Por: Julián Cortés
Alexis[1], un viejo campesino de la región de la Sabana de Cundinamarca se quejaba de la baja rentabilidad que tenia al vender sus hortalizas en la capital. Para el, víctima del conflicto armado, sembrar la tierra en otro sitio diferente al de su propia finca de origen en el Tolima había sido su única alternativa. Su hermano, también migrante por la violencia, había preferido dedicarse a la seguridad en Bogotá, de guachimán (Wathcman) — dice Alexis. Mientras tanto, su hermana se dedicaba a atender casas de familias ricas o como me dijo el mismo, “de sirvienta de casa en casa”. Alexis, su esposa y sus tres hijos si se quedaron en el campo y vivían tratando de resolver sus necesidades a la vieja usanza de la economía tradicional campesina. Gallinas, un par de vacas, unos patos, unos curíes, hortalizas y un perro componían su granja. De estos alimentaba a su familia (no del perro, el perro cuidaba la granja) y vendía algunos excedentes para comprar las cosas adicionales que no producía en su terruño.
— ¿Usted que puede acumular don Alexis? Le pregunto.
— ¿Que es acumular?, me dice Alexis frunciendo el ceño y haciendo un gesto con su boca como cuando uno se pregunta ¿que mierda es eso?.
— Si acumular — le digo yo —, el acto de poder ahorrar unos pesos para poder comprar otros bienes y constantemente aumentarlos a medida que las ganancias se van incrementando año a año.
— ¡No jodas sociólogo!, ¡aquí solo acumulamos tristezas y deudas!
Este pequeño relato contrasta con esa visión romántica del campo que muchos tienen en la ciudad. El campo, pero más que el campo, el trabajo del campo es supremamente duro y muy poco dignificado. Los jornales en ciertas partes de Colombia no superan los 30 mil pesos, y el ingreso que muchos campesinos logran hacer apenas les alcanza para vivir. Este escenario, empeorado por las consecuencias de la violencia, ha hecho que miles de campesinos hayan migrado a las ciudades en busca de mejores ingresos y más posibilidades de rebuscarse. Los que se quedaron, intentan hacer de la economía campesina una posibilidad para sobrevivir. Posibilidad que se redujo al mínimo década tras década con la profundización del conflicto armado, el aumento del costo de los insumos, la reducción de las condiciones favorables para la comercialización y la apertura económica como política clave del neoliberalismo, entre otras causas. Los pocos que aún siguen en el campo pasan de los 40 años y la gran mayoría son adultos mayores según la última encuesta del DANE. El campo esta envejeciendo.
Los jóvenes por su parte siguen la ruta de los hermanos de Alexis. A las ciudades llegan cientos de jóvenes para trabajar de guardias de seguridad, mensajeros o cualquier otro trabajo mientras que muchas jóvenes llegan para dedicarse a las tareas de cuidar y asear casas. Muy pocos trabajan el campo. Muy pocos estudian una carrera. Pero aun si lo hacen, prefieren no retornar. El campo ya no es atractivo para los jóvenes. Camilo, por ejemplo, un joven campesino de La Calera que estudia Ingeniería Agrícola en la Nacional prefiere hacer un ingreso de mensajero con moto en el pueblo que intentando un emprendimiento agrícola. El sabe que en el fondo las clases que recibe en la Nacho pintan un escenario de emprendimiento agrícola que es muy complejo y es consiente de que lo que se gana en el campo produciendo es muy poco. Por eso es mejor repartir pizza que sembrar la tierra.
Chayanov, uno de los pioneros de la sociología rural, caracterizó la economía campesina como aquella de carácter privado — y en algunos casos de manera solidaria y cooperativa entre varias familias — que practican muchas familias básicamente para autoabastecerse y vender algunos excedentes para cubrir otras necesidades que no se pueden producir en una granja. Lo que entendió Chayanov, por un lado, es que en la economía campesina no hay acumulación de capital, por eso no puede ser considerada como economía capitalista a pesar de ser privada (en la mayoría de los casos). Y, por otro lado, demostró que estaba caracterizada por un sentido común entre los campesinos en el que las lógicas de crecimiento, reinversión de utilidades y acumulación no son la norma ni el objetivo de la familia campesina. En otras palabras, según Chayanov, a los campesinos no les interesa, desde su sentido común, ser empresarios de la agricultura. Paradójicamente, el modelo de economía campesina que planteó Chayanov a principio del siglo XX parece funcionar en cualquier punto del globo terráqueo y en cualquier época. Funciona en términos de subsistir. Los pocos viejos que quedan en el campo colombiano logran conseguir un ingreso, cada vez mas modesto, pero se consigue. De eso dan fe los que aún persisten en quedarse en la tierra. Sin embargo, vender la tierra se ha convertido en una alternativa más rentable. Se pueden ganar varios millones de pesos de un solo tajo en un escenario donde el mercado de tierras rurales se vuelve atractivo para un reducido grupo de constructores y acaparadores (y volteadores) de tierras que ven un gran negocio en el creciente numero de habitantes que desean vivir (mas no producir) en el campo o cerca del campo. Esta creciente población requiere no de distribución de la tierra, dicen los neoliberales, sino de convertir pequeños lotes rurales en viviendas multifamiliares donde ahora caben hasta cincuenta apartamentos en un espacio donde antaño era una vivienda campesina. El beneficio supera el 1000%. Este modelo, además del lavado de dinero, hace que el precio de las tierras se incremente por la especulación de los mismos habitantes que sueñan con vender su parcela al gran constructor. Así, sin control sobre el mercado de tierras, se van especulando los precios y de paso reduciendo los habitantes rurales que si desean trabajar la tierra. Basta darse una pasada por los municipios de Sabana centro y Sabana occidente para darse cuenta que ya poco se siembra. Le llaman gentrificación. Urge la creación de mas Zonas de Reserva Campesina.
