Por: Julián Cortés
Algunos niños no saben de donde vienen los huevos. Si le preguntamos a varios niños o niñas del mundo de donde viene la leche, una parte de ellos nos dirá que del supermercado. Las ciudades contemporáneas se han construido de tal manera que no permiten que la gente del común se acerque al campo ni conozca como se producen los alimentos. Las ocupaciones laborales, el afán de las ciudades, la aceptación del supermercado como el único camino y el más fácil para conseguir los alimentos, nos desconecta de la realidad rural.
Es probable que nunca pasen por la cabeza de un consumidor promedio las penurias que tiene que pasar un campesino o campesina para producir el kilo de papa que se compra en el supermercado. Esta comprensión de la realidad campesina es tan pobre que resulta mas fácil aspirar a un descuento de un producto de la mano de un campesino que pensar en la posibilidad de pedirle al cajero de una gran superficie que nos dé una rebaja sobre el precio del mismo producto. Tal vez por esa extraña fascinación que tienen muchos colombianos con los empresarios a quienes diríamos “que pena pedirles un descuento” y tan poca empatía y simpatía por el campesinado a quienes si nos atrevemos a ponerle el precio a su trabajo. Así las cosas, es muy fácil exigir en las tiendas precios baratos sin considerar la merecida dignidad laboral que debería tener el campesino por el desarrollo de su trabajo en el campo.
Trabajar la tierra es duro. Romper el suelo con un azadón, subirse a un tractor varias horas bajo el sol, recolectar café con un canasto colgado en el cuello, remolcar bultos de fertilizantes montaña adentro son tareas que difícilmente podemos hacer y comprender quienes nos ganamos el pan con un menor esfuerzo físico. Las necesarias políticas públicas para recuperar el campo, ampliamente diagnosticadas (subsidios, acceso a tierras, asistencia técnica, carreteras, acceso a mercados, comercialización, etc.), son fundamentales para el cambio rural que esperamos los colombianos, pero no bastan para completar la tarea. La revalorización del trabajo campesino pasa por un necesario trabajo cultural que permita a quienes viven en las ciudades entender la complejidad de la economía campesina, más allá del romanticismo que produce en algunos viajar al campo o tener una finca para veranear los fines de semana.
En esa dirección, varias ciudades del mundo han dado pasos interesantes para producir alimentos en los mismos centros urbanos y para vincular de una manera mas activa a los consumidores con los productores campesinos. Particularmente conocí y fui parte de la granja agroecológica ASC (CSA, Community Supported Agriculture por sus siglas en inglés) Ommuurdde Tuin, una granja liderada por mujeres en la ciudad de Wageningen de los Países Bajos que asocia a mas de 200 familias que consumen más de 400 variedades de hortalizas y vegetales producidas en una hectárea. Wageningen, de la mano de la universidad de la misma ciudad, ha dado un paso sustancial hacia la sostenibilidad enfocándose en la producción y consumo local de alimentos agroecológicos y orgánicos, no solamente a partir de la iniciativa de sus mismos habitantes sino también gracias al apoyo del gobierno local. Así, actualmente hay cerca de una veintena de granjas ASC que producen alimentos para una pequeña ciudad de no mas de 50 mil habitantes. Los costos y la huella de carbono dejada en la producción de estos son mínimos en tanto los alimentos no viajan largas distancias para ser consumidos y los consumidores también se involucran en algunas partes de la producción como la cosecha, así no solo pagan menos que en el supermercado, sino que también viven una experiencia familiar durante una tarde o un sábado de esparcimiento.
