allende y el inicio de la dictadura de Pinochet, que participa activamente en desapariciones forzadas y sesiones de tortura de integrantes o simpatizantes de organizaciones de izquierda. En sus ratos libres, el teniente se dedica a la poesía, la crítica literaria y exposiciones de fotografía donde concita a lo mejor de la intelectualidad derechista chilena. En una de esas sesiones expone las fotos de detenidos durante las torturas infligidas por él mismo. Wieder representa la estrategia múltiple del golpe y la derrota de la poesía.