Por: Mauricio Jaramillo Jassir
El 7 de octubre ocurrió la peor masacre en la historia de Israel. Más de mil inocentes fueron salvajemente asesinados por el grupo Hamás. Se trató en buena medida de civiles e inocentes que, en no pocos casos habían sido activistas de la paz y simpatizantes de la salida de dos Estados. Imposible asociar este crimen de lesa humanidad con la reivindicación legítima de la autodeterminación palestina y el fin de 75 años de ocupación. Nada justifica las acciones de Hamás, y de ninguna manera se puede hacer apología al asesinato de israelíes, menos aún, en un mundo donde abunda el antisemitismo.
Ahora bien, la operación Tormenta de al-Aqsa llevada a cabo por las Brigadas Ezzedine Al-Qasan, cuyo primer aniversario ocurrió esta semana, debe servir para reflexionar acerca del papel y la responsabilidad de Israel y de buena parte de la comunidad internacional en haber lanzado a los palestinos a los brazos de Hamás. Lo que dije en un trino lo sostengo, ha venido ocurriendo una Primavera Palestina, al menos desde el primer levantamiento o Infitada en 1987, cuando un grupo de refugiados fueron arrollados por un blindado israelí y se dirigían al Campo de Jabaliya (bombardeado por Israel en la ofensiva post 7 de octubre). Los palestinos han venido demandando no solo la autodeterminación, sino que se ponga fin a la ocupación, al régimen de apartheid, a la limpieza étnica y el genocidio frente a la mirada impasible y condenatoria de los Estados más poderosos de la comunidad internacional. Hace décadas que la causa palestina es defendida por la mayoría de Estados del sistema internacional. No obstante, todos los reclamos del sur global se restringen a lo simbólico que no es poco, pero dista de ser suficiente.
¿Qué diferencia los reclamos sostenidos de los palestinos durante años para sobrevivir, de la Primavera Árabe que despertó toda la solidaridad del planeta? ¿Por qué en nombre de los derechos humanos, la OTAN intervino en Libia en 2011 para proteger la población de Muammar Gadafi víctima de represión durante unos meses, pero se ignora que los palestinos vienen siendo asesinados sistemáticamente durante décadas? ¿Qué pasaría si el 6% de la población sueca, francesa, alemana o británica hubiese sido masacrada en 12 meses de ofensiva militar por decisión del gobierno de un tercer Estado, como ha sido el caso de los gazatíes, diezmados de las peores formas, incluida el hambre?
Hablar de Primavera Palestina es reconocer que ese pueblo abandonado y condenado a la mendicidad internacional ha protagonizado su propia versión de la Revolución Húngara (1956) la Primavera de Praga (1968), la Revolución de Terciopelo (1989), la Primavera de Teherán (1989) o la Primavera Árabe (2010-2011), todos hechos que despertaron de inmediato el apoyo internacional. ¿Qué pasaría si se encierran a dos millones de europeos durante 20 años a un bloqueo donde menos del 5% tiene acceso al agua potable, se le despoja del derecho de la libre movilidad, se le imponen zonas de vigilancia militar, se coloniza, ejercen estrictos controles para impedir la ayuda humanitaria, al tiempo que se le bombardea en promedio cada tres años? ¿Cómo reaccionaría ese pueblo aún parte del mundo “más civilizado”? Imagino que lo haría de manera violenta —pido perdón por la hipótesis contrafáctica pero reveladora—.
Israel es hoy el peor enemigo de Israel. Benjamín Netanyahu acabó con un Estado creado dentro de la secularidad y el progresismo liberal. Nadie con incidencia seria en el sistema internacional pone en tela de juicio la legitimidad de ese Estado. Sin embargo, en nombre de una supervivencia que no tiene indicios de estar bajo amenaza, se comete un genocidio, se ha impuesto un apartheid y se ha tolerado una limpieza étnica que acaba mediante la doctrina Dayihé (arrasarlo todo) con la nación palestina. A un año de los atentados que costaron la vida a esos miles de inocentes israelíes y en nombre de esas familias que sufren del terrible drama del secuestro, es prudente recordar que los responsables de esta tragedia siguen impunes gobernando y apoyados por los Estados que se han reivindicado como representantes del mundo libre. En Medio Oriente no hay guerra, solamente una ofensiva de los Estados del norte global por imponer un proyecto colonizador en el sur. No habrá perdón posible, ni punto de retorno.