Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Esta semana se llevó a cabo el encuentro de medios comunitarios, alternativos y digitales, en medio de un ambiente en el que se habló intensamente sobre la necesidad de democratizar el acceso a la información. Asistimos a una discusión que no es nueva, pero cuya pertinencia ha aumentado en el último tiempo, habida cuenta de una atmosfera enrarecida que han sembrado los medios hegemónicos contra cualquier asomo de una línea editorial progresista o una identificación alternativa o popular. De forma descarada, algunos periodistas que hoy representan y hablan en nombre de los intereses corporativos, acuden a la denominación peyorativa de “bodegas” desconociendo que el modelo de las noticias como negocio o para la canalización de un proyecto político lo impuso Rupert Murdoch, entre otros, y varios de los medios que pontifican sobre periodismo e “informan” lo han calcado. Semana, El Colombiano y la FM son los casos más representativos, pero no los únicos.
Estos medios hegemónicos desempeñan un papel clave en el desprestigio de lo público y popular, apoyados en una sociedad con niveles insólitos de clasismo. No dejaremos de insistir en que detrás del desprecio por estos medios populares abunda el desprecio de clase. ¿Cómo se pueden definir o entender estos medios hegemónicos y por qué están tan interesados en neutralizar las voces alternativas? Se trata de conglomerados que han alcanzado un nivel de poder financiero, mediático y político que están en capacidad de imponer temas en la agenda y en determinados casos abusan de una posición oligopólica. El oligopolio es un mercado dominado por un grupo de empresas (no solamente tienen inversiones en el sector de la información) que funciona como un circuito cerrado para la emisión de un mensaje unívoco y de un solo origen, pero en apariencia surgido de varios emisores. Una noticia publicada por Semana es retomada por El País de Cali, la FM, El Heraldo y El Colombiano, dejando la sensación en la audiencia que son varios emisores cuando en realidad la línea editorial -cada vez más ideológica- es una. Así se forma la mal llamada “opinión pública” que tal como lo expresara el sociólogo francés Pierre Bourdieu, no existe. Se trata de una construcción social para imponer la idea de una comunidad que piensa uniformemente. A esta opinión pública se le relega a un rol pasivo, idiota útil de un establecimiento que la instrumentaliza para legitimarse.
Los medios alternativos y populares vienen nadando contra esta corriente. En un país marcado por la violencia y el centralismo, tienen un papel central por visibilizar la realidad de las regiones ignoradas por una cultura centralista que se ha conformado con idealizar esa “Colombia profunda” que solo existe en estereotipos folcloristas pero que no se toma en serio. Se habla mucho de la necesidad de ir a las regiones y de darles voz, pero a la hora en que se organiza un evento con medios comunitarios, el establecimiento en pleno los rotula de “bodegueros” al servicio del gobierno de turno. La animadversión a estos canales alternativos, populares y comunitarios tiene un origen claro: el miedo de los hegemónicos a voces que rompan el unanimismo en el que se ha apoyado esta "opinión pública". Este pensamiento uniforme, clasista y pro establecimiento debe ser rebatido y escrutado. Llueva, truene o relampaguee la labor de los medios populares debe mantenerse, de esto depende la defensa de la democracia, asediada de forma descarada por un establecimiento cada vez más temeroso de los cambios.