Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos
Hace unas semanas, un grupo de políticos, periodistas y generadores de opinión, inició en las redes sociales la campaña “All Eyes on Cauca” (todos los ojos puestos en el Cauca) que ironiza la campaña originalmente inspirada en la vigilancia de lo que sucede en Rafah al sur de la Franja de Gaza. Para poner en debido contexto, a propósito del genocidio contra la población palestina, se inició un movimiento de resistencia para insistir en la denuncia de los crímenes de guerra con el eslogan “All Eyes on Rafah” (todos los ojos sobre Rafah). Ahora bien, como en Colombia la empatía depende de la afinidad ideológica, con mayor frecuencia se relativiza o se aplaza la condena al genocidio en Gaza con la excusa peregrina de que hay temas internos más urgentes. En medio de esta moda, la manoseada al Cauca ha sido tan evidente como nauseabunda.
Entonces, políticos y periodistas que rara vez han pisado el departamento, hablan o denuncian lo que allí sucede. Se han pegado a la campaña de poner en tela de juicio cualquier muestra de solidaridad con Palestina, aduciendo a que implica desconocer la trágica situación del suroccidente colombiano. Resulta extraño que quienes difunden el falso dilema Gaza y Cauca hayan guardado silencio cuando una de las congresistas más representativas del Centro Democrático propusiera una separación para aislar a los indígenas, iniciativa que no solo evidencia desprecio por los derechos humanos, sino racismo estructural camuflado y normalizado en nuestro establecimiento. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, desde el Senado, alguien pueda darse el lujo de proponer un apartheid? No sólo pasó de agache sin amago de rectificación, sino que la autora de semejante iniciativa es barajeada como presidenciable.
Ahora que el gobierno colombiano anuncia la recepción para atención en el Hospital Militar de algunos menores palestinos en medio de una tragedia sin antecedentes, han surgido voces para protestar indagando por qué se privilegia a niños árabes por encima de los colombianos. El comentario no solo es absurdo pues no existe tal dilema, sino que confirma el mal que algunos periodistas y políticos le hacen a Colombia, nos imponen su chauvinismo y nacionalismo trasnochado, además de mostrar su absoluta carencia de empatía contra la catástrofe humanitaria en Medio Oriente. No hay dilema, se puede trabajar por la niñez en Colombia al tiempo que se cumple con el deber como humanidad de echar una mano a los árabes palestinos. ¿Cuándo ocurría el genocidio en Ruanda y Colombia tenía 8 millones de desplazados, era incompatible la denuncia de ese genocidio con alertar sobre la necesidad de atender a esa población? ¿Sería justo decir que quienes piden el fin de la guerra en Ucrania, son indiferentes con los líderes sociales asesinados en Colombia? ¿Quién dijo que expresar una condena internacional o solidarizarse con una población masacrada es incompatible con los problemas del país? Nos siguen privando del cosmopolitismo quienes utilizan loables causas nacionales para esconder su racismo (arabofóbico), pues para ellos es normal que asesinen árabes palestinos.
¿Cuántas columnas, análisis, debates o entrevistas han dedicado al Cauca quienes hoy ponen en tela de juicio las manifestaciones de solidaridad con Palestina? La invitación de quien escribe esta columna es a entender que las causas de la humanidad no tienen nacionalidad ni son excluyentes. Estos que pontifican sobre el Cauca, mañana pondrán en tela de juicio el deber de asistir y acompañar a migrantes con el mismo argumento xenófobo de la extrema derecha europea, de que cada centavo destinado a quienes salen de su país buscando refugio en un tercero se le está dizque arrebatando a un connacional.
Importa poco si es el Cauca, Valle del Cauca, Darfur, Rafah o Bucha, todas las víctimas merecen nuestra solidaridad. La dosis de empatía no se agota en función ni de la cercanía geográfica y, menos aún, de las sintonías ideológicas. Cabalga la xenofobia en nuestras caras sin que siquiera espabilemos.