Por: Edna Martínez
Hace unos años trabajé como coordinadora de un centro juvenil en Berlín. En éste ofrecíamos actividades extracurriculares y de tiempo libre para niñas y adolescentes. Un día, una de las actividades fue un taller sobre sexualidad y menstruación, pero algunos minutos después de comenzar el taller una de las jóvenes visitantes regulares abandonó el salón. Cuando le pregunté la razón para marcharse me respondió que no quería saber de esos temas. Mis colegas y yo intentamos convencerla que la información que le queríamos compartir era importante para su vida, pero ante nuestra insistencia la joven recurrió al argumento que me dejó atónita: “es mi derecho no querer saber”.
Desde ese día estoy intentando procesar y entender el contexto en el que las nuevas generaciones se están desarrollando, y las motivaciones que parecen tener para decidir permanecer en la ignorancia y no sólo en relación a la educación sexual. Muchos de los discursos, prácticas y tendencias de las nuevas generaciones, me hacen pensar que una contra-revolución sexual se está gestando, la cual parece, no solo estar reconstruyendo o reforzando tabúes sobre el cuerpo, el placer, el erotismo y la sexualidad, la libertad y la emancipación, sino que también aparenta estar movilizando la frustración social y la falta de proyecto de vida de los y las jóvenes motivándoles a posicionamientos políticos reaccionarios y de derecha.
El panorama hoy en día en Europa es muy diferente al de hace unas décadas, cuando por algunos años parecían tambalear algunas de las instituciones que ejercían poder y sometían a los individuos coartando la libertad y libre albedrío. El feminismo se posicionó en la agenda política y se gestó un movimiento transnacional de mujeres por la emancipación, para algunas entendida con igualdad salarial y política, mientras apelaban a una sociedad sin patrón, marido, estado ni dios. También aparecieron con más fuerza las voces de las divergencias sexuales y de identidades de género. Por un tiempo se movieron los cánones que determinan los roles entre hombres y mujeres, los esencialismos de género parecían obsoletos y la gente “pudo” definirse como hombre o mujer según le placiera. Las cátedras de educación sexual se instalaron en los colegios y entonces “coger” dejó de ser parcialmente un tabú y se convirtió en una asignatura. En las escuelas secundarias, para dolor de conservadores y mojigatos, como Vargas Llosa quien se queja de esto en el libro “La cultura del espectáculo”, se comenzó a enseñar sobre masturbación y, aprender sobre placer era casi tan importante como aprender sobre química.
Pero el mercado y el capitalismo hicieron lo que mejor saben hacer y convirtieron la emancipación sexual en un producto comercial. Aquellos que vivimos nuestra adolescencia entre la década del 90 y dos mil, fuimos el auditorio del sexo y la sexualidad desaforados. La publicidad, las películas, el acceso al porno gracias al internet llenaron la vida de gente de coitos, senos, nalgas y cuerpos desnudos, los cuales también eran usados para vender todo tipo de productos. En las películas, la versión de la mujer emancipada era una mujer fea, vieja, amargada, o una que pasaba de cama en cama sin ningún vínculo afectivo, quien luego terminaría sola y despreciada por la sociedad. Las identidades y prácticas sexo-diversas fueron transformadas en espectáculos carnavalescos, las novelas se llenaron de escenas casi pornográficas, mientras en los géneros musicales más populares parecían instrucciones para cometer una violación.
Tal vez todos esos factores significaron un alto grado de estrés, complejos y frustraciones en aquellos que fuimos adolescentes en los 90. Entonces, para las nuevas generaciones no tener sexo, no hablar de sexo, tapar el cuerpo se fueron estructurando lentamente como actos de protección e incluso rebeldía en un mundo donde el sexo estaba “hasta en la sopa”. Como reacción a la sobre exposición sexual el número de personas, sobre todo jóvenes que se identifican como asexuales aumenta desde comienzos de siglo, a la par que un movimiento contra-revolucionario a nivel político, económico y cultural encabezado por sectores conservadores, de derecha extrema y fascistas se venden como “alternativa” al “caos”, al libertinaje y desorden causado, sobre todo por las feministas, homosexuales y no creyentes.
Percibo en los jóvenes hoy en día una saturación, pero a la vez una frustración en relación a las posibilidades y responsabilidades que ofrece la autodeterminación y las independencias liberales. Los jóvenes quieren la libertad de elegir el centro comercial o la marca de ropa que desean vestir, pero no la de decidir sobre sí mismos, su cuerpo, su identidad o su deseo, y están menos interesados en participar en la gestión democrática de la sociedad. Cada vez siento en la juventud, particularmente en Alemania, menos receptividad al cuestionamiento de los modelos tradicionales de familia y un aumento significativo de la identificación de sectores jóvenes con estructuras sociales, religiosas y políticas neofascistas y fundamentalistas anti-derechos.
Esas posturas se pueden ver en algunos productos culturales exitosos entre la gente muy joven como son la “tradwife” y las K- Drama. Las “tradwife” son una tendencia en tik tok donde, sobre todo mujeres jóvenes, se muestran a sí mismas como “esposas tradicionales”, dedicadas al hogar y a cuidar de su esposo esperándole con galletitas horneadas. Mientras los K-Dramas son telenovelas de Corea del Sur con una dosis empalagosa de romanticismo, mientras se promueve una visión conservadora de la sexualidad, la familia y el rol de las mujeres y los hombres en la sociedad.
Lentamente las nuevas generaciones parecen estar retornando a los lugares de tabú, la vergüenza y la prohibición. Atrás parecen estar quedando los ideales de emancipación. También se están alejando los deseos de libertad y justicia social, junto con los sueños de paz y amor de una sexualidad sin miedo, culpa y vergüenza.
A los jóvenes, en particular en Europa, parece resultarles más fácil acoplarse a un modelo, a una forma establecida de ser y hacer que asumir la tarea y responsabilidad de gestionarse a sí mismo y asumir las consecuencias sobre sus acciones y decisiones. Es más fácil ajustarse sin cuestionar a las órdenes dadas por las instituciones que asumir la tarea de construir un mundo a partir de sueños e ideales transformadores. Es más fácil obedecer que pensar, a la vez que es más fácil no saber ejercitar la curiosidad, la duda y la creación de conocimiento. Eso hace que, en Alemania, a pesar de las infinitas ofertas de información y educación sobre cualquier tema que apetezca, mucha gente joven elija permanecer ignorante como la niña de mi trabajo.