Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Colombia se ha ufanado de ser la democracia más sólida de América Latina. Así lo fue desde que el Frente Nacional, un pacto elitista del establecimiento, sentara las bases de un proceso de estabilización que estuvo lejos de suponer una verdadera democratización. La idea de que seamos la democracia más antigua y robusta es un mito, una historia basada en el autoconvencimiento, pero fácilmente puesta en entredicho, si uno escarba en las circunstancias en que el poder se ha ejercido. Dejemos atrás esa leyenda urbana y encaremos la realidad: Colombia no solo no es el modelo republicano que la elite pinta, sino paradigma de autoritarismos duros y blandos. La estabilidad se ha conseguido a punta del ejercicio desbordado del control y la vigilancia, en los peores casos, del uso abusivo de la fuerza.
Pegasus es la confirmación de esa tendencia y no debe entenderse apartado del contexto histórico. En el gobierno de Iván Duque, se dieron los perfilamientos o seguimientos a periodistas, opositores y líderes sociales que fueron reveladas por la prensa y que derivaron en todo un escándalo que escaló hasta los Estados Unidos. Esto por cuenta de los seguimientos a uno de los corresponsales del New York Times, diario que a raíz de los graves señalamientos, pidió en una editorial al gobierno de Estados Unidos revisar las asignaciones en materia de defensa que pudiesen estar siendo utilizadas en labores de espionaje contra la prensa en acciones, valga decir, abiertamente contrarias a los derechos humanos y al Estado de derecho. Carlos Holmes Trujillo (q.e.p.d) se desplazó hasta ese territorio para explicarle a la junta de ese medio que no se trataba de una política sistemática, sino que recurrió al salvavidas de siempre “la tesis de las manzanas podridas”, es decir, si es que acaso esos hechos ocurrieron, fueron miembros de la inteligencia por iniciativa propia, pero jamás por una orden desde arriba. La responsabilidad la terminaron asumiendo los encargados militares de la inteligencia, mientras los políticos pasaron de agache. Oficiales, suboficiales y soldados son chivos expiatorios mientras los políticos caen parados.
El virus informático israelí por el que se habrían pagado 11 millones de dólares fue adquirido en el año 2020. Según la información revelada por El Tiempo, Estados Unidos lo habría comprado para las labores contra el narcotráfico. De forma insólita para parte de los periodistas colombianos esta revelación entregada por dos funcionarios del Departamento de Estado esclarece el panorama, un contrasentido que habla del nivel paupérrimo que hoy tiene un sector de la prensa en Colombia. También devela la premura por lavarle la cara a un establecimiento que no está acostumbrado a rendir cuentas en materia de seguridad y defensa con la excusa peregrina de la razón de Estado. Según la información divulgada por el diario, Iván Duque no estaba al tanto de la transacción, ni de las operaciones posteriores.
La prensa no se ha preguntado cómo es posible que un gobierno que expulsó diplomáticos rusos y un cubano por ejercer labores de espionaje militar en los estallidos sociales pudiera darse el lujo de ignorar lo que hacía su principal aliado en materia de inteligencia ¿Dónde estaban el embajador ante Estados Unidos, Juan Carlos Pinzón; Diego Molano y Holmes Trujillo, ministros de defensa; o Claudia Blum, Marta Lucía Ramírez o María Paula Correa en cancillería? Esta última a través del infame decreto 1185 que le entregó facultades en política exterior pasando por encima de la constitución.
Pegasus fue adquirido y utilizado en medio de una de las peores represiones del último tiempo. 80 asesinados, cientos de desaparecidos y torturados durante el estallido social con el concurso de las autoridades nacionales y locales (como Claudia López en el caso de Bogotá). No es posible disociar Pegasus del autoritarismo blando al que apeló de manera sistemática Iván Duque con un discurso de apología a la guerra con negaciones a las violaciones a los DDHH, acusaciones contra Naciones Unidas por supuesta injerencia, la rotulación de menores como máquinas de guerra, la simplificación de masacres y homicidios en “líos de faldas”, asesinato de niños en bombardeos, intimidación a la prensa y los llamados perfilamientos, entre otros. No hay un autoritarismo blando efectivo sin la complacencia o cooptación de una parte de los medios de comunicación. La labor de los medios en ocultar o reducir la gravedad del autoritarismo entre 2002 y 2014 y entre 2018 y 2022 sugiere las nuevas formas en que se degrada la democracia.
Nos vigilan mientras un sector de los medios nos asegura que nos cuidan.