Por: Alejandro Mantilla Q.
La palabra hebrea usada para nombrar al personaje de Satanás también alude a un adversario, o a un agente que tiene la capacidad de bloquear u obstaculizar. En griego, la palabra skandalon hace referencia a la piedra que se interpone en la vía de un caminante. Ese parecido lingüístico resultará decisivo para los padres de la iglesia católica, pues la tentación es un obstáculo similar al tropiezo que impide el camino recto. La tentación es el obstáculo, el escándalo que impide la buena marcha.
Tres semanas separan a nuestras dos fiestas patrias. Tres semanas decisivas para los tres años venideros. Tres semanas marcadas por obstáculos, escándalos y tentaciones. El 20 de julio, la oposición obstaculizó los planes del gobierno al elegir la nueva Presidencia del Senado y la nueva Presidencia de su comisión primera. El escándalo llegó una semana después, con la captura del hijo mayor del presidente. La tentación del primer primogénito de la Nación fue doble: se apropió de dineros de dudoso origen y aceptó pactar con su acusador (curiosamente, en la tradición judía Satanás actúa como un fiscal). Si el dios cristiano sacrificó a su hijo para salvar a los pecadores, el pecador, Nicolás, prefirió sacrificar al padre para poder asistir al nacimiento de su hijo.
La oposición adversaria del gobierno no ha logrado superar su carencia de liderazgo unificador, pero ha logrado bloquear iniciativas cruciales para el gobierno. En suma, profundizan su carácter de obstáculo a los procesos de cambio, en lugar de actuar como alternativa política con un claro proyecto de nación. La oposición de derecha se contenta con torpedear el cumplimiento del programa de gobierno y apostar al paulatino desgaste del primer mandatario. Tal vez intuyen que parte de su tarea es ejercida por la propia coalición de gobierno. Ante los problemas de la oposición, bienvenido el autosabotaje. La división del partido verde propició la derrota en la Presidencia del Senado y la acción de parlamentarios liberales ha sido decisiva para el hundimiento temporal de las reformas laboral y de salud. Es sintomático que los dos escándalos más significativos que ha enfrentado el gobierno nacional no afloren por las denuncias de parlamentarios de derecha, sino por el fuego amigo de un embajador con insaciables deseos burocráticos y por las denuncias de la antigua nuera del presidente. Por cierto, las dos situaciones tienen el mismo origen: las alianzas de la campaña presidencial en la costa caribe.
El principal problema que enfrenta el gobierno de Gustavo Petro es verse privado de la narrativa del cambio. Para un gobierno que se precia de ser el primero agenciado por la izquierda, es catastrófico que sea identificado como representante de las prácticas tradicionales cuyo rechazo canalizó la movilización social de las últimas décadas, los estallidos sociales de 2019 y 2021 y los resultados electorales de 2022. Por eso para la oposición de derecha, y para una parte del centro político, la caída en tentación de Nicolás Petro es la muestra de la inconveniencia del experimento del cambio, el principio del final de una anomalía histórica.
En ese orden, el panorama actual bien podría decantarse hacia el enfrentamiento de tres proyectos en cierto sentido conservadores. Una izquierda en el gobierno, debilitada por sus propios escándalos y sin capacidad de mantener la narrativa del cambio. Una derecha sin vocación de solucionar la crisis social que ella misma ha generado y que espera retornar al gobierno como si su manejo exclusivo del Estado fuera parte de la predestinación y el orden natural. Un centro sin vocación de poder, sin capacidad de convocatoria y sin proyecto alternativo de Estado y modelo económico. En suma, tres expresiones distintas de la inmovilidad política, de la imposibilidad de transformación democrática profunda.
Sin embargo, el gobierno de Gustavo Petro aún tiene herramientas para conjurar la crisis, recuperar la iniciativa política y mantener la narrativa del cambio. En primer lugar, en un régimen presidencialista el ejecutivo controla buena parte del gasto estatal, del diseño de la política pública y de las acciones gubernamentales. Los avances de la política de reforma agraria, la puesta en marcha del ministerio de la igualdad, la transición energética o los ajustes en la política educativa bien pueden dar frutos que fortalezcan a la actual administración. Por otro lado, la ambiciosa política de paz puede generar buenos resultados en el mediano plazo, si se corrige la marcha. En tercer lugar, un diálogo más fluido -y menos instrumental- con los movimientos sociales puede permitir la consolidación de una alianza política de largo aliento que desborde el inmediatismo electoral y consolide una ruta de confianzas mutuas hacia un programa democrático. Por último, el gobierno, y la izquierda que participa de la administración deben evaluar con objetividad las consecuencias perversas que ha traído la alianza con sectores del establecimiento que tienen nula vocación democrática y conocida voracidad burocrática.
Vale la pena recordar que la palabra ‘apocalipsis’ viene del griego ἀποκάλυψις o ‘revelación’. Otros prefieren traducirlo como “quitar el velo”, o si se quiere, salir del engaño.
Coletilla: la confección de listas y la entrega de avales por parte de la coalición del Pacto Histórico dejó muchos sinsabores y pocos aciertos. Insistir en listas cerradas sin procedimientos democráticos y dejar para última hora el trámite de los avales, seguramente pasará factura en las elecciones de octubre. La no inclusión de Carlos Carrillo en la lista al Concejo de Bogotá es apenas una muestra de los errores del Pacto. Un proyecto electoral sensato con vocación de poder no dejaría fuera de concurso al mejor concejal del período anterior. Pero de todo vemos en la viña del señor.
La calle, la política pública y la narrativa del cambio