Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario
Mientras buena parte del mundo celebraba la inauguración de los Juegos Olímpicos de París, la crisis humanitaria en Gaza rompió otro récord, más de 39 mil palestinos masacrados post 7 de octubre, con la excusa de la legítima defensa. Nunca antes en la historia contemporánea un Estado se había dado el lujo de ejercer ese “derecho” durante 10 meses con semejantes niveles de desproporción en la correlación de fuerzas. Ni siquiera Hussein, Milosevic, Asad, al Basir, o Gaddafi lo hicieron. Netanyahu ha creado un nuevo paradigma de opresión. Precisamente el término genocidio surgió en medio de la segunda guerra mundial cuando Winston Churchill reconocía que, a raíz de los crímenes del nacionalsocialismo, se asistía a una práctica sin antecedentes y que no podía nombrarse. Así el jurista polaco Rafael Lemkin acuñó el término que hoy la mayoría del establecimiento colombiano (políticos, medios hegemónicos y generadores de opinión) se niega a utilizar para describir la forma como se sigue borrando a Palestina del mapa.
Acá se reseñan de forma pedagógica, sintética y contundente tres razones para dejar de dilatar la denominación de genocidio para lo que sucede en los Territorios Palestinos, la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Como suelo aclarar en mis columnas, se trata de un texto de discusión y una invitación para que en especial los medios reflexionen acerca de su terquedad para denominar los hechos por su nombre y abandonar los eufemismos desinformativos.
Primero, nunca habíamos visto un número tan elevado de decisiones multilaterales o de instituciones internacionales condenando de forma tajante crímenes de guerra, de lesa humanidad y con advertencias expresas sobre genocidio. La Corte Internacional de Justicia que no responde a los intereses de ningún Estado, ha insistido no sólo sobre la ilegalidad de la ocupación (una obviedad, pero es tal el cabildeo pro genocidio, que hasta lo más obvio debe despejarse) sino que ordenó sin dilaciones la suspensión de operaciones en Rafah o mencionando en varias decisiones la palabra genocidio con propósitos preventivos, tal como está consignada en la convención de 1948. Lo repetiré hasta la saciedad: el genocidio se menciona para evitarlo, no para condenarlo una vez se ha consumado. De igual forma, el fiscal de la Corte Penal Internacional, Karim Khan, y el Consejo de Seguridad han avanzado en pronunciamientos y decisiones que dan cuenta de un crimen sin antecedentes que se ejecuta con grados de deliberación no vistos desde la segunda guerra.
Segundo, no hay registros de una matanza de estas proporciones en un lapso tan corto. La militancia que defiende el genocidio habla de que las cifras están infladas, relativiza la responsabilidad de Israel y habla de un cubrimiento parcializado. Respondamos con hechos: Israel ha asesinado al menos a 150 periodistas, ha ocultado información de todas las maneras posibles y ha negado sistemáticamente su responsabilidad en hechos donde posteriormente se comprueba su autoría. En resumidas cuentas, Tel Aviv le declaró la guerra a la información. Basta revisar el ataque al hospital al Shifa, el asesinato de la periodista de la cadena Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, la masacre de palestinos rogando por comida en Ciudad de Gaza o el bombardeo a los campos de refugiados de Jabaliya y Jenin, este segundo ante del 7 de octubre, igual que el magnicidio de Abu Akleh. Israel no sólo reeditó el genocidio de Srebrenica, donde murieron 8 mil inocentes musulmanes a mediados de los noventa en un campo de refugiados bosnio, sino que lo repite mecánicamente. No hay registro de un Estado que se haya ensañado de esa forma contra campos de refugiados. Recordémoslo, allí viven personas en las peores condiciones, y hoy en el caso de los palestinos están sometidas a una eutanasia colectiva bajo la doctrina de “tierra arrasada”, convertida en derrotero del ejército israelí, Tsahal.
Y cierro con una razón que incomoda pero que debe ser expuesta y, por supuesto, discutida y rebatida. Éste es el genocidio de la historia que ha tenido más apoyos por parte del establecimiento internacional (medios de comunicación, Estados y líderes). En la segunda guerra, Ruanda, Darfur o los Balcanes Occidentales, el mundo condenó sin ambages los hechos, aunque lastimosamente siempre actuó de manera tardía. Esta es la primera vez que Occidente otorga apoyo pleno para la masacre de civiles, la destrucción de tierras que pertenecen a una nación y para legitimar descaradamente el supremacismo israelí. Paradoja, ha habido más resistencia en algunos sectores de la sociedad israelí (que hoy parecen minoritarios) en organizaciones como B’Tselem o Breaking the Silence que no se han cansado de denunciar el apartheid, la limpieza étnica y el genocidio asumiendo el riesgo de que los acusen de cómplices del terrorismo o enemigos de la patria.
Les pido a quienes lleguen a este texto que lo asuman como una invitación cordial a la reflexión y discusión, pero sobre todo a vencer el negacionismo, la peor forma de revictimización para todas las víctimas de genocidios.