Por: Mauricio Jaramillo Jassir
profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos Universidad del Rosario
No hay nada que incomode más a la prensa hegemónica que la consolidación de espacios para medios alternativos y populares. Los ataques feroces de las últimas semanas contra generadores de opinión, mal transliterados como influencers, muestran hasta qué punto buena parte del periodismo defiende a capa y espada un orden mediático cerrado donde circulan versiones con pocos contrastes y la línea editorial va siendo desplazada por la ideológica.
De forma extraña y alejándose de su misionalidad, la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) publicó un informe sobre la inversión del gobierno en una estrategia de comunicación que echa mano de estos generadores de opinión y que le cae como anillo al dedo a los directores de las llamadas “mesas de trabajo de medios” que en los últimos dos años no han cesado en su ofensiva contra el progresismo. En efecto, se menosprecia el trabajo de quienes han ejercido un rol de liderazgo en redes sociales por haber sido contratados para precisamente diseñar estrategias de comunicación que van en ese mismo sentido. Prestan un servicio para el que se han preparado y mostrado probidad.
En una columna para El País Gustavo Gómez Córdoba, director de 6AM 9AM de Caracol, deja entrever el clasismo característico con el que buena parte del periodismo desprecia a quienes desempeñan una labor que, aunque puede ser criticada y rebatida no puede ser rechazada a priori, menos aún con estrategias típicas del matoneo. Sostiene Gómez Córdoba que “Más allá de moralismos de ocasión, un sujeto de mermadas calidades éticas puede ser un influencer exitoso. De hecho, la escasa formación, la ausencia de maneras, la ramplonería y la disposición para calumniar están a la orden del día.” La última frase expone a buena parte del periodismo hegemónico: ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. La sindicación de ramplonería o poca educación no sólo confirma que dentro de la línea ideológica de algunos comunicadores se incluyen dosis de clasismo, sino que son incapaces de ver que esos defectos están a la orden del día en sus propios medios. Extraño que Gómez Córdoba pase por alto que dentro de su equipo labora un comunicador que tildó de estúpida a una Representante la Cámara del Pacto Histórico, calumnió al embajador de Palestina y suele hacer eco de informaciones imprecisas y engañosas sin asomo de rectificación o corrección. Por eso no es de extrañar que Néstor Morales le haya insinuado despectivamente a Wally que no podría ser su competencia, porque a juicio del periodista de Blu la gente decide “entre la seriedad y la grosería”.
Los medios que hoy callan el genocidio en Palestina, el escándalo sobre desvíos de dineros de la salud en 2020 o voltearon la mirada cuando se ejecutaban a inocentes entre 2002 y 2010, hoy se reivindican como “serios”. Como se suele decir en el lenguaje de las redes, el chiste se cuenta solo. Vicky Dávila agredió a Laura Beltrán (Lalis) con una socarrona burla de su físico que fue celebrada en varios medios. Éstos dejaron atrás los eslóganes vacíos sobre la necesidad de condenar el matoneo. El concejal Daniel Briceño emprendió una campaña de desprestigio contra contra David Rozo que han puesto en riesgo su integridad, todo por denuncias hechas desde su cuenta de X sobre la gestión del cabildante. Se trató de una retaliación que buscaba la censura. Luego, 6AM 9AM de Caracol Radio le abrió los micrófonos al concejal para que siguiera descalificando a Rozo, sin posibilidad de contraste o controversia. La animadversión de los periodistas de ese medio contra Rozo fue clave para dicho espacio. La propia FLIP se pronunció condenando a Briceño y pidiendo a la Procuraduría investigar.
Esta ofensiva contra expresiones genuinas y alternativas de comunicación se explica en buena medida porque quienes aparecen en la palestra del desencajado y malintencionado informe de la FLIP, se han declarado como progresistas, una muestra de honestidad intelectual, que valga decir los periodistas de medios hegemónicos no han hecho. La ofensiva no sólo proviene desde los grandes medios, sino que involucra a políticos que desde su posición de poder imponen estigmas sobre estos comunicadores jóvenes. Es común que sean estos políticos demagogos que desprecian la libertad de información quienes se arroguen el derecho de decidir quien puede ejercer el periodismo o catalogan como “propagandistas del régimen” a quienes tienen un contrato para prestar servicios con el Estado. Cualquier opinión que se emita entonces queda invalidada por el supuesto pecado original de trabajar en un ministerio o entidad pública. Ni periodistas, ni políticos saben la diferencia entre Estado, gobierno y sector público. Para rematar, desde el prejuicio o interés corporativo agreden y censuran. Esos mismos alaban a los estrategas de la comunicación política que en elecciones pasadas han echado mano de la propaganda sucia, pero por su aura de tecnócratas cuentan con el beneplácito de este establecimiento mediático. Enhorabuena por la aparición de estos generadores de opinión que están alterando un orden mediático que por años nos ha privado del derecho de informar y a ser informados.