Por Dumar A. Jaramillo-Hernández
Siendo esta la décima columna de opinión que publico en tan prestigiosa revista de ideas libertarias y con límites editoriales inexistentes para la verdad, he decidido brindar una perspectiva teórica, sustentada en las ciencias comportamentales humanas, para entender a grandes rasgos la crisis ética y moral de la corrupción dentro de la sociedad. Supeditados en la teoría del autoconcepto, donde la mayoría de las personas actúan de manera poco ética siempre que puedan al mismo tiempo beneficiarse y preservar su autoimagen moral.
Mi campo de conocimiento son las ciencias biológicas, he ahí que mis anteriores nueve columnas trataran de presentar un espectro de fenómenos implícitos en enfermedades infecciosas; por ello, aunque el tema de esta columna no está directamente relacionado con la biología, el título de esta columna está sí relacionado con el concepto de diseminación patógena, y quiero hablar del contagio de la corrupción.
Siempre es vital comenzar con un cliché, la tradicional frase de nuestra cultura: “La corrupción es uno de los grandes males de nuestra sociedad”. Generalmente asociamos el concepto de corrupción a sus impactos negativos sobre el bienestar económico, político y social de los países, por eso, en estas breves palabras, trataré de explicar cómo la corrupción es contagiosa, se extiende rápidamente y puede dañar la confianza en las instituciones. En particular, exploraré cómo se propaga, y también cómo podemos prevenirla, sustentando esta columna de opinión está sustentada en el artículo de Dan Ariely y colaboradores (2019), publicado por Scientific American, "Corruption Is Contagious" (La corrupción es contagiosa).
Primero es importante entender que la corrupción no es un problema exclusivo de los países en desarrollo. De hecho, los países más ricos y desarrollados están lejos de estar exentos de la corrupción. De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, los países occidentales como Estados Unidos y la mayoría de la Unión Europea tienen puntajes moderados en el nivel de corrupción percibido. Para el año 2018 Trasparencia Internacional publicó que 120 de 180 países encuestados tenían menos de 50 puntos de 100 posibles (0 = altamente corrupto, 100 = muy limpio) entorno a la percepción de corrupción dentro de sus procesos estatales.
Según el Barómetro Global de la Corrupción para el 2019 en América Latina y el Caribe, el 57 por ciento de los encuestados afirmaba que sus gobiernos están haciendo un mal trabajo en la lucha contra la corrupción y el 78 por ciento cree que sufriría represalias si denunciase un caso de corrupción. También, aumenta la percepción de corrupción en los Jueces y Magistrados (47 por ciento) y de la Policía (42 por ciento). Y por primera vez se incluyen datos sobre sextorsión, donde el 16 por ciento de los encuestados afirmaron haber vivido o conocido un caso de extorsión sexual. Para cerrar esta encuesta que reunió más de 17.000 ciudadanos en 18 países LATAM, el 96 por ciento de los colombianos encuestados percibe la corrupción de sus gobiernos como uno de los problemas más graves del país, ubicándonos en el país número 1 en la región en percepción de gobiernos corruptos. Según la percepción de los ciudadanos encuestados, las personas más involucradas en hechos de corrupción en nuestro país son: los miembros del Congreso (64 por ciento), el presidente y funcionarios cercanos (55 por ciento) y los empleados públicos (48 por ciento).
El informe de Scientific American sostiene que la corrupción se transmite de persona a persona de manera no muy diferente a como lo hace un virus (ej. SARS-CoV-2 agente infeccioso casual de COVID-19), esta situación se puede explicar científicamente desde la comprensión de la psicología del soborno, donde el mínimo hecho de exposición de un individuo a la corrupción es corruptora per se. Partamos de la premisa: “La deshonestidad engendra deshonestidad, extendiendo rápidamente el comportamiento poco ético a través de una sociedad.” Por ende, recibir una solicitud de soborno erosiona el carácter moral, llevando a las personas a comportarse de manera más deshonesta en las decisiones éticas posteriores.
Grandes investigadores del comportamiento humano, como Robert B. Cialdini, Raymond R. Reno y Carl A. Kallgren establecieron la importante distinción entre normas descriptivas (la percepción de lo que hace la mayoría de la gente) y normas obligatorias (la percepción de lo que la mayoría de la gente aprueba o desaprueba). Estas inferencias al respecto de la corrupción hace referencia al hecho de saber que otros están pagando sobornos para obtener un trato preferencial (una norma descriptiva), lo que hace que las personas sientan que es más aceptable pagar un soborno ellos mismos. De manera similar, pensar que otros creen que pagar un soborno es aceptable (una norma cautelar) hará que las personas se sientan más cómodas al aceptar una solicitud de soborno. Así, el soborno se vuelve normativo y afecta el carácter moral de las personas.
