Por: Mauricio Jaramillo Jassir
En el partido de repechaje para el mundial de Qatar, mientras se enfrentaba la selección peruana a la neozelandesa, Carlos Antonio Vélez alababa al futbolista Claudio Pizarro. Lo llamativo es que lo hizo no solo por su resistencia pues se encontraba jugando una eliminatoria por encima de sus 40 años, sino porque era, como el propio Vélez decía, un “pituco” lo que en lenguaje bogotano sería un “gomelo”. Según la lógica del cronista deportivo esto comprobaba que era una “persona de bien”. La anécdota que está lejos de ser un comentario anodino, es a todas luces reveladora sobre el clasismo que abunda en la prensa hegemónica y que en el caso de Carlos Antonio Vélez se ha transmitido a su hijo Luis Carlos, uno de los comunicadores más influyentes pero cuyo poder en ascenso va acompañado de un desprecio descarado por la ética periodística. Vélez hijo ha decidido calcar el tono antipático y la arrogancia de su padre que lo convirtieron en uno de los cronistas deportivos más resistidos.
Luis Carlos Vélez se hizo célebre por su condescendencia con el gobierno de Iván Duque a quien en plena campaña hizo una entrevista que parecía diseñada por su jefe de comunicaciones y no por un periodista que escruta para medir a quien pretendía ser presidente de Colombia. De forma patética pero sintomática del sesgo descarado del comunicador, la charla se basó en un reto sobre cultura general de rock llamada dizque “rock challenge”, muestra de su clasismo y desconexión con la realidad colombiana.
El año pasado, Vélez dejó ver su cara más autoritaria en una descuadernada entrevista a la entonces ministra de agricultura Jhenifer Mojica a propósito de un borrador de norma para la organización campesina que buscaba, entre otros, mejorar la democracia local, la movilización de los campesinos y organizar desde abajo una reforma rural integral. Como se ha vuelto costumbre desde agosto de 2022 cualquier proyecto de ley termina reducido a lugares comunes y en este caso se adujo que la organización campesina era una peligrosa forma de empoderamiento que legitimaría las vías de hecho, incluyendo estigmatizantes señalamientos contra los campesinos. En el “diálogo”, la mesa de trabajo dirigida por Vélez cargó contra la ministra a quien no se le permitió expresarse libremente y en cada afirmación era interrumpida por él. En el colmo del abuso y cuando la ministra le pidió no estigmatizar a los campesinos, éste salió con una extraña interpretación de que estaban poniendo en riesgo su vida y le cortó el micrófono en un acto injustificable de censura. El comunicador parecía no saber sobre la persecución a líderes sociales y campesinos, y consideraba que era su vida la que corría peligro. Ausencia de empatía y egocentrismo convertidos en línea editorial.
Pero las agresiones de Vélez no se limitan a políticos que defiendan tesis contrarias a sus posturas, sino que incluso a sus propios periodistas los suele tratar con condescendencia irrespetuosa infantilizándolos como ocurrió cuando Santiago Ángel “osó” contradecirlo a propósito de la reforma pensional.
El comentario despectivo sobre la Conferencia entre las Partes para la biodiversidad en Cali (COP 16) es el punto de llegada de un comunicador que ha hecho del desprecio por los demás y el clasismo su impronta. Pero el resultado no es solo su responsabilidad, sino de un entorno mediático que acepta y estimula este tipo de liderazgos periodísticos antipáticos. Vélez se puede dar el lujo de llamar ballena a un contradictor, así como Vicky Dávila puede mofarse del físico de una generadora de opinión -secundada por María Andrea Nieto de posturas abiertamente clasistas y racistas- o Néstor Morales se da licencia para hablar con asco sobre Buenaventura. No son casos aislados, ni episódicos, sino la muestra de un periodismo que se acostumbró al despotismo evitando el diálogo entre pares y que, para colmo de males, ya no rectifica ni recula. El hijo del cronista deportivo que se hace llamar doctor, ha recibido todo el legado de un periodismo fundado en el clasismo, la negación de la controversia y la promoción de los prejuicios centralistas que tanto daño le han hecho a la sociedad colombiana. El rechazo respetuoso de una ciudadanía cada vez más formada es la mejor respuesta contra el dogma de odio del hijo del doctor.