Por: Margarita Jaimes Velásquez
El caso de Gabriel González, asesinado por su padre el pasado 4 de octubre para causar daño a la madre, pone en evidencia que la violencia contra las mujeres sobrepasa las clásicas manifestaciones que están contenidas en las leyes y los manuales para el abordaje de este flagelo. Aquí la violencia letal ejercida por el padre contra su hijo fue el medio para causar el daño a la madre. En este caso, el daño fue al fruto del vientre de la madre. Asesinarlo, fue una violencia dirigida a las entrañas de esa mujer. Entrañas de las que él cree ser el dueño. Por ello se sintió con el poder para arrebatarle la vida a su hijo y de paso castigarla.
Esta es la mirada que quiero desarrollar en estas líneas, el adueñamiento del cuerpo de las mujeres y por extensión de su prole. El crimen fue atroz y en estricta justicia el culpable merece la máxima pena. Sin embargo, ¿qué pasa con la violencia de género que se esconde detrás de los hechos? Es altamente probable que sin la intención de castigar a la madre el homicidio no hubiese ocurrido. Y ¿por qué castigar? Pues, porque en la ideología patriarcal el cuerpo de las mujeres ha sido cosificado y, por tanto, es susceptible de apropiación. Desde esa perspectiva, el derecho de las mujeres a decidir sobre su vida es nulo. Cuando hay una cosificación del cuerpo el uso y el abuso no tiene límite. Por ejemplo, la violencia contra las personas esclavizadas que se osaban fugarse, según los relatos históricos, era sobre su cuerpo físico, específicamente sobre los pies por ser los miembros que facilitaban la huida. Este castigo, por demás simbólico, era la reafirmación del control y el poder sobre su posesión, que, dicho de paso, servía, como hoy en día, para intimidar al resto.
En la actualidad esto se puede notar en los ataques con ácido sobre el rostro de las mujeres. Este acto tiene el propósito de deformar, dañar la imagen y la confianza de las mujeres en sí mismas. Este tipo de violencia busca primordialmente causar un daño suficientemente lesivo, pero que, además, perdure en el tiempo. En efecto, marcar a la víctima, física o psicológicamente, es una forma de perpetuación del poder sobre ella, porque arrebata la posibilidad de ejercer la soberanía sobre el propio cuerpo. Es una forma de definir el curso de vida una mujer. De hecho el comentario punzante del agresor cuando le escribe en el chat a la madre “felicidades”, muestra la complacencia que le genera saber que ella no volverá a ser la misma persona, a la vez que, entre líneas le deja claro que atreverse a ser libre la hizo merecedora de tal sanción.
Por otro lado, considero que usar el concepto de venganza minimiza el problema, lo invisibiliza, porque queda la sensación de que el acto fue producto del dolor y de las escasas habilidades del agresor para superar la separación. Todo lo contrario, fue un acto muy racional que se ajusta a lo que Rita Segato llama la pedagogía de la crueldad. ¿Por qué los agresores no son tan arrogantes frente a otro igual? Porque, simple y llanamente, se constriñe al que no es igual, al que se cree que está por debajo.
En esencia, lo que quiero plasmar es que la intención de causar daño a la mujer (en este caso madre) habría ocurrido aún sin existir el hijo, es decir, la agresión habría ocurrido contra su familiar más cercano, su mascota, su trabajo o su aspecto físico. Aquí el tema es arrebatar los más valioso o preciado, de modo que el daño sea perenne y lesivo. Que tenga el poder de derrumbar y destruir su confianza en sí misma.
Al respecto opino que es urgente y forzoso que este caso se analice a la luz de la Ley 1257 de 2008 que indica que el daño psicológico es producto de toda acción destinada a degradar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones de la mujer, insistiendo que esta puede ser directa o indirecta. En la situación concreta existen todos los elementos para determinar que, aunque invisibilizada, hay violencia de género contra la mujer y madre del niño Gabriel. De acuerdo con la respuesta estatal tenemos la certeza de que se hará justicia para la madre por el crimen de su hijo, pero ¿se hará justicia por la violencia de género? ¿qué pasa con el daño como mujer? ¿dónde queda el derecho a vivir libre de violencia que trae consigo la norma?
Como lo esbocé anteriormente, otra consecuencia de esta expresión de violencia contra las mujeres madres es el efecto sobre las otras mujeres. ¿Cuántos casos más tienen que ocurrir para que se tomen medidas? Porque si bien este es el caso más sonado, no es el único. Recuerdo el caso de un hombre que degolló a sus tres hijos argumentando las mismas razones que el padre del niño Gabriel, la madre víctima, una empleada de una amiga.
El Estado ha sido incapaz de garantizar a las mujeres el derecho a vivir sin miedo, el derecho a vivir libre de violencias basadas en el género, el derecho a la soberanía sobre nuestro cuerpo individual y también colectivo. En serio, este no es un tema de si el agresor fue a las terapias psicológicas o no, es un tema de violencia estructural que debe ser abordado concienzudamente para encontrar el camino hacia la paz duradera. Acuñando la frase del nuevo Gobierno, no puede existir la paz total, si la violencia contra los derechos de las mujeres no se aborda seriamente.
Para finalizar, quiero expresar que me reservo el derecho de no mencionar el nombre del agresor, debido a lo innombrable de sus actos.