Para minimizar la falta de ingresos de las y los campesinos, desde hace décadas se plantean esquemas de generación de ingresos para campesinos con resultados no tan notables como se espera. La lógica de esta estrategia de generación de ingresos se basa en la idea de convertir a las y los campesinos en emprendedores o empresarios. Aquí es donde entra Fukuyama y su tesis de que el mercado capitalista es la única alternativa que todo lo resuelve. Se incluye la idea de que para hacer esta transición de campesinos pobres a campesinos exitosos deben fortalecerse las capacidades empresariales de estos, enseñándoles mercadotecnia y estrategias de comunicación efectivas para vender sus productos y obviamente una alta dosis de los discursos de autoayuda de los libritos de Walter Riso y demás vendedores de humo. Poco se habla de transformaciones estructurales en la forma como se distribuye la tierra, como se distribuyen los alimentos y del rol del estado en fomentar la economía campesina desde otras formas alternas a la económica del mercado. Hasta la izquierda que busca alternativas desde el Estado parece limitarse a fomentar los proyectos productivos y en “fortalecer las capacidades” de los campesinos orientándolos al mercado y a la competencia. No es raro que pensemos que los campesinos lo que necesitan es manejar mejor sus redes sociales.
Una aproximación a la verdad sociológica, sin embargo, demuestra que esta lógica es muy poco atractiva para los campesinos. Quienes hemos navegado en el infinito mundo de los intentos para sacar el campo adelante, sabemos que meter a los campesinos en las estrategias de mercadeo es hilarante. Siempre terminan necesitando de un alguien externo para que les promocione su mercado, les diseñe la estrategia comercial y les haga un par de flyers para sacar sus productos. La solidaridad de quienes hacemos estas tareas (los terceros) es muy loable pero poco sostenible. Los voluntarios van y vienen mientras que los campesinos siguen ahí, esperando encontrar la mejor estrategia para sacar sus productos al mercado. Al final terminan yendo al mercado campesino (que tal parece se convirtió en la única estrategia para conectar productores con consumidores), donde ganan un poco más vendiendo directamente al consumidor final; y en el peor de los casos, llenando un camión y viajando a abastos “a ver quien les paga mejor”. Así las cosas, nos quedamos navegando entre la tesis chayanoviana y de los chayanovianos de que la economía campesina funciona porque precisamente le da sustento a las y los campesinos, así estos no logren acumular; y la tesis Fukuyamista de que la solución para la crisis económica de las y los campesinos es volverlos empresarios y emprendedores.
La solución pareciera estar en un punto medio, ni tan utópica como lo plantea Chayanov, ni tan empresarial como lo plantean fallidamente los neoliberales. Hay que pensar fuera de la caja y de manera sencilla. Los que están ahora en el gobierno, con las tesis progresistas, aunque algunos patalean en las barbas de Marx siguen con la misma lógica de los proyectos productivos y del emprendimiento. De Sousa Santos insiste en que la lógica del emprendimiento “solo le da glamour a la precariedad”. Dejémonos de pendejadas. Se necesita es un sistema de comercialización desde el Estado que garantice la compra de los alimentos a las y los campesinos sin pedirles esfuerzos que no se consiguen con un cursito de 10 horas en temas de mercadeo y manejo de redes sociales. Un sistema sencillo. Va el camión, recoge los productos, les pagan un ingreso digno a los productores campesinos y el camión los lleva a un almacén para ser vendido a los terceros (llámese clientes directos, supermercados o tiendas). Esto combinado con estrategias de economía solidaria y de educación que con el pasar de los años podrían llevar a las y los campesinos a fortalecer sus propias economías con estrategias mas innovadores y creadas por ellos mismos. Mientras creamos las universidades campesinas, vamos con esta solución práctica. La demora nos perjudica.
[1] Es un personaje ficticio en un contexto real.