Por: Mauricio Jaramillo Jassir
No hay excusas para esta puesta en escena tan patética del fútbol a nivel mundial y sobre todo ahora en Suramérica. En vida, Diego Maradona fue enérgico crítico de federaciones que manejaron el poder desmedido y en determinados casos superior al de los Estados. La dirigencia futbolera hace parte de una de las peores caras del establecimiento internacional pues ha llegado a concentrar tal nivel de poder, que incluso hoy se despoja hasta de las pocas apariencias que le restan de los valores que por décadas acompañaron el deporte. Con tal de vender está dispuesta a todo.
Ya no importa la excesiva condescendencia con Israel a pesar de haber sido condenado por la Asamblea General de la ONU, pasado por encima de resoluciones del Consejo de Seguridad, desafiar abiertamente a la Corte Penal Internacional o desconocer y pisotear decisiones vinculantes de la Corte Internacional de Justicia que de manera expresa advierten sobre la comisión de genocidio. Con semejante prontuario a cuestas y cuando buena parte de la humanidad ha pedido sanciones similares a las que ha recibido Rusia por la invasión a Ucrania, la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol) decidió firmar un acuerdo de trabajo a través de la UEFA con la Federación Israelí de Fútbol en la que se contempla su participación en las futuras Copas Américas.
Nada de malo tendría ese marco de entendimiento si no ocurriese en medio de un genocidio en el que más de 37 mil palestinos han sido masacrados de las peores formas. ¿Hubiese sido lógico en las épocas del apartheid surafricano invitar a esa selección a un encuentro deportivo regional? Para recordar: entre 1964 y 1971 esa selección estuvo suspendida de las actividades del Comité Olímpico Internacional (COI) y expulsada de la FIFA en 1972 tras un largo periodo sin poder participar de sus actividades. Si el deporte está por encima de las diferencias políticas entonces que la regla aplique para todos y los equipos rusos no sean sometidos a sanciones, éstos no han tomado decisiones respecto de la guerra. Lo que resulta insólito es que en un caso se agite la bandera de la independencia del deporte respecto de las controversias geopolíticas y en otras -que suelen convocar el interés de Occidente- se esgrima el argumento de que las justas deportivas no pueden permanecer indiferentes frente a las tragedias que sacuden a la humanidad. Al mismo tiempo, una guerra y un genocidio, reciben salidas opuestas con una lógica que solamente obedece al discurso civilizador y neocolonial.
Como si lo anterior fuera poco, en la ceremonia inaugural de la Copa América que se lleva a cabo en Estados Unidos por segunda vez en menos de diez años, dos pastores repartieron bendiciones a pesar de que el propio reglamento de la FIFA prohíbe manifestaciones religiosas. Uno de ellos fue el paraguayo Emilio Agüero Esgaib. El religioso es conocido por sus posturas homofóbicas y gozó de su momento de gloria antes de que sonara el primer pitazo por haber sido el fundador de la iglesia donde asiste el presidente de la Conmebol, el también paraguayo Alejandro Domínguez.
El lamentable espectáculo resume una Copa América que, en nada representa a las naciones Conmebol, pues se adelanta en un país donde la inmensa mayoría de ciudadanos suramericanos deben tramitar un visado para asistir. Todo lo anterior importa poco, lo único relevante es seguir enriqueciendo a unas élites que hace décadas acabaron con el fútbol, un deporte cada vez más puesto al servicio de una poderosa minoría desacostumbrada a la rendición de cuentas.