Por: Mauricio Jaramillo Jassir
La consigna parece ser de nuevo el “todo vale”, así como en las peores épocas de la seguridad democrática cuando se aplastaron los derechos humanos y se negó la aplicación del DIH con el argumento de la razón de Estado. Esta vez, la batalla contra el progresismo suma a los medios hegemónicos de comunicación que perdieron todo reparo por las formas y apostado por una ofensiva desinformativa para instalar una atmósfera de ingobernabilidad y viaje sin retorno hacia la catástrofe.
Se puede estar en desacuerdo o no con el gobierno nacional, pero no es forma de controvertir o ejercer la oposición poner a circular el pánico económico para debilitar su legitimidad. Eso ocurrió con la noticia engañosa y enmarcada de desabastecimiento de combustible para el transporte aéreo. El libreto es bien conocido pues no es la primera vez en América Latina que una estrategia de esas características se canaliza en contra de la izquierda o en épocas más recientes, del progresismo. A Salvador Allende no lo tumbó el golpe militar de Augusto Pinochet Ugarte, sino la guerra económica e informativa desatada desde su elección en 1970 cuando se anunciaba como la primera revolución en las urnas de un marxista (aunque en realidad la primera vez que un partido comunista llegó a gobernar en el marco de una democracia liberal, fue en el Estado de Kerala en la India en 1957). Allende no pudo ejercer un poder real, la política de acaparamiento que buscaba generar la sensación de escasez fue muy efectiva para instalar un estado de pánico, que sumado al rol de los medios acabaron con su mandato. En especial el tristemente célebre caso de El Mercurio, cuyo director llegó a reconocer haber recibido financiación de la CIA, una muestra más de que los rasgos del golpe blando no son tan nuevos y su efectividad parece comprobada y consignada en una historia de persecución.
Desde la noche del 19 junio de 2022, en que se anunció la victoria del progresismo en Colombia, los medios apoyados en expertos en mercados de capitales han venido anunciando “nervios e incertidumbre” entre los inversionistas, que han querido ver reflejados en la cotización del dólar y en la salida masiva de capitales. Se llegó incluso al extravagante vaticinio de que rompería la barrera de los $7.000 como se registró en portales como Infobae, Semana y Bloomberg, donde no hubo asomo de reparo por la rigurosidad o la interpretación de los datos. Eso mismo sucedió con la sensación de incertidumbre instalada a partir de la idea de que había escasez de combustible en el transporte aéreo y a pesar de la insistencia de las autoridades (Ministerios de Transporte y Minas y Energía, Aerocivil y Ecopetrol) para aclarar que se trata de un fallo en el fluido eléctrico y que solamente había ajustes entre oferta-demanda, los medios no cumplieron con su tarea de contrastar. Claro, no se trata de que se conviertan en cajas de resonancia de lo que diga un gobierno, o que avalen la versión oficial, pero no pueden esquivar olímpicamente la comprobación de informaciones e irresponsablemente dar por descontada la escasez. Rectificada la información, el hecho deja de ser noticia y queda flotando la idea del pánico económico e ingobernabilidad. La conclusión de esta coyuntura que parece un disco rayado es clara: el manejo que se deriva del control e interpretación de los datos es parte sustancial de la disputa política.
La información y los datos son hoy un activo de tanto peso y valor como los hidrocarburos, permiten tumbar gobiernos, manipular elecciones, acabar con proyectos políticos y encauzar la mal llamada opinión pública en uno u otro sentido. Este capitalismo de vigilancia hiperfinanciarizado acapara y recoge insaciablemente datos e informaciones y depende en extremo de la manipulación, de allí la importancia de canales de comunicación y medios alternativos para resistir a una ofensiva que no se detendrá y conforme se acerque el 2026, aumentará en intensidad. Los poderes fácticos de un establecimiento incómodo con el triunfo de la izquierda hace dos años cerrarán todos los espacios de discusión y se centrarán en el control de la matriz de opinión. Ya han comprobado la efectividad de la desinformación como herramienta persuasiva.