En Colombia la experiencia de los ASC es muy reciente, y no hay más de diez experiencias a nivel nacional, una de las cuales es nuestra granja Semilla Campesina fundada hace cerca de dos años en La Calera. En su inicio proveíamos alimentos a cerca de 50 familias que nos ayudaron parcialmente a sembrar y a cosechar los alimentos que la granja produce. Los campesinos de la zona, acostumbrados por la revolución verde a usar “fumigo” (como llaman a la práctica tradicional de echarle veneno a la comida para garantizar la sostenibilidad del negocio), nos veían con incredulidad al no usar químicos para cultivar nuestras hortalizas y que percibían con extrañeza este esquema de no tener que lidiar con intermediarios para sacar nuestras hortalizas. En el parque la Esmeralda de la ciudad de Bogotá también se ha gestionado de manera comunitaria un jardín agroecológico que se encuentra ya en funcionamiento y cuanta con más de tres años de experiencia. Allá los niños pueden compartir con patos, gallinas y curíes que caminan libremente por el parque. Hasta la policía del CAI se ve involucrada en el cuidado de los animales. En Antioquia y otros departamentos otras experiencias han ido tomando forma y ya tenemos un ejercicio de coordinación y promoción de ASCs en Colombia.
Los esquemas de ASC varían, van desde la producción en granjas cercanas a los centros urbanos donde las familias van y cosechan lo que necesitan pagando una cuota mensual y sin restricción de tomar lo que deseen, hasta la instalación de esquemas donde las granjas se convierten en un mercado vivo donde los consumidores cosechan y luego pagan por las unidades que se llevan para sus casas.
Sin lugar a duda las granjas ASC son esquemas de Economía Social y Solidaria. Las implicaciones de estas granjas agroecológicas son múltiples. Desde la posibilidad de brindar a las familias alimentos a bajos costos, el reciclaje de los desechos orgánicos de las familias asociadas para producir compost, hasta el impacto educativo en los niños y niñas quienes tendrían un espacio pedagógico y de trabajo colectivo con sus familias y la construcción de comunidad en torno a la granja. Hay experiencias en otras latitudes de granjas vinculadas al apoyo psicológico de niños con síndrome de Down, autismo y otros trastornos, así como apoyo a adultos con problemas de estrés y depresión. Sin lugar a dudas, conectarse con la tierra y las actividades agrícolas podría ser una alternativa viable para la creciente epidemia capitalista de la depresión.
Sin embargo, el proceso de masificación de este tipo de estrategias puede ser lento si las iniciativas vienen solo desde la gente. El apoyo del Estado, como ocurrió en Wageningen, podría ser fundamental para fortalecer este tipo de estrategias. Vuelve la burra al trigo, y por tanto el apoyo del nuevo gobierno que propone el fortalecimiento de la economía campesina podría apoyarse en este tipo de estrategias, prescindiendo del repetido y ya desgastado esquema de los “mercados campesinos” como la única alternativa, donde como ya lo hemos podido comprobar, el intermediario se pone la ruana y termina haciendo lo mismo que hace desde abastos, comprando y revendiendo lo que otros producen y posando de campesino en estos mercados.
Algunas estrategias que proponemos desde este articulo podrían ser: el fomento de esquemas de ASC que creen conexiones directas entre granjas campesinas y población urbana; el diseño y la implementación de estrategias comunicativas intensivas alrededor de esta misma necesidad que le muestren a los consumidores que pueden asociarse a granjas a menos de una hora de su ciudad; el fomento de la música campesina, fiestas, eventos culturales que reivindiquen al sujeto campesino; y la promoción del voluntariado y del trabajo colectivo entre habitantes del campo y de la ciudad en granjas que permitan entender las dinámicas laborales del campo.
El trabajo cultural es arduo. Durante décadas nunca se propuso al campesino ni se puso en práctica otro esquema de producción al que promovía la revolución verde ni otro esquema de comercialización distinto al de las plazas de abastos y la intermediación. Sin lugar a duda, promover la Agricultura Sustentada por la Comunidad, podría ser fundamental para el propósito de la recuperación de la economía campesina, pero sobre todo como estrategia cultural para la promoción de la identidad campesina y el reconocimiento del campesino como sujeto de derechos recientemente aprobado en una ley de la República. La demora nos perjudica.