Por: Alejandro Mantilla Q.
“Creo saber de dónde procede toda esta agitación, esta llamada radicalización, este clamor aventurero y revoltoso”, especulaba el presidente Alberto Lleras Camargo ante el ascenso de la movilización que desafió al Frente Nacional. La frase revela el carácter de una dirigencia convencida de que el rechazo a sus políticas debía rastrearse en alguna procedencia remota, en maniobras de agentes externos o en las conjuras de los sospechosos de siempre, y no en el descontento ocasionado por la constante exclusión política, por la persistencia de la desigualdad y por la estrechez de miras de esa dirigencia tradicional. La frase también miniaturiza una época de agitación que en muchos sentidos forjó un parteaguas en nuestra historia. Una etapa rica en esfuerzos renovadores, en cambios de mentalidad y en frustraciones colectivas.
En la brega de mostrar el espíritu de esa época, Camilo Castellanos compuso Un clamor aventurero y revoltoso, trabajo póstumo que acaba de ver la luz gracias al afortunado ejercicio editorial de los Libros del Dos de Bastos. Acierta Hernán Darío Correa al afirmar que el libro es “una suerte de historia mínima de los años sesenta”, pero la década retratada por Castellanos abarca desde el golpe de Estado de Rojas Pinilla —cuando el general más popular era el general regocijo, gracias al derrocamiento de Laureano Gómez—, hasta las polémicas elecciones del 19 de abril de 1970 cuando el regocijo no tuvo lugar. Largos años sesenta, del golpe al fraude, que redefinieron una voluntad de transformación que hoy sigue teniendo impacto.
Un clamor aventurero y revoltoso. Contexto de la formación de la voluntad insurgente, retrata una paradoja constitutiva de nuestra historia: múltiples esfuerzos emancipadores, democráticos y revolucionarios en tensión con un régimen político impermeable a cambios profundos. Castellanos muestra las características del régimen político del Frente Nacional, esboza los cambios sociales posteriores a La Violencia de mediados de siglo —con énfasis en los acelerados procesos de urbanización— y elabora perfiles de personajes cruciales para la época. Pero sobre todo, el libro muestra los principales motores de ese clamor de revuelta que marcó la época. La voluntad insurgente incluye los paros cívicos como constante creación y recreación popular, el arribo del sindicalismo independiente, la renovación del movimiento estudiantil y los cambios en la universidad, los vientos de cambio en la iglesia católica gracias al Concilio Vaticano II, el surgimiento de las insurgencias y la transformación de las violencias, la publicación de los Estudios sobre el subdesarrollo colombiano como un gesto decisivo para la intelectualidad crítica, los gestos transgresores del nadaísmo, la ruptura generada por la crítica de arte de Marta Traba, los vientos de la Revolución cubana, las transformaciones de la izquierda propiciadas por el conflicto Chino-Soviético y el papel de las fuerzas políticas alternas al bipartidismo, en especial la Anapo y el Movimiento Revolucionario Liberal.
A lo anterior se suma un triple crisol tan implícito como decisivo, pues la lectura de Castellanos se asienta sobre la búsqueda de renovación moral e intelectual, parte de la teoría de la hegemonía gramsciana, en una comprensión del tiempo y la historia deudora de Walter Benjamin y en una lectura del pensamiento de Ernesto Laclau sobre la formación del sujeto popular como articulación de demandas.
El libro también acierta al recuperar la memoria de personajes cuya valía ha tendido a desconocerse en los últimos tiempos. Figuras como el sacerdote Vicente Mejía, firmante de la primera declaración de Golconda y protagonista de las luchas urbanas en Medellín; el estudioso Mario Arrubla, autor de uno de los libros más relevantes para la caracterización de la formación social colombiana; Gonzalo Arango, los impulsos poéticos y su posterior giro conservador a expensas del buque Gloria; la labor crítica de Marta Traba, profeta del cambio en el arte colombiano, defensora de la universidad pública, perseguida por el gobierno de Lleras Restrepo; o intelectuales conservadores hoy poco recordados como Andrés Holguín o Camilo Vásquez Carrizosa.
A mi juicio, el libro no sólo retrata una época, también plantea lecciones sobre la historicidad y la política colombiana. En primer lugar, concibe la voluntad insurgente como una innovación, lo que lleva a cuestionar las actitudes conservadoras que también campean en nuestra izquierda, o a destacar impulsos renovadores que florecen en lugares inesperados, como el papado de Juan XXIII. Asimismo, considera esa vocación renovadora como un proceso de larga duración, en contravía del reciente complejo de Adán que ubica las tentativas democratizadoras en movilizaciones recientes. En tercer lugar, muestra el contraste entre un país político que pacta para proteger sus privilegios al precio de abandonar sus reivindicaciones —como los liberales que olvidaron su defensa del Estado laico al momento de forjar la alianza con los conservadores— y la expansión de las energías populares subalternas que se rehusaron a someterse o a abandonar sus propósitos. Por último, Castellanos muestra las barreras a la voluntad de innovación, que se ejemplifica con el inveterado conservadurismo de una iglesia suspicaz frente a las nuevas corrientes teológicas, o una izquierda que no comprendió la importancia de las propuestas de Arrubla, Traba o el Nadaísmo.
No obstante lo anterior, me atrevo a sugerir que la preocupación de Camilo Castellanos no era la larga década de los sesenta, ni el carácter de los cambios en la formación social, ni los procesos que confluyeron para forjar nuestra voluntad insurgente. Su pregunta era más profunda. El leitmotiv del libro es la pregunta por el tiempo histórico. En sus palabras: “El tiempo no es un mar quieto y muerto en donde nadan los acontecimientos […] la dimensión que es el tiempo se llena con la experiencia individual y colectiva. Esta dimensión, impregnada de diversidad por la dinámica de la sociedad, tiende a constituir un tiempo común a través de la comunicación de las experiencias”.
La voluntad insurgente perseguida por Camilo Castellanos se ha forjado en la comunicación de experiencias que han variado nuestra comprensión del tiempo vivido. Son los esfuerzos compartidos y las experiencias colectivas las que han cambiado nuestra comprensión de la historicidad y la temporalidad. La genuina voluntad insurgente ha sido una experiencia compartida. En eso Camilo Castellanos supo ser un ejemplo de tiempo vivido y clamor revoltoso. Su libro es un testimonio más de esa constante voluntad.