Víctor de Currea-Lugo
Dice el refrán que si todos los chinos saltan al tiempo, la tierra tiembla. Es una bonita metáfora para decir que casi el 19% de la población mundial es de China. Un gigante sin duda. También suelen decir que si usted le vende un cepillo dental, solo uno, a cada chino, arreglará los sus problemas económicos y los de sus próximas generaciones. Pero más allá de un mercado o una población, China es una potencia con puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y, por tanto, con derecho al veto.
China apuesta por una serie de principios en sus relaciones exteriores que juegan un papel importante en su análisis de los conflictos armados, como soberanía, integridad territorial, no agresión, no interferencia en los asuntos internos del otro, igualdad, beneficio mutuo y coexistencia pacífica. El “crecimiento pacífico”, rebautizado como “desarrollo pacífico”, guía la política china frente al mundo.
La lógica china se ampara en la invocación de la soberanía y la no interferencia en asuntos que califica como “asuntos internos” de un país (echando mano de una lectura reducida del famoso artículo 2,7 de la Carta de la ONU), lo que le permite enmarcar en una figura políticamente correcta su opción política que raya más exactamente en el pragmatismo.
Tanto en la política de su área de influencia inmediata, como en la política exterior general, parece que el tema de la paz no es un fin en sí mismo sino un medio (como les pasa a otras potencias) para consolidar aliados, abrir mercados, acceder a materias primas, garantizar su crecimiento, ratificar su posición internacional, etcétera. Estos no son objetivos per se condenables pero no sirven necesariamente a la paz. En el caso de China, el factor energético en su política exterior explica buena parte de su racionalidad frente a los conflictos armados.
En el caso de las desigualdades como motor de conflictos, China asume que son “asuntos internos” que no deben tocarse por “respeto a la soberanía” y por el “principio de no-intervención”. Esta fórmula le permite no entrar en confrontación con las élites locales, un vínculo necesario para acceder a una de las razones últimas detrás de su política exterior: las materias primas.
Si revisamos los “ocho principios de la ayuda exterior” de China vemos que no hay ningún tipo de cuestionamiento en materia de derechos humanos, lo que genera permisividad con ciertos regímenes y contribuye a que estos se mantengan en el poder y/o a que los conflictos se prolonguen. Así se ve en lo que respecta a su cooperación con países como Sudán o Birmania.
Para mayor detalle, veamos los principios: “1) igualdad y beneficio mutuo, 2) ausencia de condiciones y privilegios, 3) préstamos libres de interés o a bajo interés que no supongan una carga de deuda para el país receptor, 4) ayuda para desarrollar la economía nacional, no para crear dependencia de China, 5) ayuda a proyectos que necesiten menos capital y produzcan rendimientos rápidos, 6) ayuda en especie de alta calidad a precios del mercado mundial, 7) asistencia técnica y supervisión para que la tecnología sea aprendida y dominada por la población local, y 8) los expertos y técnicos chinos enviados al país receptor de la ayuda reciben el mismo trato que los trabajadores autóctonos, sin beneficios adicionales”.
Ni el derecho internacional, ni los derechos humanos, ni las prácticas democráticas aparecen como condiciones o, por lo menos, marcos de referencia de la ayuda exterior. Lo suyo es lo práctico en términos de beneficios y de resultados económicos.
China de cara a otras guerras
China ha priorizado, en relación con los conflictos armados, el apoyo a salidas regionales, antes que globales: su posición sobre Sudán está determinada por los debates de la Unión Africana, y en el caso de Libia se abstuvo de votar en contra de las operaciones militares de 2011, debido al apoyo que estas tuvieron tanto por parte la Liga Árabe como de la comunidad africana.
El veto a una resolución contra Birmania fue justificado en la convicción de que el resto de países de la región no veían allí una amenaza a la paz y la seguridad internacional, pero no así en el caso de Siria, donde el llamamiento de la Liga Árabe chocó con los pedidos iraníes de no-intervención y con el apoyo ruso al veto.
El llamado “factor energético en la política exterior” dominaría la agenda china en países en conflicto armado. Si la energía es “una mercancía politizada, crítica para la economía y la capacidad militar, y por lo tanto vital para la seguridad nacional”, es entendible, desde el punto de vista chino, que opte por la política exterior basada en los recursos, con proyectos de desarrollo a largo plazo para consolidarse como potencia. Pero el que sea “entendible” desde las prioridades chinas, no significa que sea lo más justo.
Veinte días antes de que empezara la ocupación de Ucrania, exactamente el 4 de febrero de 2022, Rusia y China firmaron una declaración conjunta en la que rechazaron la imposición de estándares democráticos a conveniencia, el abuso de la idea de los derechos humanos para interferir en asuntos internos de otros Estados, la noción de que la seguridad de un país debe estar ligada a la seguridad del resto de países, la potencial desestabilización de sus fronteras por agentes externos. Asimismo, condenaron de forma explícita la ampliación de la OTAN e hicieron un llamado a que este pacto abandone la lógica de la Guerra Fría.
Una vez se inició la guerra de Ucrania, China continuó con su bajo perfil, sin hacer compromisos explícitos, así como se ha portado frente a otras guerras. Sin embargo, no ha condenado la acción militar de Rusia y sí se ha opuesto a las sanciones. China recuerda las amenazas a la paz que han sido responsabilidad de Estados Unidos: “No olviden nunca quién es la verdadera amenaza para el mundo”, dijo la Embajada china en Rusia compartiendo una lista de países bombardeados por Estados Unidos; al tiempo llamó a una salida negociada.
China es un importante consumidor de hidrocarburos y Rusia basa su economía en la exportación de estos productos. Por tanto, China podría beneficiarse del cierre de mercados a los productos rusos que, entonces, intentaría conseguir a un mejor precio. Claro que eso no sería automático en el caso del gas, por razones logísticas, pero los chinos piensan a largo plazo.
Más de un mes después de iniciada la guerra, la Unión Europea advirtió que “cualquier asistencia financiera o armamentística sería interpretada como el fin de la neutralidad de China en el conflicto”, esto implica dos cosas: una amenaza implícita de limitar el mercado europeo a productos chinos (15 % de las exportaciones chinas llegan a Europa) y la convicción de que la asistencia financiera o armamentística de Europa a Ucrania no viola la neutralidad. En la cumbre de la OTAN de junio de 2022, China fue calificada como un “desafío sistémico para la seguridad euroatlántica”, curiosa calificación cuando el mapa del despliegue militar por parte de Estados Unidos alrededor del mar Meridional de China muestra que la nación asiática es un Estado amenazado más que una amenaza.
China es más partidario de un mundo estable en el que pueda consolidar y desarrollar sus negocios que de un mundo convulso por la guerra. Sin embargo, no por ello ha dejado de prepararse ante cualquier escenario.