Por: Alejandro Castillejo Cuéllar
Mucho me han preguntado recientemente, sobre todo al calor de un ciclo de conferencias itinerantes que dicté por varias ciudades del país interpelando (auto)críticamente el Informe de la Comisión de la Verdad, sobre la fisionomía institucional o las características de una prospectiva Comisión con el ELN. La sola pregunta me parecía incluso descabellada, en especial porque muchas personas daban por sentado o se imaginaban algo similar al aparato que nació del Acuerdo de La Habana-Cartagena-Teatro Colón, como toda tecnología, el dispositivo comisional requiere de estandarizaciones para ser reconocido. Y aunque entiendo este ímpetu, el trabajo en la Comisión, que en últimas recoge mi reflexión etnográfica sobre otras sociedades, me sirvió para profundizar (esta vez de manera directa con la piel) que toda comisión de verdad es el producto de las tensiones de poder que emanan de los contextos sociales de los que surgen. Son artefactos históricos que iluminan unas dimensiones de la violencia, mientras otras, por razones de diseño de la investigación, quedan habitando zonas grises.
Una de las características de nuestro escenario transicional, es decir del ensamble de prácticas institucionales, conocimientos expertos y discursos globales que se entrecruzan en un contexto histórico concreto con el objeto de enfrentar graves violaciones a los derechos humanos, es el hecho de estar constituido por capas de experiencia históricas no necesariamente compatibles: hoy habitamos simultáneamente el conflicto armado (entre otros), un postconflicto y una fragilizada transición. La promesa transicional en este contexto se dispersa, por decir lo menos, aunque nos movamos hacia ese derrotero que llamo post-violencia y que aglutina diversos fenómenos a nivel global: la dictadura, el genocidio, el conflicto armado, etc. Una post-violencia en medio de una transición era un contrasentido cuando se hablaba de un proyecto de nación así sea la nación arcoíris (Sudáfrica) o todos por una nueva nación. De ahí la enorme dificultad de la Comisión de caracterizar el presente, en su momento, del país. Palabras como reciclaje (del conflicto armado) son reduccionismos que hicieron carrera y no iluminan mucho para entender las continuidades históricas de diversas modalidades de violencia, expresiones de prácticas repetidas en el tiempo.
Toda la intención universalista en la exigencia de justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición puede tener modulaciones distintas, conceptos distintos (por ejemplo, para investigar las nuevas-viejas violencias o los pasados violentos que no han pasado) según sea si hablamos de Justicia y Paz o del Acuerdo de Paz con FARC. Incluso, las respuestas políticas a la exigencia de la no-repetición, depende mucho de lo que significa “violencia” y la pregunta central que me hago desde ahí: cuando decimos Nunca Más, ¿qué exactamente nunca más? Hay ahí varias sobreposiciones no compatibles. Justicia y Paz y el Acuerdo de la Habana llegarían a la restitución de los derechos y del derecho como respuesta, pero su entramado de argumentaciones, como sabemos, parte de puntos distintos. Aunque en ambos casos veamos la enunciación pública del dolor sentido e infligido, son dos artefactos diferentes. Es esta complejidad la que quiero resaltar.
Cuando hablamos de Paz Total, o la articulación del conjunto de paces parciales, hay que decir que eso le sumaría una capa adicional de mecanismos e instituciones que emergerán de las tensiones propias de los poderes alrededor de sí misma. Por supuesto emerge la pregunta por la compatibilidad con lo que queda del Sistema Integral, que debo decir, nunca me pareció tan sistémico, al menos en términos de sus procesos propios de investigación. ¿Serán compatibles las verdades, así hablemos de los mismos cuerpos macerados?, me preguntaba alguien en un seminario en una universidad regional.
Creo que nuestros debates sobre las violencias sistémicas, como principio explicativo y narrativo del conflicto en Colombia, han sido pasadas por alto y con frecuencia no han sido más que admoniciones y discursos comprensibles solo para unos sectores sociales. Uno esperaría que en la mesa con el ELN la palabra total adquiriera una dimensión sistémica no aritmética: que explore las conexiones históricas entre formas de apropiación literal de cuerpos y espacios que llamamos riqueza, las practicas que conforman la estatalidad y las tensiones sociales y sus expresiones armadas y no armadas a lo largo del tiempo. Esferas Inter-vinculadas en donde conflicto armado resulta un término limitado por el mandato espacio/temporal (y las causalidades históricas implícitas) de una Comisión. Aquí, al tener una visión más de largas temporalidades, las interdependencias entre “diferencias” y “desigualdades” se hace apremiante. Quizás en ese punto, podemos evitarnos políticos flojos intelectualmente que no ven en la maceración crónica de cuerpos una violencia que es producto de conexiones.
Nota: espero en futuras entregas poder comentar sobre lo que creo son olvidos estructurantes del Informe Final de la Comisión. Para mí, una Comisión es un proceso de investigación, en lo fundamental, indistintamente de que sus hallazgos (un término complejo sin duda) adquieran una vida política y social distinta a un texto académico. Digo “olvido” porque como cualquier investigación hay cosas que son audibles y otras que no. También hay poderes epistémicos. Esto con el objeto de animar una conversación más amplia y evitar o bien la sociedad del aplauso mutuo que acompaña el agradecimiento genuino de mucha gente que me ha dicho (amorosamente) que el Informe es ilegible al campesino o la criticadera vana de sectores que se distancian de nuestro trabajo. Aquí hablo a título personal. Hay temas vertebrales, como la visión unidimensional de la narrativa histórica, o la separación entre esferas de poder económico y político. U otras más coyunturales, como las conexiones entre cooperación militar y cooperación para el desarrollo en torno a la idea de lo internacional. Otras cosas fueron temas que a mi modo de ver quedaron en el tintero y cuando menos subdesarrolladas, a duras penas nombradas: el modelo colonial de estado sobre cual, por cierto, el proyecto modernista de una Comisión de Investigación se sustenta. Incluso en la visión de causa y efecto implícito en el Informe y que de alguna manera des-histotiza la experiencia humana. Habría varios más. Quizás ampliando estos temas, podamos halar ese hilo del tiempo, como una mochila, para que haga parte de la discusión con los elenos.