Por: Margarita Irene Jaimes Velásquez
En Colombia suele ocurrir que siempre falta el centavo para el peso. Con bombos y platillos se viene celebrando el reconocimiento constitucional del campesinado como como sujeto de especial protección: se le reconocen derechos con enfoque diferencial y garantiza la consulta previa a las comunidades campesinas. Esto indudablemente es plausible en un Estado que poco ha trabajado para garantizar sus derechos fundamentales.
Por fin, lo rural es importante para la nación. Pero como no existe felicidad perfecta, pregunto ¿los pescadores no hacen parte de la población rural? ¿el mar y los otros cuerpos de agua no son parte de lo que denominamos territorio? Y hasta ahí llegó mi felicidad. Otra vez, las miradas cortoplacistas de nuestros eméritos funcionarios dejaron por fuera a la población que subsiste, comercia y habita el agua como su territorio.
Leyendo la exposición de motivos con la que los magnánimos ponentes argumentan el reconocimiento del sujeto campesino, concluyo que, al igual que el campesinado que trabaja la tierra, las pescadoras y pescadores también viven en la zona rural y en las cabeceras municipales. Igualmente, para entenderles debe tenerse en cuenta la dimensión sociológico-territorial, es decir, su estrecha relación con el territorio por medio de su trabajo. Lo mismo, podemos decir de la dimensión socioeconómica, puesto que existe una relación del trabajo con la naturaleza y la biodiversidad. Desde la dimensión sociocultural cuentan con un modo específico de vivir, de pensar y de estar en el territorio. Para la muestra, los horarios de faena de la pesca son totalmente distintos a los de otras actividades agropecuarias; para ellos y ellas, el trabajo inicia en la madrugada, de ahí que, en las tardes se les vea descansando en una hamaca, no por flojos, sino porque su labor terminó.
Dicho esto, encuentro más similitudes que divergencias. Ambos viven y habitan la ruralidad, incluso, la comparten. El mar y los cuerpos de agua continentales son una expresión del territorio, territorio que es vivo, que impregna dinámicas especiales. Los peces son un producto y la pesca, es en sí misma una expresión de la cultura, de la identidad y del tejido social. Lo único distinto, es la marginalidad histórica de lo marítimo y lo ribereño. Los pescadores y pescadoras suelen estar por fuera de los referentes urbanos y también rurales. Son un sector social que está en los márgenes de la sociedad, pues su trabajo está fuera del espacio físico de fácil acceso, por ello, no se ve ni se entiende en sus justas proporciones.
Me perdonan los que saben de estos temas, pero creo que esto, en este país, ahonda sus raíces en la discriminación racial. Preguntemos ¿quienes habitan los litorales? ¿Quiénes las islas? Pues, mayoritariamente, población negra. Por ejemplo, cuando queremos hablar de trabajo y esfuerzo, hablamos del campesinado, no del pescador o pescadora. No se valora de la misma manera el hecho que diariamente exponen su vida, que se despiertan a las 2 o 3 de la mañana para iniciar la jornada, que el sol cunicular les abraza la piel desde las 8 a.m. hasta que terminan la jornada. Que enfrentan los vientos y las mareas con denuedo y esperanza. Que su sabiduría ancestral para leer las estrellas, los vientos y las aguas siempre los trae a casa. Que no requieren brújulas para moverse en ese vasto territorio del cual no son propietarios.
Después de este arrebato intempestivo de emociones, pienso que es un error asimilar lo rural con lo agrario, pues se deja de lado a otros sectores productivos igual de importantes para la economía y para la identidad nacional. Las pescadoras y pescadores existen en Colombia y, además, son personas negras o afrocolombianas. Estos al igual que el campesinado están expuestos a los mismos acontecimientos políticos, económicos y sociales, así como a los impactos del conflicto armado interno.
Escribo estas breves líneas esperando que algún congresista cuando se coma un bocachico en cabrito, una mojarra con patacón, unos camarones encocados o una langosta al ajillo, analice que en su plato está el producto de dos actividades igualmente importantes. Estamos a tiempo para cambiar la historia, el campesinado se lo merece y las pescadoras y pescadores también.