Por Dumar A. Jaramillo-Hernández
“Este es el peor de los mundos posibles” argumentaba Arthur Schopenhauer, quien en 1819 revolucionó el pensamiento al identificar la voluntad humana como la causa más probable del sufrimiento del mundo.
Pero cómo atestiguamos las interacciones entre condiciones climáticas adversas por causas antropogénicas como la alta producción de gases con efecto invernadero, con un sentido enteramente psicótico: la violencia contra la mujer. Permítanme explicarles esta sinrazón y pérdida de la compasión moral en la humanidad.
Siempre que las sociedades se “estresan”, sea por razones económicas como la burbuja inmobiliaria del 2008 que llevó a la crisis de la banca en el mundo; o políticas como el conflicto interno armado en Colombia de más de 50 años; o religiosas como la crisis histórica de choques étnicos y religiosos extremistas en el Medio Oriente; o de salud pública como el confinamiento por pandemia causada por COVID-19, las sociedades tienden a incrementar sus niveles de violencia interpersonal. Es decir, alteramos por causas propias (siempre son propias) nuestro entorno de vida, y de inmediato respondemos evolutivamente con violencia. Pero por qué esa violencia se concentra desesperadamente en la mujer. Esa es la incógnita importante para resolver en esta nueva columna de opinión, pero seguro cada uno ya tiene su respuesta (ej., las representantes del feminismo al unísono responderían: “el patriarcado”); eso sí, ninguna respuesta monovalente tiene el peso para soportar esta inextricable situación antinatural.
Demos un ejemplo de contexto a esta crisis de la humanidad. Para el año 2019, La ONU para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer (ONU mujeres) presentaba datos que señalaban que 243 millones de mujeres y niñas en todo el mundo, entre 15 y 49 años, habían experimentado violencia sexual o física por parte de un compañero sentimental. Situación que se agravó notablemente en los primeros meses de confinamiento durante el 2020 por la situación de emergencia de salud pública por COVID-19, donde existió un incremento de entre el 30 y 40 por ciento de llamadas telefónicas de auxilio por violencia doméstica contra la mujer en países como Chipre, Singapur, Francia, o Argentina, y seguramente en casi todos los 96 países que para ese primer semestre de 2020 ya estaban en confinamiento total.
Cualquier detonante de estrés social dispara la violencia contra la mujer. Es inaudito y horroroso reflexionar sobre las cifras de violencia sexual dentro del histórico conflicto armado dentro de Colombia o cualquier otro país que esté subyugado bajo la lucha armada. - A propósito, la sociedad colombiana continúa en la espera de la verdad y reparación de las victimas mujeres y niñas, al respecto de este oscuro indicador de la guerra, siendo un crimen de lesa humanidad -.
Cualquier situación con perspectiva desesperanzadora que embargue la cotidianidad de una sociedad conduce al agravamiento de la violencia contra la mujer. Toda la evidencia de comportamiento humano conduce a entender que sin importar el automotivo que engendramos social, cultural, religiosa, económica y ecológicamente, es totalmente apto (justificable) para atacar el ser más importante dentro de la cadena de estructuración de una sociedad posmoderna -y arcaica al mismo tiempo-: la mujer. Es decir, nuestra capacidad autodestructiva en este planeta no tiene tregua en ningún frente de acción.
Es bien documentado cómo las consecuencias del cambio climático son devastadoras para las comunidades más susceptibles económicamente. Las sociedades de bajos ingresos tienden a establecer pautas habitacionales y a establecerse como familias, apoyándose en ecosistemas altamente frágiles con tendencia al desarrollo de desastres naturales, ahora aún más deteriorados por las condiciones medio ambientales adversas instauradas por el deterioro de los fenómenos de amortiguación del calentamiento global.
Es así, que el desbordamiento de ríos, avalanchas de lodo, incendios forestales, tormentas transformadas en ciclones, entre otras consecuencias devastadoras del cambio climático, agravan la difícil situación social-económica de los pueblos ya empobrecidos. Por eso vemos en las noticias a diario que la mayor parte de las personas damnificadas por estragos de ola invernal hoy en día en Colombia son personas de escasos recursos económicos. A los pobres el cambio climático les da más duro. Las comunidades que sortean su día a día con ingresos que siempre amenazan o impiden el acceso a la educación, salud, seguridad social, vivienda de calidad, alimentación, servicios básicos en su vivienda -agua potable-; son las comunidades de mayor tendencia a sufrir los peores impactos del calentamiento global. Donde paradójicamente estas sociedades empobrecidas por el modelo económico adoptado por cada país son las que menos producen o incentivan el fenómeno de crisis climática asociada al calentamiento global (los países industrializados más ricos del mundo -que son contado con los dedos de las manos-, son los mayores productores de las causantes del calentamiento global).
Establezcamos la sinergia de lo argumentado hasta ahora: pérdida de la compasión moral como sociedad que olvidó su último paso evolutivo, donde pasamos de Homo sapiens a Homo sapiens-sapiens, al ser capaces de sentir compasión por el otro. Como H. sapiens-sapiens estamos dotados de la razón no sólo como acto de pensamiento (que lleva a crear tecnologías), sino también de la razón de cuidar al otro, de protegerlo, de ayudarnos. Este sentido evolutivo de la humanidad con el pasar de un corto periodo lo hemos sepultado. Sumamos ahora que, como sociedad al sentirnos estresados, reaccionamos con aumento de la violencia interpersonal concentrada hacia la mujer, históricamente sin importar la causa de estrés social, la mujer siempre es agraviada. Y, por último, estamos frente a la crisis de cambio climático, que golpea fuertemente a las comunidades más deprimidas económicamente, situación que revierte en mayores escalas de violencia contra la mujer, siendo las consecuencias del cambio climático otro de los factores que fácilmente adoptamos como excusa para continuar con el deterioro de la razón y sucumbiendo a la mujer en el espiral de violencia a la cual hemos sometido desde los indicios de la vida en sociedades, por diferentes causas.
Ahora, si esto lo sabemos, si entendemos que nos hemos comportado involutivamente frente a las respuestas sociales asociadas a alteraciones negativas del entorno (económicas, religiosas, políticas, medio ambientales…); es momento de emprender el cambio. De rescatar nuestro último paso evolutivo Homo sapiens-sapiens y entender a la compasión moral como el camino natural de la voluntad humana, y respetar a todos dentro de nuestras familias, ambientes labores, comunidades y cualquier otro espacio de interacción social. El cambio climático es y estará en nuestra cotidianidad, será uno de los tantos motivos antropogénicos para alterar la vida dentro de las sociedades a través del incremento de los desastres naturales y su potencia de destrucción, emergencia y reemergencia de enfermedades de alta transmisibilidad, crisis económica y alimentaria; entre tantas consecuencias de nuestra irresponsable existencia; pero jamás le deberíamos agravar infringiendo nuestra evolución con violencia hacia la mujer o cualquier otro ser, desde la óptica donde todas las vidas importan, comenzamos un mejor existir como humanidad.
Profesor MVZ. Esp. MSc. PhD.