Por: Dumar A. Jaramillo-Hernández
MVZ. Esp. MSc. PhD. Profesor Universidad de los Llanos (Villavicencio, Meta, Colombia)
Dentro de nuestro proceso evolutivo, los sabores juegan un papel preponderante para facilitar procesos adaptativos a nuevos entornos y resguardar en muchos casos la integridad física, es así que, dentro de la estesiología (la rama de la anatomía que estudia los órganos de los sentidos), el gusto y su capacidad organoléptica capta hasta 5 diferentes sabores: ácido, amargo, salado, umami (glutamato, sabor a caldo de proteína, ej., pescado) y dulce.
Cuando estos sabores,acompañados de la textura y aroma particular del producto que ingresa a la cavidad oral, entran en contacto con las papilas gustativas ubicadas en la lengua, hay una verdadera explosión de corrientes eléctricas de nuestro sistema nervioso que permiten intercomunicaciones neuronales en diversos estratos de la complejidad de nuestro organismo, promoviendo la liberación de diversos mediadores de nuestro humor, ej., dopamina y serotonina; mediadores químicos que generan estados de plenitud, confort, gusto, insaciabilidad, deseo; entre otros tantos que la industria alimenticia, que produce alimentos procesados, conoce y juega para incentivar el consumo desmedido de productos innecesarios en nuestra dieta.
Por supuesto, el sabor dulce es preponderante en nuestra capacidad de plenitud al consumir un alimento, es así que edulcorantes como el aspartamo, brindan la percepción errónea asociada al consumo de azúcares naturales. Y la industria alimenticia vende diversos productos con base en este edulcorante, bajo el precepto de “cero calorías”, en total coherencia con los “estilos de vida saludables” que rondan hoy en día en las cocinas del mundo. Pero ni es un agente que de verdad pase desapercibido en el metabolismo de azúcares en el organismo, ni tampoco debe estar asociado su consumo a una vida saludable.
En esta columna de opinión discutiremos de forma general la nueva clasificación estipulada el 14 de julio del 2023 para el aspartamo, como sustancia categoría 2B, "posiblemente cancerígeno", aclarando que el concepto de “posiblemente” es igual a la limitada evidencia en animales experimentales y limitada evidencia mecanística –causalidad- que demuestre su efecto cancerígeno, según la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), el brazo de investigación del cáncer de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Pero antes de hablar del aspartamo, exploremos a la IARC, especialmente su debate del año 2015, donde clasificó al terrible glifosato en el mismo grupo 2B, “posiblemente cancerígeno” (espero que lo hayan escuchado como el principal agente herbicida implicado en la devastación de los ecosistemas en Colombia, dentro del “Plan Colombia” y aspersiones de cultivos ilícitos). Para el año 2021 los tribunales de justicia de Estados Unidos culparon a Bayer, de Alemania, y su producto glifosato de diversos cánceres en los clientes que usaban este herbicida en sus prácticas agrícolas. En este caso, hasta la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) trató de cambiar la clasificación del glifosato impuesta por la IARC, dado que los veredictos de clasificación de productos cancerígenos de IARC se basan en los niveles de la fuerza de la evidencia, en lugar de cuán peligrosa es una sustancia, es decir, obvian el principio de la precaución - cautela (preservar la vida en todas sus formas al adoptar políticas de prevención).
Ahora sí, el aspartamo, como otros edulcorantes, se metaboliza en nuestro organismo posterior a su consumo, resultando en productos metabólicos (metabolitos) como el metanol, fenilalanina y ácido aspártico. El metanol (seguro lo conocen como el ingrediente activo altamente tóxico de las bebidas alcohólicas adulteradas) es potencialmente carcinogénico, porque se metaboliza en ácido fórmico dentro de los hepatocitos (células funcionales del hígado) y en ellas induce daños irreparables de su material genético (ácido desoxirribonucleico – ADN), siendo este el principio del cáncer hepático.
Por supuesto, las cantidades de aspartamo que se deben consumir para inducir daños importantes en el hígado están dispuestas desde 1981 por el Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA), el cual estipuló que un consumo diario admisible podría ser de 40 mg de aspartamo por kilo de peso corporal, es decir, un niño de 20 kilos de peso, podría consumir hasta 800 mg de aspartamo al día sin tener, en teoría, efectos adversos sobre su salud. Ahora bien, si una lata de bebida gaseosa “cero calorías” tiene entre 24 y 48 mg de aspartamo (en 200 mL de bebida), ese niño puede consumir entre 16 a 33 latas de 200 mL cada una, al día.
Lo más absurdo no es la dosis diaria admisible para una sustancia como el aspartamo, propuesta desde hace más de 40 años atrás; lo es el hecho de que está demostrada por investigadores la asociación epidemiológica entre el consumo de alimentos procesados que contienen este tipo de edulcorantes y el diagnóstico de diversos tipos de cáncer en las personas. Asunto que llamó la atención de la IARC generando una clasificación del aspartamo como “posible cancerígeno”, pero la JECFA continúe hoy, julio 2023, determinando que esa es la misma dosis diaria admisible de ese compuesto aditivo alimenticio.
Las asociaciones epidemiológicas entre el consumo de aspartamo y cáncer (evidencia mecanística) son múltiples, para el año 2014, Magdalena Stepien y su grupo de investigadores siguieron a 206 participantes en 10 países europeos durante más de 11 años y mostraron que el consumo de “refrescos endulzados”, incluidos los que contienen aspartamo, se asociaron con un mayor riesgo de un tipo de cáncer de hígado llamado carcinoma hepatocelular. Por otro lado, en Estados Unidos, Geira Jones y su grupo de investigación para el año 2022, encontraron que el consumo de bebidas endulzadas artificialmente estaba asociado con el cáncer de hígado en personas con diabetes. En este mismo país, Charlotte Debras y demás investigadores realizaron un estudio con 934,777 personas, desde 1982 hasta 2016, encontrando un mayor riesgo de cáncer de páncreas en hombres y mujeres que consumían bebidas endulzadas artificialmente.
Por supuesto las recomendaciones ante dicha situación siempre serán retornar a los alimentos caseros, a la cocina tradicional, a salvaguardar la niñez a partir de lo natural en su dieta. Pero no podemos darle la espalda a la incorrecta evolución comanda por la industria alimenticia del mundo, y para ello debemos prepararnos como país a investigar al respecto. La inclusión del aspartamo como posible carcinógeno pretende motivar más investigación (tanto en animales experimentales como epidemiológicamente), y para ello necesitamos instituciones estatales fortalecidas en su función de salvaguardar la integridad de la población.
En Colombia adolecemos de un Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (INVIMA) fuerte en la investigación de este tipo de situaciones, situación que conlleva a continuar en su proceso de adopción de las regulaciones y decisiones sí o sí de las agencias internacionales al respecto de la seguridad de productos de consumo en la población. ¿Cómo podemos ser ‘Colombia potencia de vida’ si no investigamos para la vida y el bienestar de la población?