Por Elmer Montaña
“Después no digan que no les propuse. ¿Nadie levantó la mano? Entonces Iré solito con seis babys”.
Así se expresa el alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, o mejor, Jorge Iván, porque durante el Paro Nacional, una media noche cualquiera, sorprendió a los caleños con una “alocución”, deshilvanada e incoherente en la que lo único claro que dijo, mientras se despojaba de su habitual camisa azul de manga larga, fue que no sería más Jorge Iván Ospina, sino Jorge Iván.
Esa noche surgieron serias y fundadas razones para desconfiar de la salud mental del alcalde de la ciudad o, para decirlo con mayor claridad, muchos tuvimos la percepción de que el alcalde no estaba en sus cabales y no porque estuviera notoriamente eufórico, sino por la verborrea incoherente que lanzó aquella noche.
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Ospina puede hacer con su vida privada lo que le venga en gana, pero cuando sus actuaciones trascienden al escenario de lo público y tienen implicaciones en la vida de los habitantes de la ciudad deben ser examinadas con detenimiento.
Después de haber gobernado la ciudad con relativo éxito entre 2008 y 2011, pese a los cuestionamientos por la dudosa celebración de algunos contratos, Ospina conquistó nuevamente la alcaldía en 2019 después de una reñida contienda electoral con Roberto Ortiz, conocido popularmente como El Chontico.
El inicio de su administración coincidió con la pandemia ocasionada por el Covid 19. La crisis sanitaria y las medidas de confinamiento pusieron al descubierto los graves y profundos problemas de exclusión, pobreza extrema y hambre que sufren miles y miles de caleños en diversos sectores de la ciudad, así como la incapacidad del gobierno municipal para hacerles frente.
Ospina no supo enfrentar la situación, porque jamás tuvo en cuenta la dimensión real del problema, y si la tuvo, prefirió hacer gastos suntuosos como financiar una feria virtual y un alumbrado navideño itinerante. En estos contratos y otros que celebró con el mismo objeto, derrochó cerca de 30 mil millones de pesos.
El derroche y la corrupción quedaron evidenciados en estos contratos que desde hace más de 2 años investiga la fiscalía a paso lento, muy lento, como acostumbra a actuar en los casos contra Ospina. Prueba de esa lentitud es que apenas ahora responde en calidad de acusado por uno de los contratos que celebró irregularmente durante su primera administración, es decir, casi 12 años después. Pero hay que ver como corre la fiscalía para perseguir a los muchachos de primera línea.
Durante el Paro Nacional, Ospina se mostró errático, torpe y miedoso. Sus intervenciones no eran propias de un gobernante. Cada salida en público dejaba en duda su capacidad para gobernar la ciudad. Era evidente que no comprendía lo que estaba sucediendo y por lo tanto nunca supo qué hacer para enfrentar la crisis.
Equivocadamente creyó que la solución era mediante el uso de la fuerza, por eso fue uno de los pocos alcaldes que aceptó la “asistencia militar” que ofreció el gobierno de Iván Duque.
Durante una rueda de prensa, a la que asistió la gobernadora Clara Luz Roldán, el alcalde Ospina, agradeció el apoyo del general Zapateiro, quienes, de la mano del ministro Molano, convirtieron la ciudad en un laboratorio de guerra para poner en marcha una macabra estrategia de desprestigio del Paro Nacional que consistió en lo siguiente: 1. Permitir que pequeños grupos de vándalos saquearan la ciudad, cometieran destrozos en bienes públicos y privados, incendiaran sedes bancarias y cometieran atracos a su antojo. 2. Mostrar a los medios de comunicación nacionales la devastación de la ciudad y culpar a los manifestantes de la misma.
Los actos de vandalismo ocurrieron mientras miles de policías permanecían concentrados en las inspecciones, cuarteles e inclusos algunos hoteles de la ciudad. Caída la tarde, salían por centenares a “disolver” a la fuerza las concentraciones pacíficas, haciendo uso de las armas de fuego de corto y largo alcance.
Las organizaciones de Derechos Humanos reportaron más de 40 personas asesinadas por la policía y varios centenares de heridos con armas de fuego.
Mientras la policía bañaba en sangre las calles de la ciudad y aterrorizaba al país, algunos dirigentes locales se pusieron en la tarea de ejecutar una planificada campaña de desinformación, mediante noticias falsas que atribuían las muertes a los mismos manifestantes.
Ospina, por su parte, acobardado y desorientado, se refugió en su Pent House, al oeste de Cali y no fue capaz de asumir su función como jefe de policía y ordenar a los uniformados que pararan la masacre.
El entonces secretario de seguridad, un ex militar fervorosamente uribista, que tuvo que renunciar en medio de un escándalo por haber contratado a ex militares comprometidos en graves violaciones de Derechos Humanos, asumió las tareas del alcalde cobardón y recorría la ciudad exhibiendo su pistola de dotación. Gracias a esto se ganó el apodo de Pancho Pistolas.
La Fiscalía, o mejor un fiscal de la Unidad de Derechos Humanos, se tomó en serio su trabajo y acusó al comandante de la policía metropolitana de Santiago de Cali, al comandante del GOES y a un patrullero de los homicidios de 6 personas ocurridos durante las protestas. Según la fiscalía se compulsaron copias para investigar a Ospina, pero nadie sabe el paradero de la investigación.
Diego Molano fue denunciado, pero un fiscal delegado ante la Corte Suprema de Justicia archivó la investigación, después de haber consultado a los subalternos del exministro sobre las actuaciones que tuvo durante el paro. Todos a una, dijeron que el jefecito actuó conforme la Constitución y la Ley. No obstante, Molano aún no puede cantar victoria o impunidad porque los denunciantes solicitarán a un juez el desarchivo de la investigación.
Ospina tendrá que responder algún día por sus graves omisiones como alcalde que permitieron que cayeran muertas decenas de personas durante el Paro Nacional y que la ciudad fuera destruida. La justicia en nuestro país suele ser demasiado lenta, pero mientras haya memoria alguien exigirá sanción para los culpables. En tanto eso sucede, que disfrute con sus “babys” en uno de los lujosos palcos que mandó a construir en el Estadio Pascual Gerrero.