Por: Diana Sánchez
65 años lleva el lema Dios y Patria en el escudo de la Policía Nacional, se estableció durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, en 1957. Se trata de una dupla de palabras con grandes connotaciones y carga simbólica en la vida nacional, que en tiempos recientes se ha convertido en campo de disputa entre quienes defienden a ultranza la institución policial, a pesar de la ilegitimidad y la consiguiente desconfianza de la ciudadanía, producto de la evidente corrupción y la violación de derechos humanos en los últimos años, y quienes proponen su transformación estructural de acuerdo con un enfoque de seguridad humana y búsqueda de la paz.
Invocar a Dios como lema sobrepasa la simbología del escudo. Los agentes policiales saludan y pronuncian hasta el fervor esta palabra, como muletilla en todos los espacios físicos y virtuales, sin importar la contradicción explícita con la Constitución Política que define a Colombia como un Estado laico donde impera la libertad religiosa y de cultos. Sobre este asunto la Corte Constitucional se ha pronunciado y sentenciado, pero ha encontrado oídos sordos. El cuestionamiento es inequívoco, que la Policía invoque al dios católico como fuente de protección y seguridad es un acto discriminatorio con las demás iglesias y comunidades de fe, que a pesar de ser minorías, están cobijadas por la igualdad de derechos de la Carta Política. Lo mismo sucede con los agnósticos y ateos quienes, aún en absoluta minoría, son sujetos de los mismos derechos.
Este lema, además de vulnerar el derecho a la igualdad de quienes no profesan la religión católica, encierra el problema de creer que al invocar a la divinidad celestial la ciudadanía puede estar tranquila en su integridad física. El crecimiento exponencial de la violencia en el país es el indicador diario de esta débil certeza.
La Constitución Política es clara en describir a Colombia como un Estado social y democrático de derecho, con enfoque de derechos humanos, dotado de instrumentos jurídicos y políticos para materializar las garantías y libertades de los y las colombianas. Seguir invocando el poder divino para la protección del pueblo es muestra de anacronismo y del pensamiento casi feudal de la institución.
Se suman a esta alegórica figura, las permanentes liturgias católicas en los actos y eventos realizados por la Fuerza Pública. De esta manera -también discriminatoria de otras creencias-, se abusa del poder institucional cuando se asume una misionalidad evangelizadora, que corresponde exclusivamente a las iglesias y organizaciones religiosas. En América Latina, sólo dos países, además de Colombia, llevan en su emblema policial las palabras Dios y Patria: Honduras y Perú. Las demás naciones evocan sus mandatos de orden, respeto a la ley, servicio y hasta seguridad social en Ecuador.
Quizás menos problemática -pero igualmente subjetiva y con alta carga emocional- sea la palabra Patria. Constitucionalmente este vocablo no tiene enunciación y sólo aparece de manera marginal en el artículo 150. A diferencia de conceptos propios del derecho público como Estado, Nación, Territorio, Soberanía y País, la palabra patria está más relacionada con sentimientos afectivos y con el sentido de pertenencia hacia el lugar de nacimiento, crianza o acogida, por tanto, se relaciona más con las costumbres y apegos a culturas o territorios.
Para la Fuerza Pública se trata de una palabra mayor. Es símbolo de su máxima expresión de lealtad, fidelidad, heroísmo, valentía, entrega y compromiso. Para policías y militares, la patria es sinónimo de tierra sagrada, incólume e inviolable, de ahí que ellos mismos se consideren verdaderos patriotas. Por el contrario, quien no profese tal apego y pundonor, es simplemente antipatriota. Sin duda, una connotación cuestionable para un país con una historia cargada de simbologías problemáticas, particularmente cuando se esgrimen y defienden de manera subjetiva y apasionada desde una institucionalidad que ha esgrimido tal concepto para señalar a la disidencia ideológica y política como ‘enemigo interno’ y justificar su persecución.
Patria es una palabra de raíces profundamente machistas, patriarcales y jerárquicas, relacionada con el poder del padre y el ejercicio del poder superior: patricios y patriarca. A pesar de que su acepción es femenina “la patria”, toda su connotación es masculina. Seguir evocando este término como emblema de una institución como la Policía, contradice el sentido de las luchas feministas y emancipadoras de la mujer que, hoy en día, sin duda debe tocar esferas verticales y sexistas de la Policía. Pero también desafía las búsquedas del actual gobierno que se ha propuesto destacar el rol directivo de las agentes de policía y militares, mucho más allá de las instrucciones patriarcales.
Ser buen ciudadano no pasa por creer en Dios o ser patriota, si esto fuera cierto, la corrupción, la violencia, las violaciones a los derechos humanos, la criminalidad y el saqueo a manos llenas del erario para felicidad de amigos y familiares del oficialato, no sería pan de cada día en las corporaciones policiales y militares. En cambio, cumplir con rigor y ética pública la función como agentes estatales, sí se traduce en bienestar, garantías y protección para la ciudadanía.
Pensar en conceptos que evoquen las libertades, las garantías, el bienestar social y la seguridad humana para dimensionar el valor de la institución policial, son retos interesantes y transformadores, y apelando un poco a la neurolingüística, contribuirán a la materialización de la dignidad humana de los y las colombianas, en coherencia con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Constitución Política de 1991.
*Directora Asociación Minga