Es decir, la corrupción puede ser contagiosa porque las personas imitan el comportamiento de los demás. Cuando se enfrentan a la corrupción, muchos pensamos: "sí ellos lo hacen y están bien, es muy probable que también yo lo pueda hacer". Cuando un funcionario acepta un soborno es posible que otros funcionarios también opten por hacerlo. En Colombia el 20 por ciento de los encuestados que utilizaron servicios públicos afirma que entre 2018 y 2019 pagó por lo menos un soborno. A pesar de que los niveles de soborno en nuestros país han mostrado una disminución significativa (10 por ciento menos que en 2017), quienes son más propensos a pedir o recibir sobornos en Colombia son los policías (26 por ciento) y los prestadores de servicios públicos (20 por ciento).
Uno de los datos más escalofriantes de cara a elecciones territoriales de este año, es que el 40 por ciento de los encuestados manifiesta que durante los últimos 5 años le ofrecieron sobornos o favores especiales a cambio de votos específicos en una elección nacional. Es decir, casi la mitad de los votos son negociados en nuestra querida Colombia, y después estamos “alarmados” por la calidad de nuestros representantes políticos.
La corrupción puede generar una cultura organizacional tóxica en la que se espera que ciertos comportamientos sean normales. La endogamia en los círculos políticos y los lazos familiares pueden favorecer la creencia de que la corrupción es un comportamiento aceptable e incluso deseable.
Además, la corrupción puede ser difícil de deshacer. Las personas implicadas en actividades corruptas tienen mucho que perder si su comportamiento es expuesto, recordemos la teoría del autoconcepto (mi imagen moral ante la sociedad). A menudo tendrán una red de contactos, favores y compromisos que se verían amenazados si se filtrara su actividad delictiva. Los casos de corrupción que involucran altos funcionarios del Estado, como políticos, jueces y empresarios, suelen ser resueltos de manera interna para evitar la exposición pública. En lugar de enfrentarse a las consecuencias legales, a menudo se les permite renunciar y, en algunos casos, incluso eludir las consecuencias legales de sus actos (para la muestra los casos de pederastia de los representantes de la Iglesia Católica).
Entonces, ¿Cómo podemos prevenir la propagación de la corrupción? La primera estrategia debe ser fomentar una cultura de transparencia y rendición de cuentas. Los funcionarios públicos no deben tener miedo de revelar sus gastos y deben estar abiertos a las auditorías constantes. Las instituciones gubernamentales deben ser claras en sus procesos de toma de decisiones y deben ser responsables ante la ley. Desde el nivel local hasta el gobierno nacional debe haber una mayor transparencia financiera en las instituciones públicas y sus funcionarios.
En segundo lugar, se deben implementar mecanismos efectivos para prevenir y castigar a aquellos que participan en actividades corruptas. La ley debe ser aplicable sin excepciones y las instituciones encargadas de hacer cumplir la ley deben ser independientes y tener recursos suficientes para llevar a cabo investigaciones exhaustivas. Debe haber sanciones severas para aquellos que son declarados culpables de corrupción. Los funcionarios públicos deben saber que sus actos ilegales tienen graves consecuencias legales y sociales (Ej. Investigación y castigo ejemplar, si así se considera, al hijo del presidente de la República).
Finalmente, debemos estar atentos a cómo la corrupción puede multiplicarse en círculos sociales. Las personas son menos propensas a ser corruptas si ven que el comportamiento no es tolerado y es castigado. Los medios de comunicación y las redes sociales desempeñan un papel fundamental en la exposición de la corrupción (pero una exposición responsable sustentada en toma de decisiones de los órganos que investigan y castigan). A menudo son ellos quienes destapan los actos de corrupción y los hacen públicos. Las campañas de concientización y las iniciativas de educación cívica también pueden ayudar a promover una cultura de integridad y honestidad en la sociedad.
En conclusión, la corrupción es un tema importante y recurrente en la sociedad contemporánea. Es un problema que afecta tanto a los países en desarrollo como a los desarrollados. Debemos fomentar la transparencia y la rendición de cuentas, aplicar mecanismos efectivos para prevenir y castigar la corrupción, y estar atentos a cómo se propaga su comportamiento. En lugar de aceptar la corrupción como algo normal, debemos ser conscientes de su influencia perniciosa y trabajar juntos para combatirla.