Por: Mauricio Jaramillo Jassir
La designación de Daniel Rojas como ministro de educación no estuvo acompañada necesariamente de análisis rigurosos sobre sus retos futuros y, como se ha vuelto costumbre, aparecen los descalificativos que en el peor de los casos, como ocurrió con la directora de El Colombiano, están empapados de clasismo. En su cuenta de X, Luz María Sierra aseguró que el titular de educación “parece sacado del casting de Rodrigo D No Futuro”, frase que desnuda un periodismo no solamente arribista y clasista sino alérgico a la cultura.
Algo similar había ocurrido de manera reciente con Martha Carvajalino, recién nombrada ministra de agricultura, a quien buena parte de los medios decidió descalificar a priori por declaraciones sobre la expropiación como una figura consagrada en la ley, pero convertida a juicio de la hoy ministra en “fantasma”. Cuando Jhenifer Mojica fue nombrada algo similar ocurrió. Su perfil en algunos medios se limitó a fotos en Venezuela en las que se veía admiración por Hugo Chávez. Poco se dijo de su trabajo en la redacción de la ley de víctimas y restitución de tierras, en la Comisión Colombiana de Juristas o en la Comisión de la Verdad. Parece haber un propósito común en determinados medios hegemónicos: proyectar la idea de que se trata de radicales o de personas sin la idoneidad necesaria para ocupar esos cargos. Por supuesto, corresponde a los medios escrutar en la vida de quienes han sido nombrados, el problema es cuando ese rastreo parece más una cacería de brujas con visos de macartismo, que un trabajo riguroso para dar a conocer perfiles.
El trino de Sierra habla de una degradación paulatina de la actividad periodística que, en nombre del derecho a la información, pone en entredicho aspectos que en realidad corresponden a la vida privada de quienes han estado en el servicio público. Ese escrutinio no puede limitarse a la exposición de aspectos tan superficiales como irrelevantes. La búsqueda maratónica de trinos de quienes son nombrados se ha convertido en común denominador para poner en evidencia posturas alarmistas, apocalípticas y que simplifican para mal los debates necesarios sobre temas de interés nacional. En vez de discutir la mejor forma de apuntar a una reforma integral rural que contempla -se quiera o no- una redistribución de tierras que en todos los lugares del mundo ha implicado expropiaciones (consensuadas), se termina reduciendo a que supuestamente Carvajalino propone expropiaciones masivas arbitrarias. Ahora con Daniel Rojas en el Ministerio de Educación han quedado de lado aspectos clave de su gestión como el futuro de una reforma a la ley estatutaria de educación, el aumento en la cobertura o la creación de los 500 mil cupos para educación superior. Todo opacado por cuenta de estereotipos o prejuicios de unos medios cada vez más lejos de la independencia respecto del establecimiento. Como si lo anterior no fuese suficientemente indignante, estos mismos comunicadores hablan de una radicalización en la izquierda, cuando la intransigencia se ha convertido en su impronta comunicativa.