Por: Carolina Jiménez Martín
Profesora del departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia
El pasado 7 de junio las calles de las principales ciudades del país fueron ocupadas por diversas expresiones del movimiento social, sindical y popular para expresar el apoyo al gobierno del Pacto Histórico. Y si bien, aunque la convocatoria realizada por el propio presidente Petro se enfocó en el respaldo a las denominadas reformas del cambio; lo que se puso en escena fue la defensa de una lucha histórica por construir un horizonte de visibilidad transformador.
De ahí, que, pese a las críticas al rumbo de este gobierno, resultaba claro que la coyuntura política reclamaba un pueblo vigoroso, la activación de una energía rebelde dispuesta, por un lado, a contener el embate de las facciones reaccionarias de la clase dominante que se niegan al recorte, aunque sea mínimo, de sus privilegios; y por la otra, a exigirle al gobierno un cambio en la conducción y el sentido político de su administración, aunque esta última con importantes limitaciones en su reflexión.
En todo caso pese a la riqueza de la movilización es importante destacar una participación limitada de las juventudes rebeldes que sostuvieron el paro nacional del A28 de 2021 y que son indicativas de cierto descontento con la ruta gubernamental tomada: el capitalismo progresista.
No ha sido una sorpresa la orientación progresista asumida por el gobierno del presidente Petro. Tampoco ha sido un engaño electoral. En su discurso de posesión el 7 de agosto señaló la necesidad de desarrollar un capitalismo “democrático, productivo y no especulador”.
Una valoración de algunas de las políticas impulsadas durante estos diez meses de gobierno denota el derrotero progresista tomado: i. Una reforma tributaria que, aunque tiene atisbos de una justicia tributaria resulta insuficiente para resolver los problemas estructurales de ingresos fiscales. ii. Una Política fiscal que sigue amarrada a la regla fiscal para cuidar la denominada estabilidad macroeconómica y así mantener la confianza inversionista. iii. Una reforma pensional que va en contra de la solidaridad y la universalidad y se volca en una idea asistencialista de una transferencia minimalista y el incremento de rentabilidad de los fondos privados[1]. iv. Narrativa de la transición energética que no logra ir más allá de un capitalismo verde celebrado hoy por todas las potencias mundiales. v. Una política agraria que si bien pretende avanzar en la titulación de propiedad para el campesinado no logra quebrar la estructura terrateniente ni mucho menos impulsar una verdadera reforma rural.
El gobierno del cambio ha intentando desde la campaña electoral construir una narrativa referida a Colombia potencia mundial de la vida. Sin embargo, una vez en el gobierno más que avanzar en un horizonte de visibilidad capaz de materializar las grandes expectativas creadas, quedó atrapado en la lógica de la gestión, administración y gobernabilidad dentro de los contornos definidos por el pacto de clases.
Los escándalos recientes y la decisión de los partidos Liberal, de la U y Conservador de no acompañar las reformas del cambio son la expresión de las fisuras, que podrían volcarse en fracturas, en el bloque emergente de amalgamas de fuerzas políticas de derecha, centro y de izquierda que pretendió liderar el petrismo bajo la sombra del santismo.
Finalmente, quisiéramos señalar algunos asuntos referidos al inaplazable golpe de timón. Gustavo Petro en el discurso que acompañó las movilizaciones del 7 de junio advirtió sobre la necesidad de volver realidad el programa de gobierno por el cual el pueblo votó. De igual manera, insistió en el respaldo popular con que cuenta el jefe de Estado y la necesidad de atender el mandato popular.
Lo acontecido abre una serie de interrogantes sobre el compromiso efectivo de este gobierno para impulsar el conjunto de reformas que reclama el momento histórico. Se interroga sobre la posibilidad de situar en el seno de la estrategia gubernamental la matriz nacional-popular-comunitaria que permita construir una política de recuperación soberana (energética, monetaria, alimentaria, tecnológica-científica, defensa), que ponga en el centro a las comunidades y que siente los cimientos para transgredir los soportes de una sociedad del privilegio, el racismo, el machismo y la explotación. Los desafíos que se abren son muchos y el gobierno debe tener la capacidad política de leer lo acontecido. De lo contrario, se allanará el camino para la contraofensiva estratégica de la derecha colombiana.
[1] Mario Hernández y Felipe Mora (2022), La reforma pensional debe recuperar el sentido de la solidaridad en una perspectiva de justicia social. Bien Común.