Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Esta semana el primer gobierno progresista o de izquierda en Colombia llegó a los dos años, por ende, el balance es un ejercicio tan necesario como sano. A esta altura según los pronósticos catastrofistas, no solo de la oposición sino de parte significativa del establecimiento, incluidos medios de comunicación -como se ha dicho en este espacio en columnas pasadas confundieron línea editorial con ideológica- el país debería estar sumido en el caos. Según esta lógica reaccionaria, los indicadores más sobresalientes serían la fuga masiva de capitales, el desplome de la inversión extranjera, la erosión de la libertad empresarial y la pérdida de credibilidad ante agencias calificadoras de riesgo. Sin embargo, nada de lo vaticinado sin fundamentos y con el único propósito de combatir a la izquierda de las peores formas ha sucedido. Sin poder afirmar que el gobierno ha cumplido en todo e insistiendo en que son múltiples los pasivos y desafíos en lo que resta, se debe reconocer que en estos dos años se ha desdibujado por completo la tesis hecha a las carreras del castrochavismo de que cualquier proyecto de izquierda está condenado a calcar el proceso venezolano.
Entre los logros que difícilmente serán observables en los medios hegemónicos vale la pena destacar tres rubros. Primero, el gobierno consiguió instalar una agenda social en un país carcomido en las últimas décadas por el neoliberalismo -dogma de la desregulación y desmonte del Estado en nombre de una supuesta eficiencia-. Claro, la correlación de fuerzas en el Congreso no permite avanzar a la velocidad a la que aspiran las bases variopintas -y no pocas veces enfrentadas- del Pacto Histórico. Al margen de que no todos los proyectos hubiesen sido aprobados, al menos en salud, trabajo y pensiones el mensaje del progresismo es claro: se requiere mayor regulación para equilibrar las fuerzas en el mercado que por años han impedido la exigibilidad de derechos fundamentales. Son avances significativos poner en discusión los excesos de las EPS en un sistema de salud regresivo en el que el acceso depende de la capacidad adquisitiva, la necesidad no sólo de generar empleo sino de entenderlo según la óptica de la dignidad en un país que todavía cree que la principal misión del Ministerio de Trabajo es crear empleo (recordar el escándalo que armaron los medios cuando la titular de esa cartera lo aclaro, revelador de la pobreza argumentativa y de una cultura patronalista sostenida en siglos) o incluir la universalidad de las pensiones.
Segundo, el progresismo logró conquistas históricas sociales como la jurisdicción agraria, la ley antitaurina, la reforma tributaria y sin duda la de mayor peso, la reforma pensional que corrige años de injusticas derivadas de la ley 100 de 1993. Aunque sean avances notables, no pueden darse por descontado, la historia reciente muestra que cualquier conquista está bajo amenaza por la deriva anti derechos de la extrema derecha en todo el mundo.
Y, en tercer lugar, el progresismo le devolvió al país su lugar en el sur global (antes Tercer Mundo). Abandonamos la retórica arribista pro estadounidense y de distanciamiento de la posición histórica constitucional latinoamericanista. Colombia hoy reivindica la transición energética, una posición alternativa frente a las drogas, condena como pocos el genocidio en Gaza y todavía dispone de juego en la dramática situación venezolana, a pesar de la tentación injerencista.
De todos modos, los pasivos son inocultables en lo que tiene que ver con algunos nombramientos en pro del pragmatismo y que han alejado a este gobierno de la base progresista. A esto se suma la disparatada idea de una Asamblea Constituyente que significó despilfarro de tiempo y energía. El debate es tan desgastante que sería ideal centrarse en la agenda social que queda por delante (reforma al trabajo, salud, servicios públicos, educación, etc.).
Esta izquierda tiene en su haber la instalación de una agenda programática progresista hacia el futuro, además de resistir a una parte del establecimiento que aun no reconoce el resultado de las urnas de 2022, esto último valga decir, no es mérito de menor valía.