Por: Aura Carolina Cuasapud
El pasado mes de agosto, a través de su cuenta de Twitter, el aeropuerto El Dorado de Bogotá anunció que restauraría el espacio del oratorio para convertirlo en un lugar de “culto y reflexión neutral”. El oratorio del aeropuerto estaba cedido a la Diócesis de Fontibón por medio de un convenio administrativo con OPAIN (operador logístico del Dorado) para su manejo y ocupación; es decir, para ser usado como sitio de culto para las personas católicas.
Desde abril de 2022 el operador logístico le notificó a la diócesis que debía entregar el recinto, pues habrían de hacerse adecuaciones con el fin de convertir al lugar en uno donde se garantice la práctica de otras religiones y creencias, lo que implicaba el retiro de las imágenes y demás elementos litúrgicos. Según el comunicado de la diócesis se pudo acordar que lo único que se mantendría sería la celebración de la misa a diario.
Como era de esperarse, muchas y muchos católicos sintieron esto como una ofensa a sus creencias pues era un espacio que por muchos años había estado exclusivamente destinado para la expresión de su fe. Su inconformismo lo evidenciaron en protestas dentro del aeropuerto, hasta hicieron una procesión con la imagen de la virgen María. Lo que dicen los creyentes es que se estaba vulnerando su derecho a la libertad de religión y cultos, algo que en nuestro país es considerado un derecho fundamental.
Aquí hay varios asuntos importantes, lo primero es que no se puede confundir el derecho a la libertad de profesar una religión con el de ejercer un culto, si bien se relacionan y se complementan. La libertad de religión es el derecho que tenemos todas las personas de adherirnos a una determinada creencia o fe y a creer de manera personal e íntima en lo que consideramos divino, en sí este derecho lo que hace es reconocer y proteger nuestra relación personal con Dios, cualquiera que este sea. La libertad de cultos por su parte protege la exteriorización de esas creencias, protege los rituales, el culto y la facultad de expresarlo de manera pública o privada. En todo caso, lo que no está permitido es que se nos prohíba o se nos coarte la posibilidad de pensar o creer y que por tanto se nos obligue a dejar de expresarnos libremente en torno al ejercicio de una religión. Con las modificaciones al oratorio solo cambiaría (sin que se suprima) la forma de realizar el culto, eso no significa que se busque limitar las creencias de las y los viajeros o que el aeropuerto se convierta en un espacio anti religiones. Esto nada tiene que ver con la relación de cada uno con Dios.
Con ello vale la pena mencionar, o mejor, recordar que la libertad de religión en nuestro país no protege solo a una religión. Y sí, es cierto, la mayoría de personas fuimos bautizadas, es decir, somos católicas, creemos en el Dios católico, de hecho, somos uno de los países más católicos en el mundo, sin embargo, no está bien desconocer que existen otras religiones y otras personas cuya espiritualidad no necesariamente la expresan con una religión. Lo que se pretendía con la decisión de OPAIN en el Aeropuerto El Dorado era quizás intentar ver más allá de lo tradicional, reconocer que somos diversos y apelar a la aplicación de eso llamado principio de Estado laico, en donde se respetan las religiones y sus formas, pero sin privilegiar a una por encima de las otras. Entonces, así como estaba dispuesto el oratorio se daba lugar a que los cultos que no fueran católicos fueran excluidos.
La Iglesia católica, evidente o no, tiene cierta ventaja entre las otras creencias y religiones en nuestro país. Y por esta misma razón, personajes de la vida pública estatal como la senadora María Fernanda Cabal, sin acatar el deber de neutralidad que le asiste por ser funcionaria pública, se sienten con la autoridad de catalogar este hecho como una persecución a la fe y las creencias como si se tratara de una prohibición impuesta por OPAIN a la posibilidad de profesar nuestro catolicismo. De manera que nos corresponda el privilegio de exigir que se mantenga un sitio exclusivo para nosotros, en un lugar por donde transitan miles de personas de todo el mundo con un sinfín de creencias.
Pues bien, si hablamos en clave de derechos, lo que hizo el operador logístico fue intentar modificar la forma en la que estaba dispuesto el oratorio para permitir que personas con otros credos y confesiones estén incluidos y se les reconozca su libertad de religión y culto. En suma, el hecho de que haya un lugar de culto y reflexión neutral no significa que nos estén vulnerando nuestros derechos, pues no nos están pidiendo que dejemos de creer en Dios, no se nos está prohibiendo ser católicos y católicas, no es acabar con las expresiones de fe como lo mencionó la Conferencia Episcopal en su comunicado. Más aún cuando la función de un aeropuerto es prestar un servicio de transporte a las personas y no la de brindarnos un sitio para el culto, para ello, en nuestro caso, tenemos las iglesias.
Así, el espacio neutral solo garantiza la igualdad en el trato y permite que todas y todos tengamos derecho a expresarnos y comunicarnos con nuestro Dios de la forma que mejor nos parezca. Esto no es retroceder en libertades, al contrario, es avanzar hacia el reconocimiento de las distintas formas de ver lo divino, más allá de las católicas. Colombia ya no es el país católico, apostólico y romano de 1886, es un país diverso, pluralista y laico.
Al final, OPAIN, como operador privado y con autonomía para decidir sobre los asuntos de infraestructura del aeropuerto, optó por mantener el sitio exclusivo de fe católica y adecuar uno distinto para otras religiones. Pero valdría la pena que con esta situación se siente la reflexión sobre cómo no debería seguirse imponiendo nuestra fe por encima de las demás, salvaguardándonos en el derecho a la libertad de religión quizás podríamos aplicar eso de la bondad, el amor al prójimo y reconocer que todas y todos cabemos bajo los ojos de todas y todos nuestros Dioses sin importar el lugar.