Por: Margarita Jaimes Velásquez
La conmemoración del día Internacional por los derechos de las mujeres es uno de los actos más importante para las activistas y feministas del orbe. Es la oportunidad para poner en la agenda pública los problemas que nos afectan como mujeres, como ciudadanas y como sujetas de derechos. Aunque la lucha por dotar de poder nuestra voz es permanente, esta fecha se constituye en un espacio para enarbolar nuestras proclamas, nuestros significados y nuestros sentidos. Las arengas por la igualdad de género y el derecho a vivir libres de toda forma de violencia no admiten cuestionamientos o reparos de nuestros coterráneos, los hombres. Digo esto no como una imposición, sino con la humildad de quien exige justicia.
Este año se plantea como discusión política el lema “Por un mundo digital inclusivo: Innovación y tecnología para la igualdad de género”, tema que no es fácil debido a la velocidad con la que las nuevas tecnologías secuestran la autonomía y la capacidad crítica de quienes hacemos parte de esta sociedad digitalizada. Consciente de ello, la comunidad internacional se propone incidir para que los Estados redireccionen sus acciones hacia el empoderamiento en derechos y la protección de los derechos de las mujeres en los ambientes digitales. Un objetivo loable que recoge las nuevas formas de discriminación, exclusión y violencias contra las féminas.
Sin embargo, (no puedo dejar de poner los peros) para lograr la inclusión y la igualdad de género, se hace necesario atender los históricos reclamos y cuestionamientos que las mujeres hemos expuesto con ahínco. Necesitamos cambios estructurales, cambios en las dinámicas de relacionamiento entre hombres y mujeres, derribar las relaciones de poder y el ejercicio de la dominación. Mientras se siga creyendo que las exigencias son puntuales o coyunturales y no estructurales o profundas, lo que hemos logrado será relativizado por las nuevas herramientas y formas para ejercer la discriminación y la violencia contra las mujeres.
Este es el caso de las nuevas tecnologías. Particularmente, las redes sociales pueden ser lugares altamente agresivos con las niñas y las mujeres. La ciber violencia, que se caracteriza por ser continua, generalizada y hasta anónima afecta en negativo la vida de nosotras. Valga precisar que esta violencia no se ciñe exclusivamente al acoso sexual. Por ejemplo, el año pasado en Barranquilla fue sonado el caso de Marjorie Cantillo Romero la pastelera que fue humillada vilmente a través de las redes sociales por los clientes afectados y por otros desconocidos. Como aves de rapiña la destrozaron moral y económicamente y no contentos con eso, pasaron de la violencia virtual a la violencia física lanzando piedras a su vivienda, es decir, del escarnio público al castigo físico. Fue presa de la depresión y el estrés. Sus hijas afirman que el accidente por el que murió fue producto de su estado emocional. Lo que, a mi modo de ver, no es descabellado. La pregunta que surge es ¿Cuál es la respuesta del Estado a casos como este? ¿Qué tipo de controles existen en Colombia para preservar la intimidad y la integridad psicológica de una mujer emprendedora que se equivoca? ¿Qué tipo de sociedad somos, que permite que impunemente se violente mediante la burla y el descredito a la otra persona? ¿de haber sido un hombre habría tenido la misma trascendencia o rápidamente habría sido un periódico de ayer?
A mi modo de ver, la función más peligrosa de las plataformas digitales es su capacidad para afirmar, reproducir y reforzar los estereotipos de género que perpetúan la discriminación y la misoginia debido a la velocidad con que la información cierta o falsa sobre las mujeres se transmite y replica entre los cibernautas. Las nuevas expresiones de violencia o discriminación no tienen lugares reales, no tienen rostros, pero sus víctimas, las que sí son reales, quedan marcadas cual letra escarlata. Nunca estuvo tan presente el anonimato del agresor como en estos tiempos y, por tanto, tan lejos la garantía de justicia
Las plataformas y las herramientas digitales llegaron para quedarse y para mediar en la forma en la que nos relacionamos. Reconocer que se han convertido en vehículos para amplificar la dominación, la exclusión y las agresiones contra las mujeres y las niñas, es un paso importante en la búsqueda de soluciones que eviten que las mujeres, las niñas y toda aquella persona que sea diferente sea denigrada, perseguida, discriminada o violentada.
Claramente, estamos de acuerdo en que el problema no son las nuevas tecnologías. El problema radica en que el modelo de dominación que otorga privilegios a los hombres y minoriza a las mujeres en la sociedad impide a las mujeres y niñas el goce efectivo de sus derechos humanos. De ahí que es necesario que las autoridades de todo orden asuman como deber para la construcción de la Paz Total asumir estos casos desde una perspectiva de género que no minimice el daño y que reconozca que en las redes y fuera de ellas, las mujeres son juzgadas con mayor severidad que los hombres. Es hora de pensar en grande y hacer lo que se debe hacer. No puede existir paz, sin justicia social. No puede darse la paz en contextos de discriminación y violencias contra el 50 por ciento de la población nacional.
Porque todavía tenemos motivos, las mujeres seguimos levantando la voz.